La China tiene un perro amigo que a veces la sigue desde el trabajo hasta casa. Es un cuzquito con unos ojos tiernos, negro y marrón, hichapelotas como él solo.
Los días que corre tras la bici de la China y viene a casa, se queda a dormir en la puerta, ladrándole durante toda la noche a todo lo que se mueve. Pero lo peor es que, como yo arranco antes que Chinatown, a la mañana el perro la emprende con perseguirme a mí hasta la escuela.
De más está decir que siete y media de la mañana la calle es un quilombo, todos manejan como desquiciados, a los bocinazos y empujones para llegar con los pibes a la escuela y a la oficina y el caos es tamaño baño. Que un perro te siga en bicicleta, corriendo por el medio de la calle, totalmente ajeno a los bocinazos y las frenadas, y que los conductores te puteen de arriba a abajo,porque todos asumen que el perro es tuyo, no es la mejor manera de arrancar el día.
Así empecé.
Ya me enculé cuando abrí la ventana y lo vi, saludándome chocho del otro lado.
Las primeras cuatro cuadras de andar con la bici casi me tira dos veces. A las diez cuadras ya se habían acordado de mi vieja al menos quince personas. En la cuadra número once, ya al borde de la violencia con el perro, sin lograr sacármelo de encima después de haberle tirado palos, patadas al aire y gritos de protesta, la cabeza me hizo clic.
Y pensé:
¿Cuál es el perro negro de mi vida? ¿cuál es el problema, la situación, la angustia, la tragedia mía de cada día?
Miré al perro. El perro no desaparecía con mi enojo, y al tratar de esquivarlo, se me venía encima, con el consecuente riesgo de estrolarme de un momento a otro.
El perro negro estaba ahí, venía conmigo, no se iba a ir. Tenía que poder aceptar eso como realidad, dejar el enojo y pensar con claridad.
Intentar hacer el mismo camino de siempre con el perro al lado era una locura; él no tenía registro del peligro, y se cruzaba una y otra vez por adelante mío, y de vereda a vereda, esquivando autos que daba miedo. Había que cambiar de camino.
"Enfilo para la avenida. Donde vea muchos autos, se va a asustar y se vuelve..." pensé.
No era una mala idea. Atravesé toda la plaza de la estación, y al llegar a la avenida por la vereda, el perro ahí, chocho conmigo, moviéndome la cola como si anduviéramos de joda los dos. Paré en la entrada de la plaza. Y el perro negro ahí, conmigo.
"Va a ser más fácil intentar seguirlo a él que tratar de escaparle" pensé con un suspiro.
Y andando despacio en bici por la vereda ancha de la avenida, el perro negro dejó de ser un problema. Al trotecito, en línea recta, a la derecha de mi bicicleta, fuimos andando juntos, esperando en cada esquina para cruzar seguros, hasta llegar a la escuela, sanos y salvos, sin daños colaterales, a tiempo y tranquilos.
Flor de metáfora me espetó esta mañana la vida...