Yo extrañaba la manada, dos semanas de ausencia me tenían con ganas de cosecharles la música, ellos casi todos venían de una boda en donde el amor fue tan real como los milagros, y ese ánimo de fiesta, de querer compartir la alegría, se trepó por piernas y tambores.
Una esquina al lado de la estación Artigas, una ronda de gente que canta mientras cae la noche, que canta porque tiene ganas de pasar la noche así, cantando, todos juntos, a mil voces, respirando en el aire el sentimiento de eso que todos juntos vamos construyendo.
Y cuando nos encontramos todos, yo por fin me encuentro, soltando en el aire lo que me canta el alma, dejando que la ronda me mueva el cuerpo, batiendo palmas, como en un ritual pagano para combatir todo eso que se pudre alrededor, dándole al mundo medicina de la buena, pasando del dicho al hecho.