miércoles, 30 de septiembre de 2009

Calma súbita

Temo a la sensación de satisfacción plena. Temo a saberlo todo, a no tener más preguntas, a perder la curiosidad. A despertar un día y no confiar más en mí y dejar de pronto de volar, como cuando Mafalda pisaba tierra y detenía la hamaca.

Y ni bien siento el temor pienso un sólo pensamiento directo como un disparo:

"Eso lo decido yo."

Y vuelvo a leer la "GENTE" lo más pancha.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Viajar




Tengo que hacer otra vez otro viaje. Tengo que volver a cruzar el río para llegar a mar abierto. Otra vez con mi tambor, pero ésta vez es distinto. Viajo para volver distinta, ya lo sé. Ya me estoy distintoneando ante mis propios ojos por culpa de sus propios ojos y viceversa.



Otra gente de la que estar cerca en un hostel que casi será sólo de los malditos jipis, diecisiete entre tamboreros y bailarinas y una Graciela.



Yo viajo a una pausa como el ínfimo silencio de cuando algo deja de subir por la patada y comienza a caer con el alma apretada en la boca del estómago. Voy a ver el cielo antes de volar planeando. Voy a tocar por Montevideo un candombe que, sospechó, sonará gozado.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Las mil y una noches

Cualquiera que haya estado en un show al mando de Buira sabe que nunca se sabe qué podemos terminar tocando, no es ninguna novedad. Pero el sábado era su cumpleaños. Su declaración abierta e impune ni bien arrancamos dejó claro que tal motivo lo habilitaba para pedir cualquier tema que le pasara por la cabeza, cosa que quedó demostrada en los millones de arreglos que metió en la prueba de sonido y luego con la aparición en escena de un grupo de tres chicas que bailaron tap (y nos mataron de alergia con floja polvareda).


Así era entonces. Estábamos a su merced con la adrenalina calentándonos el cuerpo de incertidumbre.


No es secreto para nadie que cada nueva vez que me toca compartir el escenario cantando con su bloque, el mítico Martes (qué loco, tiene nombre de dios de la guerra...) navego en ese matrimonio musical que tenemos y salgo un poco más, cada vez un poco más hondo y más lejos. Que el desafío de armarle temas en pleno escenario mientras los canto es lo que me hace dejarme llevar y perderme en el cielo cantando. Estaba en mi salsa.


Era una noche difícil por afuera, por el mundo mío. Una noche levemente bizarra. Recibí por primera vez como un derechazo en el ojo el repentino malhumor de Caro al menos dos veces, perdí la mitad de las cosas que no debía perder (bueno, esto puede pasar en todo momento), mamá me pescó ferneteada, tenía el corazón con agujerito y no sabía las canciones en yoruba ni ningún pagode ni para robar en el popurrí del final.


Pero tenía una canilla en el alma que necesitaba abrir.


La noche arrancó mágica. Tonada de luna llena me metió adentro de la burbuja de la voz de Melina como una manta envolviendo con armónicos las cosas que yo decía. Canté rodeada por ellos, los tambores en el pecho, en la espalda, en los oídos. Bailé en la fila de surdos con el Chinchu que me pedía besos tirados desde el hombro y Pedro bailaba en la panza de Melina. Me di el lujo de unos besos y abrazos de ojos y mismas notas musicales y no había después. Ahí estaba todo. Ahí éramos.


En un momento cerca del final de la noche, luego de desquiciar a las bailarinas que se cambiaban de vestuario a velocidad luz para cumplir con la improvisada lista, movimientos desconcertados que nos hacían chocar y reírnos, invitados sorpresa que desbarataban aún más el mínimo orden no establecido, Dani sacó su pandeiro y mirándome dijo "Iansá". Me acerqué caminando y lo miré, y era claro que la canción en mis ojos no era la que él ya sabía. Entonces, cuando solté la primera letra para contarles una leyenda nueva, él cerró los ojos y siguió tocando. Por primera vez sentí en un permiso declarado su confianza, esa misma confianza que yo siento por la mano de él que siempre sostiene lo que canto. Y solamente su pandeiro y nuestras tres voces fueron acallando el murmullo hasta que los tambores entraron en la misma historia en el momento preciso.


Eso fue suficiente.


Y esta noche algo como agua nos rodeó primero y nos hizo bailar a todos juntos.


Y no sé si fue todo eso que todavía son sensaciones en mi cuerpo o los trajecitos espantérrimos de color verde, pero parece que desde afuera nos vieron florecer.


jueves, 24 de septiembre de 2009

Flasheándola en siete colores




Era una noche de frío y llovizna, como esos inviernos largos sin amor.
En una estación de tren a la 1 am la soledad es más soledad todavía.

Perdió el último tren de la noche y tampoco hay colectivos que circulen a esa hora por calles tan poco atractivas. A mil años luz de su casa, estaba perdida.

Justamente acababa de vencer la inmensa tentación de los abrazos de un cuerpo tibio que huele a todas las frutas y había emprendido confiada el camino que se le hacía dignamente correcto cuando todas las circunstancias de la vida le cortaron el paso para seguir avanzando en aquella dirección.
¿Era una terrible pelotuda sin remedio que debería salir con las planillitas de los horarios de todos los transportes públicos y una buena Filcar o era una contundente señal de que el camino era otro? ¿sería que tienen que ser así de jodidas las señales para verlas o simplemente un talento increíble para las situaciones bizarras?
No lo sabía.

Apretó el teléfono dentro de su bolso. ¿A quién llamar? ¿quién podría hacer semejante viaje en su corcel y rescatarla? ¿oh, y ahora quién podrá defendernos...?

Buscó su nombre entre los otros (era el único posiblemente despierto. Acababa de huir de su abrazo) y apretó rezando la tecla.
- Por favor.. estoy perdida.. vení a buscarme.

Y a la mañana siguiente, mientras todavía podía oler en su ropa aquel perfume, pensó "qué mas da si son contundentes señales o tan solo pequeños oasis que predicen al mar... qué buenos que están. "

domingo, 20 de septiembre de 2009

Reflexiones de una profesional.


Me cansé de que me maltraten la vendedora de la panadería, el chofer del bondi y la cajera del banco que mira con cara de oler caca. Me hinché las pelotas de la gente enojada porque tiene una vida que le da náuseas, la que toca bocina como endemoniada a las ocho menos cuarto de la mañana, la que grita, la que empuja buscando provocar la misma sensación de ira que está sintiendo.
Si en algo convenimos todos es que el mundo, así como está, es una mierda.
Bien, muy bien.
Podemos decir que uno se pasa una buena parte de su vida adulta tratando de apagar su cabeza que le taladra las noches de insomnio, intentando dominar el curso de las cosas, los vencimientos, las entregas, las cuotas, el amor, el alquiler; ese colador de la mente que juzga lo que los otros juzgarían si hiciéramos o no tal o cual cosa, que si nos van a querer, que si gustamos o no. Una cabeza que siempre está dando por nosotros el primer paso adelante para seguir inflando el globito del permanente temor, la vacilación, el menosprecio.

Claro, digo y doy un salto derechito a nuestro adiestramiento como personas para ser parte del núcleo social. Desde que entramos en el sistema para educarnos (obviemos las comillas) se nos va llenando la cabecita de voces que nos dicen cosas casi siempre sobre nosotros mismos. Malas, por supuesto, en su mayoría. Nos criamos siendo castigados desde muy tiernos por las cosas como si las hiciéramos adrede, pagando nuestros errores con el avergüenzamiento público, nuestro sentido del humor es minado permanentemente (nada en la escuela puede ser motivo para reírse) y nuestro atrevimiento es penado como uno de los defectos máximos.
Nuestra educación se basa en el castigo. Lo que está bien no es digno de tanto alboroto. Lo que está bien es lo que se espera. Así uno va aprendiendo a descifrar en cada maestro "lo que se espera de uno". Así, con frases como "una señorita no juega así en el recreo", "vamos, los nenes no lloran", y otra sarta de huevadas por el estilo, nos va quedando grabado que para que nos quieran siempre tenemos que ser de alguna manera diferente a la que somos por naturaleza, por ejemplo.

Nuestra situación de vida fuera de la escuela es inexistente. Yo cargué la mochila del divorcio de mis padres (y el consecuente quilombo que era mi casa con dardos metafóricos y objetos literales que sobrevolaban casi siempre el final de los almuerzos familiares) y jamás ninguna maestra hizo caso de mi posible desgarre emocional más que un "pobrecita.." que soltó la de tercer grado mirándome de reojo y que me costó años de terapia desesperada solucionar.

Al final, tu entrada al mundo en el que vas a vivir se dá por una puerta espantosa donde te vas perdiendo intentando que te quieran con poco éxito, pasando horas interminables esperando que suene el timbre del recreo para dejar de padecer el monólogo de la maestra de biología y salir a padecer el desplante del resto del colegio porque sos gorda y tu mamá te peina con moños en la cabeza.

El mundo es una mierda.


Ahora, ¿qué pasaría, digo yo, si le damos una manito de pintura a esa puerta?

Ponéle que entendemos que a esta altura, un adulto que pasa cuatro horas por día frente a niños está involucrado sí o sí en su crianza, porque en sus cabecitas locas pasan cuatro horas aprendiendo a imitar tu mirada sobre la vida.
Ponéle que por fin entendemos ése punto y entonces la gente que paramos al frente de los niños es gente que realmente gusta de la tarea que le toca y no finge en su vínculo con los chicos, realmente le importan.
Ponéle que les enseña a escuchar porque cuando ellos hablan los escucha.
Ponéle que cuando hay una discusión, los sienta a todos en ronda y les explica razonando cómo se resuelve el conflicto.
Ponéle que cuando vos le decís "boluda" a la coordinadora repitiendo como un loro la palabreja que suena alrededor tuyo en tu casa, la calle, la tele, en vez de levantarte del forro del traste y llevarte a la dirección, se sienta con vos y te cuenta que hay palabras para decir en unos lugares y palabras para decir en otros, las buscan todas en el diccionario, hacen una lista secreta de las que mejor no (como un pequeño machete para poder descifrar la selva en la que están entrando) y nadie te chanta encima el estigma del "maleducado de Pérez" para el resto de tu vida.
Ponéle que vas creciendo mientras ves a las seños divertirse con su trabajo, hacer las cosas con amor, compartir entre ellas y con vos, recibiendo y dando besos de buenos días y hasta mañana, cantando con vos en las clases de música, juntando florcitas del limonero del patio para poner perfumito en el aula, pegar tus dibujos en las paredes porque después de todo, te pasás nueve horas adentro de la escuela, mucho más de lo que estás despierto en tu casa.
Ponéle que ellas te aceptan como sos y te van mostrando lo lindo que ven en vos y lo celebran para que busques tus lados más luminosos y puedas aceptar con amor tus sombritas.
Ponéle que estás que no te aguantás y ella se agacha, te mira a los ojos y te explica "hoy me parece que te sentís fastidioso. Chicos, Felo se siente así con esa cosa incómoda acá de cuando estás fastidioso, así que vamos a entenderlo un poquito más hoy." y te ayuda a entender cuando sos vos y cuando son los demás (y te ahorra tres rupturas amorosas jodidas entre los 28 y los 36).
Ponéle que te enseñan a mirar en los ojos de tu amiga cuando le dijiste cosas feas porque te enojaste y le provocaste dolor para que puedas sentir y medir tus actos por vos mismo. Y que una pelea tiene que terminar en risa, hi five!, promesa de dedo y abrazo entre las partes no damnificadas.


Ahora volvé a pensar en cómo sería tu vida.


¿No va siendo hora ya de que pongamos la educación de la humanidad en manos idóneas...?



Nota del Autor: (Sospecho que ésta entrada será leída por mucha gente que seguramente, con el titulito, buscaba otra cosa. "Así está nuestra educación" diría la señorita Elsa.) (Lo profesional no quita lo jodón.)

sábado, 19 de septiembre de 2009

Como una luz vertical




Y después de morder esta fruta, el momento crucial cuando mirás en los ojos de ese tu otro y sentís en el corazón "ésto no es amor, no es amor.." y te tirás de espaldas al precipicio.


Te prometo que nunca nunca dejás de caer.


jueves, 17 de septiembre de 2009

Se nos aguó el campapeque... (cómo sanar un corazón triste)

Siete y cuarto de la mañana. Apago el despertador antes de que suene y asomo la nariz por la ventana. El cielo está plomizo, hay olor a tierra mojada en el aire. "No," (pienso), "no pueden suspenderlo hoy. Si no llamaron anoche, salimos."

Hago fondo blanco con el café con leche, voy tirando cosas con el bolso, la bolsa, el pandeiro. Salgo a la vereda apurándome por ganarle a lo que intuyo lluvia para que nos dé tiempo a burlarla con los enanos y salir, rajar en el micro de Omar a correr como locos por el campo. Con el legüero cruzado en la espalda doy un paso en la vereda cuando el maldito celular chifla en la cartera y la negra Paola me dice lo que no, no, nooooo quiero escuchar: "Yani, se suspendió..." y me quedo mustia como un chalchalero triste mientras el remisero me mira acuciante con la puerta abierta.

Ay mamita...

Las caras de los enanos que van llegando vestidos de acampantes, con el desencanto dibujadito en los ojos, ay, y yo que no los puedo ver tristes, no tengo corazón para que me lloren. Corren los minutos, un quilombo de papás enojados discutiendo con los profes y ellos ahí sentados en el patio, y me preguntan y yo que no sé de qué me disfrazo. Juanita con la flor colorada en la cabeza, tratando de entender con el corazón lo que su mente no puede ayudarla a comprender, no sabiendo bien que pasa, confundida. Ay..

Pero cuando Nacho abrió su canillita abrazado a la pierna de su mamá que me miró así como ellas me miran, fue suficiente. Busqué Germancito "por favor, dáles música", "¡estoy afónico, no traje el teclado!" ("aylaputamadre" pienso y mi cabeza acelera). Empecé a arriarlos, pedí que nos dejaran las bolsas de dormir, las merienditas y los bolsos, me afané dos telas de colores, nos metimos en la biblioteca. Improvisando dos parantes con los portamapas, armamos una carpa. Cantamos el niño caníbal mientras yo les gritaba "¿Entra agua por acá?" y ellos prendidos en la locura, aullaban, "Yaaaaani, Yaaaaani, por acá entra aaaaagua", y Sarita y yo corríamos a colgar más telas.

Nachito sacó su bolsa de dormir, acomodó las zapatillas a un costado y se metió adentro a mirar la peli que hice correr en el pantalla gigante. De a poco se fueron enganchando. Por fin ese piso verde pedorro era una bendición de pastito imaginario. Bajamos los cuadernillos, robé lápices y crayones por toda la escuela, hicimos trabajitos, un pequeño pic nic mientras aprendíamos a escribir "campamento, carpa, linterna", hicimos planes para cuando nos vayamos, comimos hamburguesas, nos metimos en el aula para el último recreo, volvieron a abrir sus bolsas de dormir y apoltronados dibujaron todo ésto:



(Caro y yo en el campamento)




(Yo tocando el tambor cerquita del fuego para que ellos se duerman en el campamento.)






(Larita durmiendo bajo las estrellas en el campamento.)





(Juan y yo con mi tambor tocando en el campamento.)






(Valentín en la carpa, Bianca, Tati y Lara y yo, de colores como Piñón Fijo!)






(El más flashero de todos: Victoria me dibujó encantando una serpiente.)




Yo me veo con esos pelos colorados que ellos me pintan, y me muero de amor inevitablemente.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Campapeque




Me voy de campamento con los enanos. Toda esta semana hasta el jueves en que nos subamos al micro girará en torno a bolsas de dormir de kitty, disfraces, pandereta (así bautizaron a mi pandeiro), mitos sobre la oscuridad y los bosques y planificaciones (de ellos) de todo tipo.

Llevo pezuñitas, bombo, pandeiro, veinte canciones para dormir en mi cabeza, ganas de bailar con ellos y que entiendan que es mentira que todo está perdido. Que siempre, casi todo el tiempo, algo recién comienza. Es un bellísimo ritual de despedida ahora que se empezarán a hacer grandes en segundo grado bajo el cuidado de otra maestra, ahora que perdieron su pánico chiquito de salir del jardín y entrar por primera vez a uno de los tantos universos que los tendrán de curiosos pioneros.

Allá vamos, sesenta y pico de gnomos, Sarita, Paola, Agustín, Magalí, Laurita, Claudia, Lily y sus disfraces, Cecilia la cocinera, en el micro de Omar a pasar dos días lejos de casa por primera vez, a que sean amigos, a que trepen y corran como en las infancias nuestras en la vereda.

Allá vamos nosotros a recordar cómo era.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Panorama situacional.







El cree estar en Disneylandia. Vuela, flota, nada.

Yo lo dejo subir a todos los juegos, lo señalo y lo amenazo (y cumplo) con cerrarle la puerta del parque si no pone sus impuestos al día.

Soy una montaña rusa, pero estricta.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Rally



Mañana mi día empieza a las ocho AM, cargando mochila al hombro y pasando por la panadería para cumplir mi promesa a los enanos de celebrar mi día comiendo juntos medialunas. Cuatro horas por delante en las que intentaré (seguramente sin éxito) captar su atención hacia los cuadernos con sus cabezas girando alrededor del momento en que nos darán los regalos del día del maestro. Es más o menos como querer que se duerman de una vez en la noche de reyes...


Luego sobrevendrán otras cuatro horas sentada en la recepción de la escuela dándole las buenas tardes en vivo o por teléfono a un promedio de 300 personas (entre padres, visitadores de editoriales, vecinos enojados, gente que busca gente), varias carreras por el pasillo hacia la cocina buscando hielo para los chichones, algunos mates mal cebados al tucu que tirita en la vereda cuidando la puerta y besos a los que se cuelan por la puerta en el recreo para jugar con mis lapiceras de brillitos.


A las cinco emprenderé (mochila al hombro y paquetes de regalos en mano cual ekeko pelirrojo) una rauda carrera de diez cuadras para alcanzar el tren que me depositará en Retiro para zambullirme en el Sheraton y tocar seis temas y cantar dos en un congreso de psiquiatría (si, si, la bizarrez es nuestra marca registrada, entre otras..).


A las doce de la noche culminaré la jornada intentando ser un jilguerito para acompañar la voz del Mostro en la banda de los malditos jipis, sobrellevando esta faringitis que me tiene loca desde aquel loco fin de semana en MDQ.


Sepan disculpar si el viernes nunca me levanto de la cama.


sábado, 5 de septiembre de 2009

Bajando santo (ora ie ieu)








Uy, septiembre me tiene feliz como perro con dos colas (decir "como puto con dos culos" es más propio de mí, solo quise ser sutil. No me salió.)


Algo giró de nuevo en este último viaje, algo más de mí sale por la grieta que siento sobre la boca del estómago.


Cada tanto hago un flasback hasta aquella época tan oscura, cuando me encontré totalmente en silencio. Y dejé de pensar, pensar tanto, tantas veces, tantas cosas. Llegué hasta la puerta del alquimista y algo entendí. Me senté en su camilla después de la hipnosis y dije "esto es una joda.. ¿qué me hicieron creer?" y a la confusión sobrevino el silencio sereno de dejar de vivir en la meta y empezar a caminar cada paso con los ojos atentos, la mente en paz, la serenidad de saber del viaje en sí mismo, sin importar a dónde. El dejarme sorprender todo el tiempo por lo pequeño, por lo inmenso, por la alegría de hacer lo que el cuerpo pide y estar sintonizando el lado claro de las cosas.


Bailo en mi casa porque tengo ganas, cuando la música que elijo me lleva a lugares y gente que gusto de ver, bailo y doy vueltas porque quiero estar contenta. Mi vida tiene una vida todos los días.


Es un año de semilla autoexistente amarilla.


Yo estoy sembrando el mundo en el que quiero vivir.


viernes, 4 de septiembre de 2009

Gente hermosa


Sarita llegó al colegio un mes de septiembre hace dos años atrás, para hacer una pasantía mientras cursaba su primer año a bordo del magisterio. Viuda gracias a la amargura del 2001, después de haber pasado una vida más que holgada con viajes a Miami y vacaciones en Punta, lejos de tirarse en una cama a llorar sobre sus hijos, decidió que su marido quizás tenía razón cuando le decía que siendo tan inteligente era una pena que hubiese dejado de estudiar.

Terminó el secundario en una escuela nocturna y en vez de conformarse, ese corazón enorme e inquieto la llevó a calzarse un guardapolvo y convertirse en maestra oficial.

Cuando llegó a la escuela, la primera mañana en que la ví la quise inmediatamente. "Vos y yo vamos a trabajar juntas" le repetí mil veces entre mates y legajos cuando compartíamos la secretaría de la escuela mientras sus dos compañeras más jóvenes lidiaban con los chicos en el aula.

La vi trabajar con el primer grado de Gigi, aquél tan lleno de pequeños demonios. Cami daba vuelta las mesas cuando se enojaba, Mate (un pequeño hurso de casi metro treinta) atacaba a sus compañeros a golpes y eran necesarias tres maestras para levantarlo. Y Max..

Ella los acompañaba hasta mi cubil, los traía a charlar conmigo, olía sus corazones chiquitos llorar y se bancaba estoicamente sus patadas y bifes en el medio de los berrinches. Yo la veía a lo lejos parada frente al escritorio mientras alguno de ellos dibujaba, serenándolo con palabras de abuela mientras los miraba con pena.

Ni bien me tentaron para volver a las tizas, pedí que mi auxiliar fuera ella.

Sus 54 años se desdibujan cuando corre detrás de los chicos por el patio. Es mi cómplice en esto de consentirlos y mimarlos hasta el hartazgo, tiene una mirada tierna y aguda y el espíritu necesario para matarse de risa todas las mañanas conmigo escuchando a los enanos.

Ella hace que el salón que nos tocó en suerte parezca el living de una casa, con los dibujos de los enanos decorando las paredes rápidamente pegados con cinta ni bien vuelan desde sus manos a las nuestras.

Tiene los ojos brillantes como ellos, como yo, y comparte su merienda con las manitos pedigüeñas que siempre quieren picar de lo nuestro, como si fuéramos una familia bullanguera.

Persigue a Juana por todo el patio cuando la gordi llega de cables pelados con infinita paciencia, dando unos gritos tan suavecitos y graciosos que Juanita sigue corriendo sólo para escucharla a carcajada suelta. Vivo retándola porque se patina el magrísimo sueldo en comprarles helado cuando hace calor (son veintisés!!!!) y jamás se va de la escuela sin contarme cómo estuvieron los enanos a la tarde en las clases de inglés. Los chicos le escriben que la aman y cada vez que hablamos del 1800 indefectiblemente le preguntan si ella estaba.

Sara es una de esas amigas del respeto y la admiración mutua, del saberse sintiendo en el mismo idioma. No compartimos fiestas ni borracheras. Compartimos todos los días la locura de querer cambiar el mundo sanando los corazones en pena.

Sara es mi Sancho Panza. Ella late en el corazón de mi escuela.