miércoles, 24 de octubre de 2012

Diatriba en forma de poema (perdón Neruda)

Un tumor.
Una perla de qué dolores
de qué soledades
de qué abandonos
me tiene como ostra.
Las arenas del tiempo
de los días
reunidos en pequeña gota
no tan brillante
no tan radiante
ahí, en el cofre de una teta.

Todo está mal. No la salud (a dió gracias), que hoy hay remedio químico para tanta cosa.
Todo lo andado está mal.

Me siento en los días que hoy transcurren
a pensar
de qué va la cosa
a sacar del medio gente venenosa
a limpiar de un plumazo
la mala costumbre
de quedarme donde no me llaman
donde no me quieren
donde no me abrazan
donde no me piden que me quede.

Juana de Arco por vocación
inmolándose
sin necesidad
sin requerimiento
por la sola vocación de mártir
de santa
a tiempo se descubre caminando sobre brasas
que eran para el asado
no para el sacrificio.

Mal aprendí que el amor es dolor y es distancia
es padecer, es obsesión,
que si no duele, no es amor.

Mal aprendí
que hay que dejarse la vida
en cualquier causa
menos en la vida misma.

Me miro en el espejo.
Me miro en mi tarea.
Miro mi miedo de que ya no me quieran.

Cuando creía que todo lo hacía por amor
lo estaba confundiendo con desesperación.

Entonces
que se vayan todos a la mierda
menos yo.

Y ahora todo el tiempo es mío
mientras aprendo cómo es
no querer ser la mejor.
Y me enojo
con o sin razón
y puteo
y doy portazos
y empujo y pego y ladro
como nunca
viendo como se siente
que no te importe
si te van a querer o no.

Quiero ser ostra
de perlas mejores
que un tumor.


lunes, 8 de octubre de 2012

Neverland tiene que cambiar de nombre. Los 17 de Porfinland: suena la Chilinga

(Era un cuatro de octubre de un tiempo de intensidades desmedidas y pruebas del valor a la vuelta de la esquina.
La luz de mi tribu es tan intensa como intensa y profunda es su oscuridad. Un pueblo de rotos y perdidos, de sueños químicamente provocados y estados alterados, en donde florecen la magia y los demonios.
Mi enfermedad.
Yo no sé bien qué caminos son los míos, ni por qué somos ni quiénes fuimos, todavía no puedo saber bien quién soy ahí, qué soy ahí, qué sitio debería tener que no lo encuentro.
El me pidió muchas veces que llenara la escuela de niños, y creo que apenas ahora lo voy comprendiendo.)

Para celebrar los 17 años, la Chilinga vuelve a actuar en el teatro Ateneo.
Somos nosotros mismos los que llenamos las 600 butacas del teatro. Son nuestras madres, nuestros primos, los pibes del barrio, los que recién empiezan, los vecinos, no hay nadie que venga de un público genuino. Somos miles, un universo pequeño con sus propias estrellas y sus propios rituales; un antiguo pueblo orgiástico y guerrero de algún tiempo mítico.
A mí todo el evento me parece como una gran raviolada en familia, como siempre que ando con ellos, y ando por ahí con ese nivel de relajación, la gente me hace de telón de fondo. Hemos jugado entre nosotros de maneras increíbles en escenarios impensados, faltándole el respeto a lo solemne, haciendo magia. La hemos jiponeado como en cualquier garage en el Konex, en el BAFIM, teloneando a Arbolito y en el mismísimo Luna Park en el congreso de la JP, el último con Néstor vivo, recién operadito, con dos mil personas coreando "hasta siempre comandante", saltando repletos de adrenalina.

Mi vida este año fue una centrifugadora, me dio todas las patadas de karate posibles hasta tenerme sintiendo que estoy en alguna clase de época de parciales (me parece escuchar alguna voz burlona diciendo ¿así que decís que aprendiste? vamos a ver..)

A los jipis yo siempre les escapo, siempre les tuve miedo.
Cada uno de ellos me refleja.
Sus vidas, sus decisiones, el estropicio que hacen con esos cuerpos que cuando bajan música emanan tanta luz, y cómo vuelven luego a la oscuridad más proporcional.

Este año la cuota era suficiente como para dejarme sin la energía necesaria para ir a meter la cabeza en el reino de Marte. Lo que para ellos es un estado natural a mí me remite a la casa de mi infancia en donde mis padres pasaban todo el puto día discutiendo por encima de mi cabeza. Todavía no me era posible reírme de ellos, no en este tiempo.
Jueves, teatro ateneo.
Ya no siento ninguna desesperación de que me quieran. Ahora voy a encontrarme con ellos, porque me encontré mucho en estos tiempos de desespera.
Siento que les debo algo, que algo tengo que darles, que tengo que entregarme a quererlos así, oscuros, quejosos, malhumorados, peleadores, desagradecidos, caprichosos, crueles, desamorados.
Porque son como un pueblo encantado al que hay que amar en su forma de sapo para que se vuelva príncipe.

Peter les grita a todos (esta vez me salvo porque está conmovido conmigo, ya se le pasará..), los trata a todos de pelotudos, quiere que le leamos el pensamiento y adivinemos qué estrofa está queriendo escuchar, cambia todos los arreglos que hizo, mira con los ojos como puñales, la liga el pibe de la armónica que encima vino de invitado especial. 

Hay doscientos ochenta chilingos deambulando por todos los pasillos del teatro Ateneo, una humareda insufrible de orígenes diversos, botellas recortadas repletas del elixir de la guerra (el ferné es lo que les da el coraje), y de pronto se hace un agujerito en el tiempo en el camarín de Peter Pan. El tiene sus botellas de lujo, el espejo grande tomado por las de siempre, las más antiguas, las que ahora dirigen las distintas batutas. Somos todas ahí con él y de repente su guitarra, como si afuera nada pasara, como en una carpa en el desierto, la noche antes de que empiece la guerra. 


Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el mas claro proceder
ni el mas ancho pensamiento
todo lo cambia el momento

cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias
solo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes

Se va enredando, enredando
como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando
como el musguito en la piedra
como el musguito en la piedra, ay si, si, si



Entonces la puerta se abre y el mundo se cuela invadiendo el silencio, llamándonos de nuevo al lugar que hay que ocupar.





A construir el lugar que quiero encontrar.