sábado, 31 de marzo de 2018

La Bruja de Kirikú


Desde pequeño te pegaban cada vez que hacías algo que disgustaba en lo social. Nunca te quedó claro bien qué era lo que hacías mal, pero sí te quedó bien aprendido que cuando alguien hace algo que no te gusta, podés pegar tranquilo, es lo habitual.

La violencia como forma de crianza, "un bife bien puesto", la amenaza y el grito en la infancia, la descarga anímica parental adulta expresada con violencia en la palabra y el gesto, lo llevamos tan naturalmente como un veneno del que nos alimentamos al crecer.

"Dale, si no fue nada, no llorés" dice una madre que acaba de humillar públicamente a tortazos a un infante dentro del supermercado. ¿Por qué ese niño no aprendería luego a golpear a quien sea que no cumpla con sus espectativas?

¿De dónde hemos sacado esa estúpida idea de que educar niños es enseñarles a leer, contar dinero y usar google, como si fueran monos superiores y nada más?

Adultos que gritan, insultan, pegan, que ejercen la represión, la humillación y el castigo como forma de control entre ellos, ¿no somos producto de una infancia con una educación emocional basada en esos principios?

Una infancia violentada aprende a ser violenta. Aprende mecanismos de defensa, aprende a estar alerta, porque quien debería resguardarla, la ataca. El ser humano que se endurece durante la infancia, crece sin abrir su espacio interior, sin habitar el universo emocional que lo volverá humano. Pierde su alma. Se deshumaniza, se endurece para sobrevivir porque no ha germinado su fuerza interior.

La Bruja Karavá tiene una espina enterrada en el cuerpo, que duele sin cesar. Es un dolor que viene desde las primeras traiciones, desde los primeros abandonos, desde las primeras mentiras, desde las primeras injusticias, desde los primeros desprecios, desde el primer óvulo denigrado.

A la Bruja de Kirikú le duele tanto, que ya ni recuerda que le duele, está endurecida de tanto apretar allí donde la espina ya es vértebra, alerta para que nadie pueda clavar un dolor más en su cuerpo de roca, en su alma de hierro. Sufre, sufre todo el día, desde que tiene memoria; teme dar la espalda porque en nadie confía. Aquellos que clavaron en ella la espina decían amarla.

 La Bruja Karavá no permite que nadie intente quitarle la espina. Sabe que arrancar de sí lo que recibió como amor, lo que le da la fuerza de la ira, sería un dolor insoportable. 

La Bruja Karavá toma pastillas para dormir, pastillas para seguir, cerveza para olvidar y no confía ni en su propia sombra, pero por sobre todo, nunca se queda quieta ni en silencio, porque es cuando más siente que tiene clavada una espina que le da un dolor mortal.

¿Hicimos de la infancia una trinchera donde criar perros de pelea..?