martes, 31 de julio de 2012

Pensamientos que navegan después de una conversación en donde yo ví y el otro no podía mirarme.

Por miedo rompemos
por miedo escapamos
por miedo no hacemos
no decimos
no miramos.
El miedo nos ata las manos
las piernas
la lengua
sube y detiene las palabras.
El extremo del miedo es la locura.

Y yo pienso que igual, hagamos lo que hagamos, un día todos, absolutamente todos, moriremos inevitablemente.
Si no hemos dejado en el mundo lo que traíamos para cambiarlo, ni vivir ni morir habrán servido de nada.


Y comprendiendo la inevitabilidad tan cierta de la muerte, entregarme por fin a todo lo inevitable, dejando que sea el curso de las cosas el río que transporta mi existencia, y soltar toda la fuerza dando pelea en el momento justo en que la ola me elevará por encima del aire para ser todo impulso, todo voluntad de trascender la ilusión para saberme plenamente nada más que una chispa de luz en la edad del tiempo.

Porque amo a la vida y al mundo con la intensidad del que sabe que un día va a tener que partir es que puedo cambiarlo.


lunes, 23 de julio de 2012

Vida tribal

La vida de uno podría compararse con lo que sucede con el arte.
Están los que pintan
y los que plasman lo vivo en la pintura
Están los que tocan
y los que entregan su alma a la música
Están los que bailan
y los que se dejan invadir el cuerpo por lo que vibra
Están los que cantan
y los que se vuelven canción
Están los que ensayan toda la vida
y están los que viven

Un encuentro es algo mágico.

Debajo del cartel de COTO va cayendo la tarde de invierno y unas cuantas manos peludas apilan las maderas que serán fuego mientras la mitad femenina se agrupa al sol escueto del invierno, rodando tabaco y mate, reproduciendo el círculo. Cuando el sol por fin hace abandono de cielo y arde el fuego, los tambores se templan y se templan las almas.






 Empiezan a brotar ahí, acá, rondas de palmas, de cuerpos que danzan, de canciones, de tambores, de mate y de charla, todo a la vez pero en tiempos distintos, alrededor del fuego florecen los círculos espantando el frío, calentando el corazón.





 
Sentada ahí en el cordón de la vereda asisto a la celebración de algo, de todo junto. Y canto, y toco, y bailo, y cantamos, y tocamos, y bailamos.




Cuando me voy soy más la misma que cuando llegué, pero he cambiado.

Algo entregué y algo recibí de todas ellas, de todos ellos.


Algo que imprimimos mutuamente en los cuerpos con la palmada en la espalda que sella el abrazo de despedida.


Así mismo, de esa misma forma, quiero viajar por cada día de toda mi vida.

jueves, 19 de julio de 2012

Leyenda (cuento número seis)

En las Tierras del Este, cuando los tiempos todavía no eran tiempos, bajó una estrella.
Las Mujeres de piés de barro, corazón de fuego y cabeza de cielo la acunaron y resplandeció su luz. Fue venerada, escrita por poetas, cantada por voces prodigiosas, amada y odiada con el mismo ardor.
Cuando llegó el tiempo, las Mujeres de piés de barro, corazón de fuego y cabeza de cielo la posaron sobre la Tierra, y la estrellá echó raíz.
Lentamente sus hilos luminosos encontraron camino entre terrones y secretos, y alguna de sus puntas llegó hasta el mar.
El agua habla el idioma de la luna y las estrellas, escuchó la canción que sonaba en la raíz, y todo el mar se estremeció con aquella música del cielo. Las sirenas encontraron allí su canto, y surcaron los mares hasta las Tierras del Poniente, y en sus costas amables cantaron a cada grano de arena la canción de la estrella.
Así fue la voz hecha palabra penetrando de la arena a la tierra, inundando las napas, alimentando las raíces, trepando por el tallo hasta la flor.
Entonces, un día, en las lejanas tierras en donde se duerme el sol, emergiendo como un milagro, quebrando la tierra a su paso, iluminando la noche oscura, del suelo nació una estrella.