miércoles, 29 de mayo de 2013

viernes, 17 de mayo de 2013

Denuncia

Me persigue la palabra amapola.

Vino desde Córdoba en la boca de un alma amiga que venía de vuelta a casa a curarse las penas y las sombras. La trajo en un nombre elegido para un angelito que la anda rondando, y en una dulcísima canción que me dejó totalmente pegada en el alma.
No creo haber dicho antes muchas veces la palabra amapola. Es una linda palabra, sonora. Se siente rara en mi boca, y me encanta decirla y probarla.
Canto 
y una amapola me lo dijo ayer
que te voy a ver
que te voy a ver...
          
Martes, entrevista con la terapeuta de uno de mis niños, conversación, planificación, charla y entonces escucho en el aire, saliendo de su boca sonriente, "..el centro es un desastre, yo lo tengo que padecer porque los martes estoy en el jardín Amapola.."

Miércoles, al pasar, en una conversación matinal cocineril con la Maestra Marisol, dando cuenta de una merienda distendida, al preguntar por el origen de la delicia con la que me convidaba, "Amapola" fue la respuesta.
De los mil nombres que podía tener un lugar de comidas, embocarle a la palabrita y que me resuene por vez tercera es al menos llamativo.

Jueves, cursando el seminario pedagógico, en pleno estudio del reino vegetal, el ejercicio era observar semillas y piedras, mezcladas y dispersas sobre una mesa. La mayoría de las semillas eran anónimas, sólo algunas habían sido clasificadas. Se nos enuncia entonces la lista de lo conocido "esta es una semilla de araucaria, esta de timbó, esta es una semilla de amapola..."

(continuará)


sábado, 4 de mayo de 2013

Música de locos

El domingo pasado, los tambores fuimos a manifestarnos al Borda, al leprosario de la sociedad moderna, a donde esos que son el resultado de nuestras fábricas de desamparo, de violencia y de ignorancia, andan deambulando en el laberinto de sus almas sin frenos, navegando solos, invisibles, por esa realidad confusa que supimos conseguir.
El gobernador de la ciudad y su afán inmobiliario le pasaron topadora al único edificio en donde realmente se ponía en práctica el arte de curar. Demolieron el taller artístico protegido.
Y como postre, la policía repartió palos y balas de goma a los médicos, a los pacientes, a todo aquél que intentara defender (con dolorosa desesperación) el espacio en donde la puerta al mundo estaba abierta para que los locos pudieran cruzarla.

Veo las imágenes y no comprendo bien cómo es que somos nosotros los sanos y ellos los enfermos.

El domingo, llego a los caminos sinuosos de la salud mental, pasando en silencio por el frente de lugares tétricamente oscuros, rejas y paredones, y cuando ya casi huelo la tristeza, al final de las curvas y portones de rejas, hay gente colorida, no demasiada pero la suficiente, y gratamente me voy reencontrando con esos que fui conociendo en esta ruta del candombe de mis días, mis hermanas Iyás, los chilingos, las bailarinas. Entre todos los tambores encuentro a los míos, los que suenan conmigo, los de mi tribu. Y entre medio deambulan ellos, los que habitan este espacio de manera permanente, los frágiles, los vulnerables, los ellos del nosotros. Ellos cargan con algo de lo que siento que nos libran.

Creo que vine a dejar de tenerle miedo a la locura.

Escucho los discursos, escucho claramente que no estamos aquí a favor de institucionalizar como tratamiento a los desórdenes psiquiátricos, sino que venimos a defender el espacio que funciona como puerta a la desmanicomialización , que la sociedad que queremos construir no tiene paredones y después.

Al rato de estar, se adelgaza tanto la línea que separa a unos de otros que ya es difícil saber quiénes son los locos.

Yo toco como loca, literalmente como loca, aullando de la alegría de defender lo que digo que defiendo, de salir de las palabras y pasar a la acción, de hacer lo que digo que hay que hacer, de concretar una forma en el mundo.
Yo canto como loca con un coro improvisado de mujeres que tenemos ganas de sembrar eso que las topadoras han derribado, para que sanemos, y lo hacemos bien para que se haga real; si el arte los cura, sembremos entonces en el mundo el arte, el hacer con amor, sólo por amor a la belleza, algo bello. Y en vez de tirarnos con esas piedras que tiene el camino, hagamos puentes en donde, desde todos los universos de las formas de ser posibles que hay en este mundo, podamos encontrarnos.

Enloquecida de tanto cantar, me puse a hacer lo que realmente se me estaba dando la gana, y con el tambor calzado en la cadera, emprendí la vuelta bailando, dejándome bailar por los tambores, nadando en el aire, con cada golpe de mano y palo sobre el parche. Bailé con los locos sintiendo cierto esto que hacemos, haciendo lo que hacía con con total voluntad. Para darles alegría me volví alegre, moviendo el cuerpo al compás del alma, sin más preocupación que la de la de andar bailando. Entre el mar de madera de los tambores abiertos, nadé por los ojos, las manos, los parches, las bocas, sobre eso cálido que ocurre cuando se tiene claro el por qué, la causa, el motivo que enciende la fe de defender lo que se defiende. Bailando pedí por la libertad de dejar de ser condenados, por el derecho a la dignidad de ser humano, por el amparo y la educación,  por dejar de matar y volver a sembrar, porque creo que la alegría es una buena manera de combatir esa mierda que hacemos subir hasta los techos en el mundo que estamos creando. Porque es hora de que alguien pare, de que cada uno pare, de ponerle freno a esa necesidad de hacernos daño.

Quién dijo que las batallas solo se pelean a sangre y espada.

Ellos quisieron demoler el arte, la puerta por donde se cruzaban la vida y la locura.
Y lo que hicieron fue abrir un boquete y desparramar su contenido como pintura de colores sobre los escombros y el asfalto.