jueves, 29 de septiembre de 2016

El perro negro

La China tiene un perro amigo que a veces la sigue desde el trabajo hasta casa. Es un cuzquito con unos ojos tiernos, negro y marrón, hichapelotas como él solo.

Los días que corre tras la bici de la China y viene a casa, se queda a dormir en la puerta, ladrándole durante toda la noche a todo lo que se mueve. Pero lo peor es que, como yo arranco antes que Chinatown, a la mañana el perro la emprende con perseguirme a mí hasta la escuela.

De más está decir que siete y media de la mañana la calle es un quilombo, todos manejan como desquiciados, a los bocinazos y empujones para llegar con los pibes a la escuela y a la oficina y el caos es tamaño baño. Que un perro te siga en bicicleta, corriendo por el medio de la calle, totalmente ajeno a los bocinazos y las frenadas, y que los conductores te puteen de arriba a abajo,porque todos asumen que el perro es tuyo, no es la mejor manera de arrancar el día.

Así empecé.

Ya me enculé cuando abrí la ventana y lo vi, saludándome chocho del otro lado.
Las primeras cuatro cuadras de andar con la bici casi me tira dos veces. A las diez cuadras ya se habían acordado de mi vieja al menos quince personas. En la cuadra número once, ya al borde de la violencia con el perro, sin lograr sacármelo de encima después de haberle tirado palos, patadas al aire y gritos de protesta, la cabeza me hizo clic.
Y pensé:

¿Cuál es el perro negro de mi vida? ¿cuál es el problema, la situación, la angustia, la tragedia mía de cada día?

Miré al perro. El perro no desaparecía con mi enojo, y al tratar de esquivarlo, se me venía encima, con el consecuente riesgo de estrolarme de un momento a otro.

El perro negro estaba ahí, venía conmigo, no se iba a ir. Tenía que poder aceptar eso como realidad, dejar el enojo y pensar con claridad.

Intentar hacer el mismo camino de siempre con el perro al lado era una locura; él no tenía registro del peligro, y se cruzaba una y otra vez por adelante mío, y de vereda a vereda, esquivando autos que daba miedo. Había que cambiar de camino.

"Enfilo para la avenida. Donde vea muchos autos, se va a asustar y se vuelve..." pensé.

No era una mala idea. Atravesé toda la plaza de la estación, y al llegar a la avenida por la vereda, el perro ahí, chocho conmigo, moviéndome la cola como si anduviéramos de joda los dos. Paré en la entrada de la plaza. Y el perro negro ahí, conmigo.

"Va a ser más fácil intentar seguirlo a él que tratar de escaparle" pensé con un suspiro.

Y andando despacio en bici por la vereda ancha de la avenida, el perro negro dejó de ser un problema. Al trotecito, en línea recta, a la derecha de mi bicicleta, fuimos andando juntos, esperando en cada esquina para cruzar seguros, hasta llegar a la escuela, sanos y salvos, sin daños colaterales, a tiempo y tranquilos.

Flor de metáfora me espetó esta mañana la vida...






sábado, 17 de septiembre de 2016

En terapia (La herida de Narciso)

Alguna vez leí que, en nuestra parte animal, nuestro cuerpo percibe la tonicidad muscular del cuerpo del que tiene enfrente, con quien está interaccionando. Si uno de los dos tiene miedo, eso se refleja en cierto tono muscular tenso, que indica agresividad, el cuerpo está listo para atacar. Lo que el otro cuerpo percibe es esta última parte, y se alista para atacar.
Algo así era.
Me navegó un tiempo largo esa imagen. Y se me aparecieron preguntas. ¿Dónde me duelen los otros? ¿por qué provocan en mí una reacción? ¿qué lugar de dolor en mí tocan, rozan activan? El enojo es, en el fondo, un grito de dolor, una tristeza, un mecanismo de defensa contra lo que se vive como una agresión. Pero, ¿en qué elemento es que vivo yo algo como una agresión?

Soy mi propio objeto de estudio. Entiendo lo pedagógico a través del recorrido de mi propia biografía, observando los resultados en el plano anímico y social. Me observo como resultado de un sistema educativo, y lo comparo con el sistema pedagógico que transito hoy como educadora. Soy producto de una educación que atravesé durante una etapa imitativa en mi primera infancia, y soy producto de lo que emocionalmente se educó en mí al atravesar el segundo septenio de mi vida. Objetivarlo para comprenderlo es la tarea que me ocupa.
Revisar el universo de la construcción de mi emocionalidad me ayuda a comprender mi accionar, refinar mis motivos, intentar la modificación de mis conductas en pos de un accionar social un poco más sano y menos violento.

Deseducarme. Sacarme la telaraña de la violencia, del desprecio, del prejuicio, volver hacia lo que sé que traje y he perdido. Porque yo recuerdo a una niña de seis años luminosa y feliz, generosa y solidaria, respetuosa de la palabra y de los acuerdos, amorosa, confiada y entregada. Y en algún lugar del camino la perdí, y quisiera volver a encontrarla. Era realmente bella esa niña que fui.

- ...a mi no me importa en definitiva lo que el otro me está diciendo, sino el sentimiento que eso me provoca a mí adentro, Mabel (ponéle que mi terapeuta se llama Mabel.) Qué cosa de lo que él dice o de cómo lo dice me provoca esa emoción violenta, como de ofendida, qué se yo; yo siento que me sube algo, una cosa fea, una sensación fria, me enojo mucho... pero yo no quiero que me pase eso, no quiero sentir enojo. ¿Qué botón mio está tocando con eso que me dijo?¿a qué lugar lejano me lleva con esa emoción? como ese cartelito de facebook que dice "¿me ofendiste o en realidad me mostraste donde tengo todavía abierta la herida?" ¿dónde tengo esa herida, qué herida es Mabel? quiero curarla. Yo quiero que habitar mi interioridad sea la sensación más placentera del mundo, No quiero nada que arda, que duela, que pique, que ahogue. Quiero ver todo lo que tengo roto y arreglarlo. ¿Cómo hago?

(silencio)

(Mabel se queda pensando y se da golpecitos con la birome en la sien. A mi me aparece en la cabeza la imagen del librito que amaba leer en mi infancia...)







sábado, 3 de septiembre de 2016

Desayuno saturnino

Solo está abierta el alma para aprender cuando en ella vive una pregunta. Solo una pregunta abre el apetito para ir en busca de las respuestas. Es en esa búsqueda que se aprehende el conocimiento, se elabora y se transita lo que luego podrá intelectualizarse, se descubre, se devela por el accionar de la propia voluntad. No son los discursos lo que nutre al niño, sino lo que seamos capaces de mover en nuestra propia alma como pregunta.¿Por qué estoy enseñando lo que enseño?¿qué valor, que fin formador del alma humana tiene para mí este contenido que voy a dar? esquivar la pregunta utilitaria materialista del "para qué sirve". Despertar las preguntas profundas, las preguntas prácticas vendrán a su tiempo, cuando esté la capacidad de juicio, la de causalidad. Ahora, el mundo se revela en su etapa de belleza, de misterio natural (base de la ecología, la veneración por el planeta).
Para poder enseñar, debo hacer mías las preguntas del niño, debo pasarlas por mi propia alma. Y nunca responderlas, sino propiciar que encuentre las herramientas para respondérselas por sí mismo, según su ser único y personal.
La escuela no debe ser una máquina de fabricar piezas iguales. Cultivar no es lo mismo que fabricar. Cultivo en mí las preguntas para que florezcan las imágenes que esos niños necesitan, para poder darles el marco que necesitan para hacer su vivencia.

Ponéle....

(el secreto de crecer me parece que está en hacerse cada vez mejores preguntas.)

Que tengas un buen día.





jueves, 1 de septiembre de 2016

Reflexiones bronquiales

Toso. (..quiero creer que estoy tosiendo con mi mejor y mi peor historia..)

Mis pulmones se rebelaron mil veces este año.
No acepto, no logro aceptar la violencia que el mundo me propone, me contamina lo que respiro, y toso.

Hoy el debate es si el médico que mató a tiros al delincuente que probablemente lo hubiera matado, es o no culpable de asesinato.

Recuerdo a Candela en una bolsa de plástico, usada como objeto de placer personal y descartada en la basura, como corresponde al ciudadano ordenado y educado.
Recuerdo al abuelo juez de la Nación, denunciado por una de sus nietas, amparado en el silencio de sus sumisas y violentadas hijas.
Recuerdo las fotos de los acribillados en los diarios, en las pantallas, la carne expuesta a mis ojos cotidianos.
Las bombas, las guerras, los náufragos ahogados en las playas de Europa, las madres cacheteando a los hijos frente a las góndolas multicolores del supermercado, las mujeres desaparecidas para ser traficadas y consumidas, las habilitaciones millonarias fraudulentas que matan doscientos pibes en un boliche de un plumazo...

Escucho al tontín de la radio tener un momento de lucidez, y entonces decir al aire lo que estoy pensando: "lo más terrible es que el debate no sea ¿cómo es que nos acostumbramos a esta barbarie? Hay muertos todos los días, gente que muere a manos de otra gente. Hay asesinatos todos los días, a tiros o por omisión y abandono. Y nosotros ya estamos acostumbrados. No nos pasa nada. Estamos tristemente acostumbrados. Es triste. Es muy triste lo que nos está pasando."

Y no nos parece terrible, ni nos parece urgente ver ¿cómo es que estamos educando a los seres humanos para que la vida valga tan poco? ¿qué están aprendiendo de nosotros? ¿a qué los estaremos acostumbrando..?

Toso.
Mi cuerpo se rebela ante la normalidad del espanto, aunque la conciencia se adormezca para tolerarlo. Cada tanto, la tos sacude el velo de mis ojos, y me duele el mundo un rato. Lo necesario para recordar, cuando ando, que quiero ser consciente de cada uno de mis pasos. Tener bien claro a qué dioses, a qué intereses sirvo cada vez que hago.

Toso.
Luego, existo.
(No me descartes.)