martes, 20 de diciembre de 2011

El viejo río que va...

Yo sé que la distancia es una ilusión, que siempre estuviste en mi casa cada vez que cerré los ojos y te traje a bailar en mi cocina, o me fui hasta tu abrazo en una canción.
Pero en dos horas vas a estar cruzando el mar rumbo a otro cielo, y saberte todavía parado en mi hemisferio a punto de partir me tiene con algo que me tira desde el esternón con nostalgia, como te pasa cuando yo lloro y no sé decirte por qué.
Ahí, en ese lugar entre el corazón y el ombligo, tenemos un teléfono que va derecho de mi alegría a tu abrazo, de tu ternura hasta mí. Un puente para sabernos transitando cada uno su camino pero enlazados en algo que nos empuja arriba y arriba.
Te regalé una brújula y una nota: para que nunca pierdas el camino y encuentres todas tus puertas. Anduve antes con ella todos los lugares importantes para mí. La llevé en mi palma como un amuleto, le mostré las calles mías, mis rumbos, mis pasos.
Cuando despegues, cuando por fin vayas por el aire, aceptaré serena que las esquinas no esconden por un tiempo la esperanza de encontrarte. Pero que ando pisando las calles lejanas en tus zapatos abrigados tanto como seguís pedaleando en mis sandalias por Florida.

...y hasta tanto nos volvamos a encontrar, que dios nos lleve en la palma de su mano.



lunes, 5 de diciembre de 2011


Yo creo en las revoluciones.
Las revoluciones no las hacen los que se dejan ganar por el miedo. Porque, ante todo, una revolución es esperanza.
Yo confío en aquello que aún no es visible al mundo, pero ahí lo veo. Ver lo bello.
Pregonamos que el amor es la fuerza transformadora, pero al primer tropezón se nos da vuelta y nos vuelve a ganar el miedo. Hay que tomar el desafío de seguir mirando con amor sin condiciones. Ver, y amar lo que se ve, luz que también es sombra. El desafío es mirar con amor a quien nos provoca miedo y sostener esa mirada.
Y ando en eso.