domingo, 31 de octubre de 2010

Sincronicidad


Fui a buscarte, a tomar partido, a decir que sí, a verte, a olerte, a mirarte por adentro desde los ojos, a arriesgarme, a maldecirte por tomarte tanto tiempo y por ser difícil y distante, para mirarte porque ahí me veo, a aflojar un poco, a practicar a ver si me sale esto de ser yo y dejar de posar nerviosa, a buscar tu consuelo, a ser sincera, fui dispuesta a encontrarte abierto y verdadero.

Fui.

Y por supuesto, vos no estabas.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Toma de posiciones


A las once de la mañana el cotorreo de mi vecina bajo la ventana de mi habitación fue el despertador agradecido que me dio tiempo de emprolijar lo imposible de mi rostro recién amanecido y abrirle la puerta al cencista contenta como nena que va a la plaza el domingo.
El señor simpático y humilde, pidiendo mucho permiso y dando muchas gracias, se acomodó en mi mesa de trabajo. Y en el charloteo protocolar de simpática a simpático mientras preparaba las planillas me suelta ..y bueno, hay que seguir a pesar de la noticia, ¿no?
Y así de sopetón me desayuno la muerte de Néstor.

Pienso en la soledad de Cristina. Pienso en él convenciéndola de subir al trono en un país en donde ser mujer es algo que no se nos perdona. Pienso en lo imprescindible que es tener junto a una alguien con quien se habla el idioma de la lealtad, pienso (salvando las distancias) en Perón y Eva, en Frida y Diego, en esa fuerza increíble que se despierta cuando hombre y mujer llegan juntos y se sostienen de la mano con verdad, uno a la otra.

Pienso en cómo la historia tiene un camino de miguitas con nombre de mujer, una lucecita que bajo el polvo y en la sombra marca un mojón distinto.
Reinas, santas, falsas monjas con corazón curioso por el saber, hembras deseosas de ciencia. Siempre acusadas de putas o de brujas, arpías imperdonables que osan brillar con su propia luz, que desisten del lugar de sombras que adornan a un marido y se atreven a no ser serviles ni complacientes.







Mujeres que van derecho como flechas al centro, casi siempre traicionadas por otras bien adoctrinadas que no les perdonan actuar con una libertad que parece ser prerrogativa solamente de la testosterona.

Mi presidenta se metió de cabeza con la iglesia, los oligarcas terratenientes y los milicos. Tres cajitas que los presidentes democráticos de esta bendita tierra americana han dejado cerraditas, no fuera cosa que el gobierno se les cayera a la izquierda y unas lustradas botas altas les patearan el culo.
Yo quiero escribir con ella a la cabeza una historia distinta, abrir un espacio, ganar el respeto y el derecho.

Hasta aquí la siguió su compañero de la mejor manera.
Ahora su libertad absoluta para decidir la encontrará con una almohada vacía en la intimidad de consultar los pasos para ganar confianza.

Yo la banco como quiero sentirme bancada por portación de tetas, y me siento libre de expresar lo que pienso sabiéndome a contramano de opiniones privadas y LA opinión pública.

A la mierda con ella, que es la misma que nos ha quemado vivas mil veces en sus hogueras.


sábado, 23 de octubre de 2010

Lección paseo


La puericultura es un arte de guerrero. Una danza que se ejecuta para que el aprendiz comprenda el mundo en movimiento.

La China anda entrando en su adolescencia, ese borde tan determinante en la vida de una sobre este planeta.

Mi adolescencia fue un buen corolario de una infancia compleja repleta de semillas doloridas. El afán de control de la personalidad de mi madre puso un ingrediente que hizo mi adolescencia difícil además de lo intensa.

Pero en este camino que vengo transitando, en estas manos que tienden amigas Magahs que nunca veré, en los abrazos que dan Munditos anaranjados, voy entendiendo un poco mejor este juego.

Veo en la China esa necesidad de probar sus armas, de combatir para lograr ser quién es y no quien los demás quieran que sea. Sé que no puedo explicárselo, que ella tiene que hacer su propia experiencia.

Un guerrero se vuelve guerrero cuando abandona totalmente las estrategias para dejar que a sus piés y sus brazos los guíe su corazón, cuando logra confiar de tal manera en su fuerza que no quede un mínimo resquicio de duda. Cuando empieza a confiar en su destino.

Así que ahí andamos, dándonos cada tanto unos rounds de espadazos, haciendo volar juntas los platos por toda la casa, a los alaridos y dándonos portazos.

Escribiendo nuestro propio folcklore de madre e hija.

Y qué bella es la mujer que al final de su camino veo...

lunes, 18 de octubre de 2010

Cerrado por reparaciones

No sé muy bien para qué viene uno a este mundo. Digo, cuál es el sentido último de nacer. El discurso católico del sufrimiento para ganar el cielo no me cerró nunca. Y, claro, cuando hay que buscar las propias respuestas, el camino se vuelve más difícil. No hay certezas.

Creo en la vida como una gran escuela. Después me enteraré de si puedo o no volver en un cuerpo futuro, pero mientras tanto, antes de partir, me gustaría saber que me modifiqué para mejor por mis propios medios y en acción con los demás.

Por alguna razón, entre todas las cosas que me tienen bailando la polca, llámese ser madre, hija, definir mis talentos y explotarlos, confiar en el futuro y sanar lo pasado, mi relación con el género masculino se me ha hecho nefasta. Desde el abandono de mi padre en adelante, oh my god...

Podría decir, como en el tango, que los hombres me han hecho mal. Pero sería una verdad parcial. Hombres, por ustedes yo me he hecho mucho daño sin que nadie me lo pidiera. Esa sería una verdad más acertada.

Tras haber repetido una y otra vez los mismos errores en mi manera de relacionarme (los mismos pero, debo decir, cada vez más perfectos en su capacidad de desastre) bajé la persiana como medida desesperada para evitar que los males se volvieran irreparables.
Tras tanto traspié, la sola idea de tener a alguno de ustedes metido en mi vida me da más pánico que ir al dentista sabiendo que se le terminó la anestesia.

Tengo el vicio de desaparecer, de convertirme en alguien que no soy, la enfermedad de no confiar en ser suficiente. Tengo la mala costumbre de perderme dentro de una que no soy yo, una insana propensión a ser la Madre Teresa y la ficticia ilusión de que la felicidad del otro me hará feliz por carácter transitivo. Suelo dar lo que nadie pidió, entregar lo que no debo, aniquilar mi sistema defensivo y finalmente, dejar de ser.

Pero también tengo este culo inquieto, estas ganas de llegar a lo que sea que signifique la plenitud, este calor de querer ser una versión mejor de mí, de lograr la mayor cantidad de serenidades que vienen de la mano de la confianza en una misma, y de llevar una existencia sana (cosa que nada tiene que ver con tomar agua mineral e ir a sudar en clases de step) que me permita cerrar los ojos cada noche lo más en paz posible. En pos de estas cuestiones ando pateando tachos por todos lados logrando pequeñas definiciones que terminen por definirme por completo. Hago volar los platos por el aire para defender a rajatabla lo que siento como certezas. Ando intentando descubrir mis pequeños sabotajes, dejando al descubierto los maltratos de los que me hago víctima. Aspiro a pasar de la tolerancia cero al sano equilibrio. Cuando realmente llegue a ser la que soy, ya no podré desaparecer tan fácilmente.

Mientras tanto cargo con el mote de ser brava. Esta etapa de haber empezado a decir que no a lo que no me viene saliendo un poco apasionada.

Gracias por la comprensión y disculpe las molestias.
Estamos trabajando para mí.


martes, 12 de octubre de 2010

Un río de mujeres

Hay gente que viaja para ver con sus ojos lugares en donde transcurrió la historia (como si la historia sólo transcurriera en algunos lugares). Otra gente viaja para vivenciar una matrix distinta, culturalmente hablando. En mi caso, viajo por la gente. Sólo me tienta abandonar mi casa si sé que voy a volver modificada, más parecida a mí, más genuina.
Así me embarqué sin dudarlo en el viaje de Iyá Kereré al encuentro de mujeres en Paraná.






Paraná, entre dos ríos.

De pronto una mañana llegaron veinticincomil mujeres. Todas a la vez.
Fuimos viajando juntas cuarenta y siete granos de esa arena que invadiría la siesta litoraleña.
Cuarenta y siete almas y sus alrededores durmiendo sobre el piso de madera del salón de actos de una escuela. Y repitiéndonos así en cada aula, fuimos trescientas durmiendo bajo el mismo techo. Parte pequeña de veinticincomil durmiendo junto al río Paraná, bajo las mismas estrellas.
Mamushkas. Fueguitos. Mujeres.
Yo digo que cada cual llevó su tarea, su misión, su grano. Las feministas, las enojadas, las políticas, las artistas, las maestras, las que aman hombres, las que aman mujeres, las que aman, las que no pueden amar, las que juzgan, las juzgadas, las que mueven el aire de la Historia (la humanidad siempre camina por el surco que abren los que se mueven, los que deciden moverse y cambiar los rumbos).
Nosotras llevábamos la música ancestral en nuestras manos, el sonido del latir de la Tierra, los tambores en cuerda.






El mundito nuestro (que es un universo) tiene sus propias mareas, remolinos, idas y vueltas. Un gran campo de aprendizaje, dice Tere. Una escuela.
Y nos tocó un fin de semana entero hacerle música al encuentro de las mujeres de un país entero.
Una noche maldormida en un micro y dos en el piso.
Tres días sin ducha ni agua posible.
Tres días compartiendo el baño con trescientas mujeres y en algunos casos, respectivos críos.
Tres días de comer en plazas y veredas y competir con otras veinticincomil por baños, víveres y sombra.



Hubo momentos al borde del abismo. El cansancio, el río y tantas mujeres juntas, la ciudad dividida entre los que estaban en pie de guerra y los que por la calle nos daban las gracias y las bienvenidas. Las iglesias valladas y la mirada desconfiada de la policía, la batalla gráfica de aerosoles contra afiches perversos que nos acusaban de putas y asesinas. Igualito que cuando Torquemada gustaba de incinerarnos en sus hogueras. Por alguna razón la iglesia nos odia (yo creo que es porque ella jamás será la madre de nadie).




Hubo momentos de esos increíbles que tengo grabados en los ojos del alma.
Reunidas en la esquina del contrafestejo, empujando a la gente fuera de la ronda para amontonar los tambores y subir un candombe hasta el cielo.
Todas recorriendo el mercado montado en la plaza como comadres, recomendándonos mallas y chucherías. El rumor repentino de que los católicos habían atacado el taller sobre el aborto y había habído tumulto y golpiza. La marcha como una ola pasando por la avenida, con los puños en alto y cantando consignas sobre el derecho a decidir.






Deambulamos en bandadas la tarde entera, cruzando otras manadas, otros marcitos. El encuentro, el fastidio, la discusión que se puso dura entre nosotras ya con el cansancio pesando sobre la fuerza y cómo fuimos unas consolando a otras y tejiendo esa manta infinita de las mujeres, el dolor y la fuerza sanadora, y cómo esos gestos pequeños hicieron florecer unas canciones y tambores en la vereda, todas juntas, por eso es que vinimos, con la música a cuestas.

- ¿Alguna de ustedes está casada?- preguntaba azorado un chico con tonada el día del contrafestejo, descreído de que algún hombre pudiera dormir con una de esas mujeres tan libres que viajan solas juntas tantos kilómetros para nada en un micro.

Mujeres en la calle, mujeres en las plazas, mujeres en peñas, talleres, pizzerías, mujeres en los baños, en las tardes, las mañanas y las noches, mujeres aplaudiendo mujeres, mujeres escuchando a mujeres, mujeres hablando con mujeres. Ya el domingo a la noche en el evento de cierre, miles y miles hacen un tren interminable bailando carnavalitos que suenan por los altoparlantes en boca de mujeres.









- En cuanto vuelva a casa me voy a una gomería. Si veo una mujer más, vomito.. (Alfi dice tan claramente una de las mil cosas que me da vueltas por adentro)

Antes de irnos, agotadas y felices, sucias y somnolientas, tan pero tan distintas unas de las otras y tan parecidas, todas juntas a la orilla del río, deponiendo las armas, volviendo a ser grano de arena, parte de la misma manada.
Un poco más sabias.
Un poco más savias.