martes, 22 de abril de 2008

Lista






Me gustan las aceitunas y los primeros días de la primavera y el otoño. El olor de la canela y de las manzanas, un perfume que llega de repente en la calle, viajar en colectivo mirando por la ventanilla, las almohadas blandas.



El fuego de noche, la lluvia en verano, oler jazmines, dormir a la mañana cuando es feriado.



No soporto las bolsas de plástico, el masacote de arena seca en los pies y el licor de piña.



Me gusta sentarme en la vereda, las películas que me emocionan, las habitaciones en penumbras y escuchar música cuando camino. Los cuadernos nuevos, tomar mate mirando por la ventana, las sábanas con olor a jabón y las medias de algodón nuevo.



Detesto las casas sin corazón, las paredes color cremita, el color cremita y el pelo grueso planchado.



Me encanta la arena fría a la noche, los bosques abiertos, el viento en el río, andar en bicicleta por Olivos, las casonas antiguas, la cumbia colombiana, los cambios sutiles y bailar sin que me importe nada.



No soporto el noticiero.



Ahí en tus ojos


La conversación sobre las nuevas opciones para la dirección del grupo me tenía entusiasmada cuando, al buscar el vaso para continuar la charla, se cruzaron tus ojos en el camino. Algo como agua llenó la habitación de pronto, y en ese lento transcurrir de mis ojos en los tuyos recordé algo que había olvidado.
La aterciopelada sensación de unos ojos que miran con deseo. Y algo se enciende. Algo detiene el tiempo en un movimiento que se hace algo más lento. Ese breve instante en que nos medimos, nos conectamos como gatos; ese momento en que la piel dice que sí...
El sonido de las voces y las botellas me llenó los oídos de a poco otra vez y mi mirada continuó hasta la mesa y el vaso. Pero era levemente distinta. Ya era otra.
Me deslicé en la charla, asentí, noté que mi risa brotaba fácilmente y algunos lo notaron y se sorprendieron. Flotaba un poco en el aire esa pequeña tensión que emanan las ganas de un beso. Se hizo un juego divertido observarnos con mirada periférica, detectar la mirada y cambiar de ángulo para mirarte de frente mientras dabas vuelta la cabeza como en un baile sincronizado para esquivarnos.
Observé todos tus cambios de posición hasta quedar casi frente a frente. Fue un tiempo corto el que nos ignoramos para conectarnos de pronto en una charla fluída como el alma de la música, de algo parecido al hambre de saber quién es ¿quién sos? Y de pronto una pequeña saciedad y esa alegría que desinfla la panza con placer. Nos dimos vuelta y cada cual regresó a sus charlas anteriores.

Yo no sé qué es lo que había ahí en tus ojos.

Sé que me lo llevé.

lunes, 21 de abril de 2008

Tinta azul

…si al final/todo el tiempo se va/donde caen los días
si al final/abrazarse al dolor/no nos deja brillar/
dime qué será/qué será de los dos
cuando pase la vida…


Levanté la cabeza del suelo cuando me di cuenta que las baldosas de la vereda ya no me eran conocidas. Es usual que me pierda andando en línea recta, así que cualquier barrio que me desafíe con diagonales tiene el partido ganado de antemano.
Ir a terapia no es el plan que más me atrapa para un sábado a la tarde, así que siempre busco alguna ceremonia íntima que torne más fácil el amargo trago que sobrevendrá. Como en un juego que juego conmigo, me gusta cambiar de camino para llegar a los mismos lugares, intentando descubrir cuál es entre todos, el camino que tiene corazón, el que late bajo mis pies, el que me pide que me quede, el que a veces puede hacerme dudar si no habré atravesado un portal invisible y estoy en una dimensión paralela.
Había visto las vías del tren pasar debajo de mis pies sin prestar la suficiente atención. El pasto oscuro de una plaza me hizo levantar la cabeza, una alarma sutil de que en alguno de los giros había perdido la ruta a mi destino. Apenas un instante duró la confusión hasta que la nostalgia me hizo ladear la cabeza para mirar el pequeño edificio que se levantaba al cruzar la calle, solito en medio de una manzana de proporciones ridículamente pequeñas. La pintura nueva no lograba esconder aquel lugar de la certeza de mi memoria. Crucé la calle empalagada por el recuerdo feliz de mis esforzados primeros pasos de taco alto sobre el adoquinado. El bar estaba vacío en la planta baja, no presté demasiada atención pero creí ver que ni siquiera había gente detrás del mostrador. Subí las escaleras registrando el crujir de la madera debajo de mis pies, uno por uno, veintitrés, hasta la planta alta. Las ventanas abiertas dejaban entrar el viento tibio de principios de octubre mientras una suelta de mariposas en mi estómago me hacía sonreír de la manera más estúpida. Me senté junto a la misma ventana, respiré profundo mirando la calle desde el primer piso. Todo parecía detenido en una interminable siesta. Recordé las estrellas sobre el cielo pintado de profundo índigo, el olor de tu perfume colándose hasta el centro mismo de mi universo en el breve momento de saludarte, la música de Phil Collins y la semipenumbra. No pude contener mis párpados que cayeron apretados para que nada se escapara ahora de mi memoria. Ahí estabas, apenas del otro lado de la mesa de madera veteada, con tu camisa a rayas celestes y el jean clarito, con tu sonrisa de tantísimos dientes y los ojos brillantes porque reflejaban los míos. Nos reíamos, de nada, de todo, de estar ahí sabiendo que era inevitable encontrarnos en un beso; dejábamos pasar el tiempo porque no sabíamos de qué forma entraríamos en la historia, intuyendo uno de esos momentos que son perennes en la memoria. Jugando escribiste mi nombre en la mesa con lapicera azul. Toqué tus dedos cuando te la saqué de las manos para hacer lo mismo y fue recién la tercera vez que mis yemas te rozaron cuando juntaste coraje para no soltarme. Y mientras me acostumbraba al sabor de tu saliva quise que esa primera sensación no terminara nunca.
Estaba casi segura de estar oliendo ahora tu perfume, con el estómago crispado de alegría, temerosa de abrir los ojos y encontrarte otra vez enfrente de mí, cuando una mano se apoyó en mi hombro.
- ¿Se siente bien?
Lo miré confundida. De pronto el aire se me hizo lleno de polvo y la penumbra me pareció oscuridad. Pilas de mesas y sillas desvencijadas contra las paredes guardaban tras de sí las ventanas tapiadas.
- Es peligroso estar acá, señorita, algo podría desmoronarse. Hace mucho que el lugar está deshabitado y sin mantenimiento. No me explico cómo hizo para entrar, pero tengo que pedirle que salgamos…
Aún confundida le dije que sí con la cabeza. Me levanté despacio sin poder creer que no había brisa ni cortinas al viento. Debajo del polvo que cubría la mesa algo me llamó la atención y pasé la mano. Bajo la fina capa de mugre, tu nombre y el mío miraban pasar el tiempo pintados con tinta azul. No pude menos que sonreír mientras la nostalgia me hacía nudos en la garganta.
Salí a la calle por el portón del tapiado que rodeaba al viejo bar. El sereno volvió a ponerle la cadena y el candado. Miré una vez más y otra vez me lancé a caminar, sin preguntarme nada, sin querer entender.
No son los caminos los que tienen corazón… es el corazón el que cada tanto pide pista. Y baja hasta los pies
.

jueves, 17 de abril de 2008

Poema de contraamor

Caer
en ese estado permanente de idiotez
sentir la piel apretarse contra la carne
perderse en la alquimia azul de las promesas
entre el chasquido de las bocas
húmedasmojadasinundadas
y creer
creerlo todo.
Aún
la canción melosa de que el amor no muere.