miércoles, 20 de abril de 2016

Imágenes.

Cuando era pequeña, siete, ocho años quizás, tenía cada tanto un sueño recurrente. En él, todo el mundo se convertía en zombi. La epidemia avanzaba hasta que mi propia familia terminaba convertida en zombi también. Yo me escondía en el antiguo mueble bargueño de mi abuela, y por el agujero de la cerradura espiaba a los zombis entrar y salir. Y me asaltaba una soledad dolorosa, unas ganas de volverme zombi también, para perderles el miedo y poder salir a andar con ellos.

Cada tanto, de pronto un día me pasa que ese sueño se me hace tan real que me espanta.
Quedo pasmada ante la gente que me responde interrumpiéndome y sin haberme escuchado; quedo muda ante el que mata violentamente una idea, tapándola con la suya, sin intercambiar, sin considerar, sin tomar en cuenta; quedo temblando ante el insulto soltado con enojo, violencia, ánimo de herir; y necesito, al menos un día, encerrarme en aquel mueble bargueño, a pensar "es un sueño, es nada más que un sueño", para poder volver a salir.