domingo, 31 de enero de 2010

Si la vida te da limones...

Internet nos ha cambiado la vida.

Chst, momentito, no terminé. No me refiero solamente al hecho de poder mandar un e-mail a España con solamente un click (que ya es bastante) en vez de tener que sentarse a esperar cuatro meses a que los barcos llevaran y trajeran aquellas cartas de carne y hueso con estampilla violeta del Rey Juan Carlos que mi abuela esperaba como única manera de saber qué había sido de los suyos en la aldea. Me refiero a algo mucho más sutil.

Ayer me encontré sentada en el banco del jardín de una casona de Florida viendo tocar y cantar a mi compañerito más delincuente de la escuela primaria, convertido en todo un pelado hecho y derecho.
Feisbuc mediante, todo este último tiempo está reapareciendo en mi vida gente que (por una cuestión de decantación natural) debería haberse perdido en el mismo tiempo así como desaparecen bajo la vegetación los antiguos senderos que nuestros pasos dejan en el verano dentro de un bosque (mierrrda que estoy inspirada..)

Yo, en la primaria, la pasé como el orto, para qué negarlo. En aquélla época el mundo me agredía con la separación de mis viejos, por ende (noto ahora), lisa y llanamente el mundo me agredía. Cuando uno es chico y luego adolescente, suele ser un boludo desconsiderado, ya que no es posible mirar más allá del propio ombligo. Y hace cosas boludas. Así, a través de la vida, víctimas y victimarios van por ahí sin volver a verse ni explicarse, llevando a cuestas todo lo que nos convierte en nosotros mismos.

Eran pocos los recuerdos que subsistían en mi memoria, felices en los dos primeros años, terribles en los cinco restantes. Tengo la sensación de haberme apagado durante mucho, mucho tiempo. Volver a ver a aquél que tantas veces (en mi sentir) me había maltratado era algo parecido a salir a la arena del ruedo para enfrentar al toro con un pañuelito de papel tisú.

Ahí recordé que ahora sé que la mente siempre me hizo trampa.

A la tarde, como para darme un baño de inmersión en mi infancia y llegar a la cita con aquél sátrapa en un estado de ánimo algo más lúdico, puse la palabra "Parchís" en Youchufff. Aparte de provocar que la china terminara demostrando sus genes cayendo rendida ante los movimientos de estrellita de rocanrol de la ficha roja, como yo misma hace veinticinco años atrás, encontré varios videos que mostraban a los parchis hoy. O sea, gordos, grandes, alguno con un brazo menos, fumones y con ganas de más. Con semejante máquina del tiempo a la mano, se me desató una locura (y van...) y me puse a revisar cosa por cosa lo que yo miraba, lo que veía, lo que me dio forma a mí y a ésta generación mía que me resulta tan jodidamente difícil de descifrar. Me puse a mirar con mis ojos de ahora. Y vi las hilachas. Cómo todo eso que parece tan enorme, tan brillante, tan impresionante cuando uno es chico, cambia de impresión ahora que respiro.

Llegada la noche, después de la autopsia indolora a los años ochenta (que en algunas secuencias me hizo ver de dónde sacó Capussoto tanta bizarrez), me acomodé el pelo corto, me encremé los tatuajes, me trepé en mis zapatos y me fui a ver el principio de mi camino con ojos nuevos.

Entonces, ese caníbal que me había torturado, cerveza mediante, puso en palabras imágenes que yo completé con las mías. Los cuatro que éramos nos reímos de nosotros entonces y de nosotros ahora, completamos las historias con las fichas del rompecabezas que cada uno tenía guardadas y la mirada cambió. Y cuando al final de la noche nos dimos un abrazo de despedida, fue por fin un abrazo cicatrizante de veinticinco años (casi tan bueno como el aloe vera).

Y la niña que sigo siendo (la que nunca dejaré de ser) volvió a casa reconciliada.

Y profundamente agradecida.





(Yo vestida de Bo Derek, sátrapa en el frente con bufanda y bigotes)

jueves, 28 de enero de 2010

nada.. (videoclip mental)

(Ponga Play)
(imagine una ruta de esas rutas llenas de campo y árboles a los costados, a veces girasoles, a veces soja, a veces sólo pasto, con alambrados que pasan finitos y las vacas y los caballos y los espejos de agua y allá, por todos lados, un cielo celeste con algunas nubes cada tanto)




(andar con la cabeza apoyada sobre el brazo que descansa en el marco de una ventanilla con la cara a contraviento sonriendo sin más motivo que el pellizco que siente a la altura del diafragma mientras se suceden en la cabeza del lado de adentro todas las imágenes de lo bien que la ha pasado usted en esta vida cada vez que sintió ese pellizco y un beso precedió su partida a algún lugar al que usted llegaría viajando con la cabeza apoyada sobre el brazo que descansaba en el marco de una ventanilla con la cara sonriendo a contraviento.)

lunes, 25 de enero de 2010

Chinatown

La China trae amiga a dormir a casa.
Yo, confinada a la soledad de la estancia (que vendría a ser el living, pero odio la palabra living) amorsatada en el sillón con mi tabaco y mis libros, amenazada con el exilio si oso entrar y hacerme la simpática.
Ellas orbitando alrededor de la computadora.

Amiguita:-Ay, pará, pará, tengo que escuchar una canción. Buscála en Youtube.
China:- ¿Cuál?
Amiguita:- Una que me dijo Él. Si, me dijo que estaba buenísima, que la escuchara.
China:- (...)
Amiguita:- Ay, porfi, quiero escuchar la letra. Seguro que dice algo, me lo dijo por algo. ¡Quiero escuchar la letra a ver qué dice!
China:- (Mirándola fijo a los ojos y con una mano apoyada en el respaldo de la silla) A ver si entendés: si te dijo que la escuches porque está buenísima es nada más que eso, le parece que la canción está buenísima. No hay mensajes ocultos, no te quiso decir nada sobre la letra ni está pensando que descifres ningún mensaje. Cuando un varón te dice algo, es LITERAL, ¿entendés? ellos siempre quieren decir lo que dicen. Y si querés que te entienda, más vale que también seas directa. Para los varones NO EXISTEN LOS MENSAJES SUBLIMINALES.
Amiguita:- ¿Qué quiere decir subliminal?

Yo, pasmada en el sillón, pensando cuánta guita despilfarré en terapia hasta que llegué, en veinte años, a la misma conclusión.


sábado, 23 de enero de 2010

Colores verdaderos

Enero.
Enero de 36º promedio de temperatura.
Enero escaso de viajes que tiene a todo el mundo apiñado comprando Rolito en Buenos Aires.

Yo ya sé que lo mío no es planificar, pero insisto. Y así vi cambiar de hoja todos mis planes de sierras cordobesas y mares uruguayos a manos de mi limítrofe decisión de renunciar con una claridad de corazón que no me conocía.

Esta insistencia en buscar por adentro de mi esa voz ahogada, esa voz mía, revolver sacando la basura, hurgar entre tanto mueble inútil y por fin agarrarme la mano y empezar el rescate, fue floreciendo sin que yo me diera demasiada cuenta. Muté hasta que me volví más parecida a mí y ya no se me hace posible no caminar de acuerdo a como siento. Y confío en que lo que sucede no es bueno ni malo. Es parte de mi camino.

Después de tanto parto, de tanta verdad para conmigo, de tanta entrega sincera, una escuela nueva me llegó hasta los pies y en quince días estaba reorganizando mi verano entre pintura en el patio y libros y más libros en la mesa del living (busquemos ya una palabra para ese cuarto que no sea "sala").

Las dos primeras semanas me convertí en una trituradora de conceptos que se metieron en los surcos de mi cerebro mientras, de pausa en pausa, aprendí a sacarle a la lira las canciones que yo me sé cantar. Se me metió la antroposofía por un ojo y me quedé pasmada con la claridad de alguien diciendo cosas tan modernas setenta años atrás. Me reconocí en muchas páginas mientras intentaba jugar con las pastas formando colores como harán los enanos que voy a conocer este año y a los que acompañaré hasta el final de su tránsito escolar, pasando de grado todos juntos de la mano.

Siempre viví mi trabajo con emoción (díganme cómo se puede ser formadora de niños y dejar el corazón en el ropero..) intentando amoldar mis ideas de respeto profundo a la infancia con la locura exitista de lograr que los niños sean cada vez más temprano convertidos en pequeños adultos, descifrando la escritura sin tener aún real conciencia del significado de una palabra, operando con varias cifras como promesa de futuros genios adolescentes, perdiendo por el camino los únicos doce o trece años de su vida en los que podrán ser niños en pos de ganar una ficticia carrera contra el tiempo. De pronto me encuentro con una escuela que propone las locuras que yo pienso. Y, aunque convengamos que las escuelas no son en sí mismas maravillosas o no (eso siempre será obra del ser maestro), es mucho más cómodo ir por la vida con un zapato que a uno le calza justo.

Entonces voy navegando entre palabras nuevas, entre nuevos conceptos que no me son tan nuevos, en donde la palabra que tanto me da vueltas aparece una vez y otra vez frente a mi nariz: fluir, fluir, fluir.

Y allá fui y allá voy, colgada de una liana al grito de ¡banzaaaaaaiiiiiii! a tirarme en aguas profundas, a entregarme de una vez a todo lo que digo, a ver cómo es, y casi que me sale bastante bien esto de ir sin oponer resistencia, sin agarrarme (y mierda que aprender a soltarme fue más difícil que dejarme sacar una muela de juicio)

Pero cada paso que doy me lleva un poco más lejos del mundo en el que solía vivir antes, cuando no me preguntaba nada, cuando todo era cuestión de repetir las mismas reglas para obtener los mismos resultados que, no te hacían feliz, pero no demandaban demasiado esfuerzo. Y a cada paso tengo que volver a inventar el mundo, a inventarme en esa que voy siendo.

Mientras mi espalda protesta con contracturas tamaño baño por las responsabilidades que siento sobre mis hombros, yo voy dibujando la maestra que puedo ser, la que quiero ser; calculo mentalmente el camino que mi hija recorrerá sola hasta su nueva escuela, pienso con felicidad que nos hemos ganado la media jornada y que las tardes (al menos varias tardes) serán por fin nuestras y voy dibujando la madre que quiero ser, la que voy siendo; encuentro unos espacios de charlas maravillosas con mamá, unos lugares en donde hablamos de una manera nueva, muy cercana, de dos mujeres que se van reconociendo y se eligen en cada charla, y voy dibujando la hija que quiero ser.

Pero todavía, por más pastas de colores y pinceles que me traiga, el papel en blanco me mira desde el piso esperando que me decida, esperando que mueva los dedos y le dé el color nuevo, la forma brillante, y yo no consigo, no logro todavía, no encuentro cómo, con qué trazos firmes, dibujar a la mujer.


domingo, 10 de enero de 2010

La otra negra



Anoche, noche de sábado, montadas en bicicleta, nos fuimos con Andre a ver a la otra negra, a la negra Liliana Herrero.


La primera vez que me conmovió su voz fue escuchando en el living de Pocha la Oración del remanso, de Fandermole. Su manera de decir es lo que me fue mostrando qué es lo que un buen artista logra en su ejecución. Liliana sangra, llora, ama o ríe con una intensidad que se puede casi tocar en el aire.


La voz de liliana tiene color de río, tiene el vaivén caprichoso del agua dorada del Paraná. Verla cantar, tan sencilla, tan de pan y de vino, puede ser un remanso o una correntada que te hace sentir el mismo dolor que supongo habrá dolido a la mano que escribió las letras.


Cuando la Quinta Trabucco se despejó de gente (hay que ver qué huevos se deben portar para dar esos recitales gratuitos que convocan unos públicos mezcla de respetuosos seguidores con gente al pedo que no tiene la más puta idea de qué es lo que va a ver) quise esperarla. Pero nada tenía que ver la espera con firmas de ridículos autógrafos o histerias cholulísticas. Yo quería decirle gracias. Tantas veces la escuché cantar en mi equipito el sentimiento preciso que me navegaba, tantas veces me supo acompañar en la emoción sin saber siquiera que yo existo, tantas veces tocó ella mi corazón cantando que sentí que quería devolverle algo.


Mientras la esperábamos sin prisa acodadas en la valla, apareció Liliana fumándose un pucho después de la faena. Cuando nos miró, no pude hacer otra cosa que sonreírle como una nena y decirle mis gracias a la distancia. Entonces, lejos de los divismos y las poses pelotudas, me sonrió, se acercó hasta donde Andrea y yo la mirábamos estupefactas, y mientras decía "no puede ser que una valla nos separe" trepó al mismo tiempo que nosotras y, por encima de tanto fierro, nos dimos las tres un abrazo.


No me animé a llevármela, sentarla en mi living y convidarle un vino para escucharla hablar hasta el amanecer (intuí que hay que estar muy loco para irse con dos desconocidas montada en el caño de una bici) pero le dejé una parte encendida de mi corazón. Corazón que, por cierto, su manera de cantar ha contribuído a encender.


Aquí les dejo su versión maravillosa del tema de Jorge Fandermole.

Enamórense.




jueves, 7 de enero de 2010

The answer, my friend, is blowing in the wind..

La cosa más difícil de hacer es andar por este mundo escuchando al corazón.
Toda la vida nos preparan, con heredadas recetas arcaicas, para ser razonables, para evaluar cada decisión con interminables noches de traqueteo mental que nos tienen dando vueltas en la cama, para medir y calcular y sopesar y casi siempre, dar mínimos pasos, pero siempre sobre alguna ruta previamente trazada hacia el éxito. El éxito se mide de acuerdo a lo lejos que uno haya llegado en la vida, y por lo general, esa lejanía tiene que ver con cosas que podamos ver con los ojos y tocar con las manos, o básicamente, comprar con dinero.

Así, bien agarrados, nos convertimos en gente digna del elogio.

Soñar es signo de inmadurez.
Abandonar una oficina porque no se es feliz copiando números en un papel o viajando intermitentemente por el continente de congreso en congreso, o porque uno no está dispuesto a traicionar sus principios y realizar una tarea sin poner el corazón, es un signo de inmadurez.

Romper una pareja con una buena persona que además se ocupaba de pagar las cuentas y tenernos sin trabajar, o que nos miraba con ojos embobados esperando que le mostráramos el sentido de la vida, es un signo de inmadurez (pero sí es bueno que al hablar del tema uno diga cosas como "negociar, ceder y tolerar")

Creer en la palabra de la gente sin pedirle que firme papeles varios para asegurarnos de que cumplirá, ya más que de inmadurez, es un signo de locura.

La vida no está bien llevada si no nos demanda control, medida, cálculo, sufrimiento (sobre todo sufrimiento), trabajo que nos resulte duro, durísimo, y metas concretas. El mañana tiene que estar ahí, siempre presente en la cabeza, el mañana, el mañana, el mañana. Todo lo que hacemos en la vida no debe perder de vista sus efectos en el grandilocuente futuro.

Bueno, preparen las estacas, la hoguera, la cruz y los cascotes. Ya no les creo nada.

Pero eso si, antes métanse en el culo todos los postercitos que rezan que vivamos cada día como si fuera el último y dejen de consolarse pensando que la frase sólo habla de tener una buena partuza una noche cualquiera, en donde arrojan al aire una chancleta que buscarán en cuatro patas la mañana siguiente antes de volver a la oficina.

Siempre es más fácil matar al loco que te enrostra la verdad en la cara que mirarse en el espejo y aceptar que uno es un cobarde. Siempre es más fácil repetir una y otra vez las mismas ideas heredadas que sentarse a revisar qué mierda está haciendo uno con su vida. Atosigarse leyendo a Louise Hay, a Silvia Freire, al que se llevó el queso o al de la armadura oxidada, para poder justificar "no soy gorda, lo que pasa es que en el alimento busco recibir el amor que me faltó de chica. Ahora que sé eso de la programación neurosublingualcatamórfica estoy abierta a merecerme un príncipe que me ame como soy". Y seguir igual, pero con vocabulario nuevo.

Y así mirar a Colón zarpando detrás de su corazón que grita una redondez que ningún otro se atreve siquiera a imaginar, verlo ir detrás de lo que siente verdadero, deseando que fracase, que nunca demuestre esa verdad que, ah carajo, nos va a cagar la vida obligándonos a aceptar que somos una manga de miedosos. Que la responsabilidad de vivir una vida de mierda no es de dios, ni del destino, ni de la crianza, ni de la alimentación a base de carne, ni de las pocas oportunidades, ni de la mala suerte, ni de los consejos equivocados.

Siempre será mejor y más cómodo sentarnos a esperar que ése que va en busca de la verdad, fracase, mientras envejecemos agarrados a la silla.

A ver quién me tira la primera piedra.



martes, 5 de enero de 2010

Noche de reyes


Ya junté el pastito, puse agua para los camellos, preparé tres sendos sánguches de bondiola y dejo un tinto abierto para que los tres tipos la pasen bomba y se pongan generosos.
Ahora, la lista de los regalos que quiero para este año:
* Una máquina para matar boludos.
* Un hígado renovado (el que tengo anda medio torturado de tanto digerir boludos)
* Que la paciencia que me sobra con los niños siga sin alcanzarme nunca para los grandes.
* Un sueldo que refleje la manera en que me rompo el orto trabajando y no se extinga inevitablemente el día veinte de cada mes.
* Pocas pulgas y palabras precisas para dejarlo claro.
* 365 noches buenas.
* Más música para mis oídos.
* La desaparición definitiva de los colectivos (lo siento. Es una cuestión de supervivencia)
* Un varón que vea la vida (y su periferia) más o menos igual que como yo la veo, o en su defecto, a Diego Torres (desconozco cómo ve la vida, pero sabré hacer buen uso de su presencia).
* Las tardes libres.
* Más compañeros de ruta que sepan jugar.
* Telepatía (es mi lista, pido lo que quiero).
* ¿Ya pedí la máquina para matar boludos?
* Un mundo mejor.

Con eso, para arrancar, vamos bien. Del resto, yo me ocupo.
Gracias.

(Alberto Montt )

domingo, 3 de enero de 2010

Mariposa technicolor

(A raíz del post anterior en el que solté al aire un bello poema de Miguel Hernández)

Quizás sea por haber nacido en este país con tan mala memoria, o a lo mejor por alguna razón que alguien explicará mejor que yo, cierto es que pertenezco a la generación tatuada.

Mi piel no solamente ostenta los besos de pecas que el sol ha sabido dejar con el pasar del tiempo. Tres marcas de tinta atestiguan tres de las tantas marcas que tiene mi alma.

Hay gente que lava sus penas en alcohol, otra que se vuelve adicta al trabajo, hay quien se esconde detrás de un matrimonio, gente que con sus heridas hace, como bien dijo Man en su respuesta al post, bellísimos poemas o canciones y tantas posibilidades como gente hay en este mundo. Muchas culturas antiguas marcaban la piel de sus integrantes en rituales de pasaje de edad, otras afeitan cabezas o atan el pelo de sus mujeres y lo esconden bajo pañuelos cuando estas se casan, como hacen por acá las pocas familias de gitanos que quedan o, curiosamente, muchas familias de judíos ortodoxos. Algunos eligen llevar el nombre de sus hijos pintados en tinta sobre la piel y hay quienes, acá en mi país, se cuelgan al cuello (disculpen la opinión) unos horribles muñequitos de oro con la formita correspondiente que representan a cada uno de sus hijos.

Uno de los hombres de mi familia, un italiano que había estado peleando en la guerra (por acá las familias ostentamos mezclas étnicas maravillosas) cada tanto acariciaba con orgullo una herida de guerra que no lo mató. Esa marca en su cuerpo le recordaba que un milagro le había dado una nueva oportunidad de vivir de una manera totalmente distinta, consciente de que cada bocanada de aire que tomaba era un regalo, un tiempo de más que el cielo le había otorgado.

Mi primer tatuaje fue un tribal en la pierna, con una punta hacia la tierra y algo que me pareció como fuego subiendo hacia el cielo. Mi hija, mi chinita, ella, toda parte de mí, ya había nacido, y sentí que mi tribu empezaba a tomar forma. Solamente yo sé qué soledades, qué miedos oscuros atravesé mientras ella era parte de mi cuerpo. Cuántos presagios de pobreza, infelicidad y trabajo duro salieron de cuántas bocas. Solamente yo sé cuánta fuerza hizo mi corazón para no escuchar nada más que su corazón latiendo a la noche dentro de mí. Cuando por fin nos miramos a los ojos el día que nació (y juro que nunca sentí un amor igual al que sentí ese día, en ese momento en que por fin todo era silencio y las dos nos descubrimos después de presentirnos durante nueve lunas) yo ya no era ni volvería a ser la misma. Y tocar el dibujo en mi pierna cuando alguna vez, otra vez, la vida parece un tsunami que quiere arrasar con todo, me recuerda que si yo fui capaz, ahora también soy capaz.



El segundo fue un dragón en mi brazo izquierdo, diez años después. En esos diez años viví la experiencia de volverme una sombra, de perder mi brillo, de casi desaparecer por ir siempre detrás de una felicidad que creí que estaba fuera de mí. Buscaba desesperadamente lo que creía que me completaría y me volvería por fin la persona feliz que yo sabía que podía ser, sin darme cuenta de que nadie puede darnos lo que no tenemos. En el camino encontré dos buenos guías y de su mano hice un trabajo doloroso e impecable para encontrarme de una vez por todas. Con tres décadas sobre la Tierra tenía dos caminos: tomar la pastillita roja o la azul. O dejaba de preguntarme cosas y me quedaba en la superficie o me metía a bucear en mis sombras. Así que opté por la roja y, palita metafórica en mano, fui a por más. Si tenía tantas preguntas burbujeando sobre el sentido de la vida y quién era yo, tenía que encontrar las respuestas. Y entonces fue que apareció rondándome la imágen de un dragón. Porque el camino que vendría necesitaba de mí toda la fuerza para ser sorteado.




Ahora que encontré mi voz, ahora que mis pies son sinceros en su caminar, ahora que aprendí qué cosas no y voy de a poco creando las que sí, ahora que digo lo que siento y que vivo de acuerdo a eso sin pedir permisos, sin esperar gustar o agradar, ahora que sé que ésta es la que soy, ahora que aprendí a soltarme y partir cuando ya un lugar no es más mi lugar, ahora que percibo el amor de una manera tan pura, ahora que aprendo todos los días de todo el mundo y comparto lo que aprendí, ahora que canto con el alma sin preocuparme por las notas o la pose pero sintiendo que me desparramo en el aire con cada canción, ahora que me encuentro con gente hermosa, gente que encontró su propia luz como yo encontré la mía, este último, la mariposa azul en mi espalda, debajo de mi hombro, es el recuerdo que mi piel guarda ahora que, por fin, encontré mi alma.




sábado, 2 de enero de 2010

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Miguel Hernández.