jueves, 29 de enero de 2009

Viaje al centro de la Tierra, llamadas de Candombe Uruguay 2009. (parte 1)

Cuando Dani me invitó en septiembre a formar parte del contingente candombero para las llamadas 2009 y habló con tanto entusiasmo y halagos, supe que me estaba subiendo en la nave de los locos. Contuve el aliento y pensé "no me lo puedo perder."
Cualquier empresa que uno emprenda en La Chilinga termina enredándose, complicándose, y cuando parece que se cae, remonta vuelo y nos deja boquiabiertos y maravillados.
Estamos en el primer tramo..

Locura nº1:
Arribo a terminal de ómnibus Retiro proveniente de Córdoba sábado 3 de enero, 8.00 AM, en micro con aire acondicionado medio descompuesto. Ensayo en comparsa mismo sábado en Martín Coronado, 20.00 hs. Llevé mi tambor.

Ya empezamos nº 1:
Mismo ensayo mencionado anteriormente. Rajé la lonja de mi tambor.

Ya empezamos nº 2:
Ensayo sábado siguiente. Confiada en la palabra del Chino, que iba a reparar mi lonja para éste ensayo, llego sobre la hora y sin repuesto. Tambor no vino. Chino tampoco. Lo que queda para tocar es un placard de cuatro ambientes. Me corto un dedo con el cuero. Dani me caga a pedos un promedio de dos veces y media por cuadra. Me empaco. Me quemo la mano. A la vuelta lo cago a pedos yo una vez a él. Sin razón, por supuesto.

Locura nº 2:
No vimos el hotel, unos van en auto antes, otros en barco después, otros van desde Brasil, unos paran en casas, los demás en un lugar que bien puede ser una casa de retiro espiritual, un hotel escuela o un club de barrio que cede el gimnasio. La mitad ahora está en Gessell, otros en el sur, algunas por acá. No sabemos cuánto sale nada ni quién lleva la plata.
El bombachón lo tenemos todos.

Ya empezamos nº3:
Dani quiere que lo llevemos puesto para ensayar en el andén de Coronado éste sábado a las 20.00 PM.

(continuará)

miércoles, 28 de enero de 2009

Aieiéu, Odó, Epahei...

Voy a cruzar el río. Siempre cruzo los ríos. Creo que sufro de complejo de tierra prometida, entonces parto siempre alegre porque conoceré otro puerto. Literal y metafóricamente.

Voy a cruzar el Río de la Plata. Voy a tocar candombe en la otra orilla. Como si hubiera llenado ya todo de candombe por acá, Buenos Aires me empujó a Montevideo. Allá voy con mi tambor, que nos queremos tanto..

Voy a calzarme un disfraz de rumbera recatada, que es ése espantérrimo traje candomberil con sombrero de paja que hace que una parezca un velador de la casa de la Coca Sarli, anulando definitivamente toda mínima posibilidad de romance carnavalero, salvo que uno realmente se cruce con el amor de su vida. Sólo imaginarme me hace soltar la carcajada y pienso "claro, claro que voy". Si es que nada me hace más feliz que estar jugando por la calle con más gente, la música sonando de mí, mi mano volando sobre el tambor y haber logrado sentir la pasión que ellos sienten cuando ven un mundial de fútbol, tocan en una banda o juegan un picado una vez por semana.
Pero yo soy mujer.

Yo cruzo el río para mucho más.




viernes, 23 de enero de 2009

Meditación a pedido de amiga con principio de embolamiento laboral.

En la vida de cada uno hay algo que se puede volver una puerta por donde la esencia sale y se muestra. Algo, una cosa.


Tirar con arco y flecha, pintar en lienzo, bailar, hacer papiroflexia...


Cuando el cuerpo, la mente, la mano, el arco, la flecha y el horizonte se vuelven una misma cosa.


Cuando los colores cambian y vuelan desde el corazón al pincel y a los ojos.


Cuando los pies no tocan el suelo y van al compás del alma de ésa música.



A mí me pasa con el candombe o cuando canto en FA.


Tardo un rato en entrar por el sonido. Se va acomodando mi cuerpo a la energía que los demás emanan o reclaman. Me empieza a gustar lo que suena y es en ése preciso momento en donde ya no importa si mi mano sube o baja, ni el temor por si mi voz saldrá clara, porque es una corriente que va sola como un coletazo que da el fin y el comienzo de una danza que me sube por los pies, pasa por la cadera y vuelve a empezar. Es ahí cuando de golpe soy yo misma.


Uno debería enseñarle a los hijos a descubrir en ellos cuál es ésa puerta. Y la mejor manera entonces es primero buscarla en uno. Y encontrarla.


En éso ando.

sábado, 17 de enero de 2009

Corto: "Homenaje al mes de noviembre de 2005"

Él armaba una valija en el dormitorio, con mano firme y urgencia poco disimulada. Ella miraba desde la silla en el comedor incapaz de levantarse para detenerlo. Tantas veces temió ésa imágen que no podía todavía entender que verdaderamente estuviera sucediendo. En el último tiempo quizás su capacidad de sacrificio se había desgastado y ya no tenía recursos para seguir piloteando el velero en el medio de tantas tormentas (al final siempre es una sucesión en cascada de momentos infortunados), y en un arranque de coraje él estaba cumpliendo la eterna promesa de abandonarla.

Escuchó cómo se partía su corazón por adentro, el retumbar de cracks llegando desde el pecho hasta el cerebro. Y el silencio. Silencio.


En el medio de la nada misma en la que se encontraba su pensamiento, cuando iba a sumergirse otra vez en el dolor, un gesto o una palabra que él dijo la hicieron detenerse. Se observó paralizada y gris sentada en la penumbra del comedor. Y no le gustó.


Y tampoco le gustó verse sombra inmerecida de un inexistente talento.


Ni sentirse amenazada por la vejez.


Ni le gustó el silencio incómodo de los domingos mientras de fondo sonaba un relato de fútbol.


No le gustó su ropa de color marrón.


Tampoco las caras de asco al juzgar sus comidas.


No le gustó lavar, ni planchar, ni ir al chino a comprar pollo, ni esperar sentada mirando el reloj.


Él salió de la habitación y apoyó en el suelo la valija. La miró desde su metro setenta y pico y con cara de justo le dijo: "Si estás dispuesta, podemos darnos una oportunidad más."


Como un fogonazo, lo vio como si nunca antes lo hubiera visto. Con algo de dolor movió su cuerpo entumecido por tanto llanto convulsivo, se acodó en la mesa y encorvando el cuerpo hacia adelante, respondió:


"Ni en pedo, Roberto. Ni en pedo."

martes, 13 de enero de 2009

A ver si nos vamos entendiendo...

No se puede tener un pié en cada palangana, estar en más de un lugar al mismo tiempo, andar bien con el cielo y el infierno.

Hay que elegir.

No es verdad que hay solamente dos caminos, son infinitos, pero no se puede ir por el medio.

No se puede nadar sin mojar la ropa, no se puede tomar sin abrir la boca, no se puede al mismo tiempo comer y llorar.

Y entonces recién cuando se toma la decisión, alguna, una, ahí es cuando las cosas empiezan a tener sentido y ésta vida pasa a ser algo más que perder el tiempo entre nacer y morir. Cuando saco un pasaje y me voy, cuando digo "hasta acá llegó mi amor", cuando me empiqueto y no pago la cuenta del teléfono, cuando echo de mi casa al televisor, cuando lo que pienso es lo que sale por mi boca, cuando agarro un micrófono o un tambor, cuando algo te indique claramente que soy yo.

¿Capisce?

Declaración.


Odio el dolor.


Nada me espanta tanto como sentir en el cuerpo el pellizco infalible del miedo entrando por la boca del estómago, el miedo a lo único que puede doblegarme.


Lo odio en todas sus formas. Cuando taladra el cuerpo con persistencia feroz o de una puñalada, cuando se mete en el alma y la desangra mientras nos derrumbamos impotentes.


Odio el dolor.


El dolor huele a flores de velatorio, a micros que echan humo partiendo para siempre, al perfume irrecuperable de una piel que a veces se suelta de una remera olvidada, a transpiración y merthiolate, a ramito de jazmines de fines de noviembre, a estación de tren.


Así como el amor reencarna en nostalgia, la pena es el moho de las cosas por las que ha pasado el dolor.


Odio el dolor.

miércoles, 7 de enero de 2009

[sin asunto]

El alquimista le dijo:

- Todos los caminos son tu camino. Donde sea que está tu corazón. Ella y yo te escribimos una canción para que vos la cantes. Una canción de amor.

Ella va por ahí cantando todas las que sabe, y cada vez canta más cerca. Más cerca del amor.

lunes, 5 de enero de 2009

Parada en el peñasco


Todo el tiempo me guía una sensación.
Todos los poros de mi piel van girando para apuntar a un norte que aún no conozco, pero presiento.
Cada paso que voy dando sé que tiene un destino que intuyo luminoso, pero no sé a dónde voy.
Y algo de todo eso, o todo, tiene que ver con el amor.
Y ya no sé distinguir si amo todo lo que hago o hago todo lo que amo, pero da lo mismo.
Perdí el miedo de perder, porque siempre gano. El camino se me llenó de música y de amigos y éso es lo que emano, mi perfume. Ya ni las traiciones duelen tan feo, porque a pesar de ellas quién me quita lo bailado.
Y así como estoy, salto.
Sé quién está por ahí esperándome.


domingo, 4 de enero de 2009

La cocinera del Quilpo

Llegó un 24 de diciembre. Fue como Mary Poppins acudiendo en ayuda de su amiga la que siempre baila entre la desesperación y la comicidad.
El lugar y ella no se entendieron de entrada. La carpa demasiado barata resultó un chasco al que se le rompieron la mitad de las cosas al armarla. Tan finita era que se veían las estrellas a través de sus paredes. La primera noche el sonido del río parecieron voces murmurantes y la tuvieron alerta. Fue cuando se metió a la mañana en el agua que se sintió por fin abrazada.
Todo el día su amiga Pocha entraba y salía de todas partes con los ojos azules de desesperación que a ella le hacían saltar la risa. Y las dos rieron muchas veces todo un día.

-¿Me das una mano?- dijo su amiga sin ladear la cabeza, que es lo que siempre hace cuando habla de verdad.

Amaneció con la noticia de que Pocha tenía fiebre. - Su amiga está para atrás..- le dijo el Chicharra. Y el día empezó con ella a cargo de la cocina y de dos recién llegados al equipo de trabajo, dos gnomos de veinte años y de corazón luminoso. Fede y el Pola. A las dos horas la cocina era una fiesta.

De tanto cantarle a Oxúm dando vueltas entre las ollas, encontró harinas y se puso a amasar pan. Sola mientras los otros dos buscaban leña, atendían gente, limpiaban mesas, mirando el espectáculo del río en la ventana, empezó a cantar todas las canciones que sabía para homenajearlo. Cuando Pocha volvió fresca esa noche, se armó el ritual. Y cada día, todo el día, entre un salteado de vegetales y agua para mates, una cantaba en la cocina y la otra en la barra haciendo esos armónicos que suenan a felicidad. Y palmeaba las espaldas de los chicos cada vez que hacían algo bueno y todo era jugar. Jugar a ser la cocinera del Quilpo.

Todos sabían que ella se iba el primer día del año nuevo. Solamente ocho días. Otros más fueron apareciendo, por supuesto también chilingos allá arriba, y se armó una familia. La noche de año nuevo, todos bañados y lindos después de haber armado la que sería la propia fiesta, ella no se sentó a comer y se fue sola a ver el horno de leña encendido en la oscuridad. Miró las estrellas, pensó. La vida gira en un instante, un microsegundo, y uno puede, si pierde por fin el miedo y se suelta, entrar por una puerta mágica a una realidad aparte.

Y ésa noche hubo fiesta en el Quilpo, tambores y cajones, canciones de amor, de pena, de ranchitos borrachos, de peces y de guerras, del placer de saber que todos vivían una noche de corazón abierto.

Se levantó al día siguiente, se sentó en las mesas y desde ahí miró trabajar al cocinero nuevo, un pequeño niño malherido que seguramente Pocha asesinará antes del final del mes de enero. Se pintó las uñas. Fede se asomó por la ventana a saludarla. Se abrazó con Pocha, se rieron mientras lloraban sin poder creer lo que habían hecho en esos días, fue parando en la camioneta para dar abrazos candomberos y después de darle el último al cacique Chicharra, se esfumó en la plaza de San Marcos Sierras.

Como Mary Poppins, pero candombera.