sábado, 28 de abril de 2012

Con la potencia de ser semilla, voy a esperar que llegue la primavera.

viernes, 27 de abril de 2012

Ayúdame a mirar

Se fue.
Ahora que por fin despegó de la Tierra, yo lo siento más cerca.

Con su vida y con su muerte puedo ver cosas de mí que no veía.

La soledad inmensa de saber que nadie está sintiendo lo que por adentro nos vibra, y cruzar el umbral de la soledad que aprieta hasta sentirse por fin parte del universo.

A veces lo recuerdo y a veces todavía lo olvido.

Transitar la vida sin ninguna expectativa, pisando cada paso con alma y vida. Y después andar sin recuerdos, pero con la ganancia de la sabiduría que toda vivencia tiene y convida.

Desterrar la anécdota, quedarse con lo esencial, claro y visible a los ojos del alma.

Soltar todo y largarse, entregarse a lo inevitable sin posturas ni prevenciones, con el cuerpo flojo y el corazón al mando.

Ir practicando la muerte en las pequeñas muertes de cada día, silenciosas y cotidianas, necesarias para que se recicle la vida.

Yo quiero saltar a vivirla.

domingo, 22 de abril de 2012

Papá cumple 70 años


Papá cumple setenta años.

Setenta años es la edad de los abuelos.. nunca pensé que papá cumpliría setenta años.

He sufrido su abandono durante toda mi vida.
Siempre tuve abierta la herida de que no hubiera peleado por mí, de que hubiera capitulado tan fácilmente en la batalla que nos tenía de rehenes a mí y a mi hermano.

Papá cumple setenta años.
No ha sido el mejor padre, pero es el único que he tenido. Sé que me amó.
Y no dejé ni un minuto de amarlo.

Atravesando el dolor, papá se volvió el extremo del ermitaño, y a mí me dolía el alma de ver en sus ojos las palabras imposibles, las aventuras nunca plasmadas, el brillo de los niños perdidos que agonizan detrás de los corazones rotos, de los sueños robados.


Papá me dio los dioses. Me dio los remedios para combatir la desesperación y el desamparo.
Me explicó que todo lo que quiero saber puedo buscarlo en los libros.
Me enseñó que hay que saber hacer cosas con las manos.

Papá es una de cal y una de arena, una carta cruzando la distancia del silencio, un silencio que aumenta las distancias, lo que fuí.

Voy a ir a visitar a papá para su cumpleaños, después de cinco largos años de apenas uno que otro llamado. Voy a ir a decirle que ahora me gustaría verlo perder la nostalgia de obediente monaguillo de domingo, que ya no hay nada que perder y todavía hay tiempo de volverse atrevido.

Que quiero que me desencante de una vez para que definitivamente yo deje de esperar.

Papá cumple setenta años.
Llego a su puerta y me dicen que está internado.

Papá en la camilla de un hospital, tan viejo, tan descolorido y apagado, tanto dolor hay en su pecho.
Papá no puede hablar, está deshidratado. Dos infecciones lo tienen cercado.
Pongo mis dos manos en su costado izquierdo, sobre su camisa a cuadros. Y no puedo más que ponerle las manos y mirar esa cara en donde parece ya no estar, los labios amoratados y la nariz fina y respingada, el rostro de mi abuela.

-Ponele las manos en la piel- dice mi tía. - La piel de los hijos..- y no puedo escuchar el resto porque tengo las manos puestas en decirle a su corazón que todo está bien, que estamos a mano, que lo amo.
Entreabre los ojos y me mira. Algo nos decimos con los ojos papá y yo, algo intercambiamos.

Estamos en paz.

- Andá, esto está lleno de bichos.. andate para casa. Después nos vemos- me dice moviendo apenas la boca enflaquecida.

Y yo le creo.

sábado, 14 de abril de 2012

..que bailar es soñar con los piés.





Domingo de pascua, tarde que se hace noche en la plaza donde se juntan los tambores. Sentados en ronda mirando el fuego, como siempre fue cuando reinaban las tribus, unas y otros vamos amasando el nuevo espacio.

En estos tiempos de rumiarme para cazar mis bichos, ando buscando estar cuerpo, alma y mente al mismo tiempo en el mismo lugar, ahí, sucediendo. Me volví militante de los encuentros verdaderos, esos cuando unas y otros se dedican a ser quienes son, decir y ser su verdad, sin pensar demasiado en ninguna consecuencia. Esos encuentros en que las almas se sintonizan y dejan que las cosas ocurran, esos que permiten que nos vayamos volviendo cada vez más nosotros mismos.

En la ronda las palabras van saliendo de los corazones y el espacio se dibuja cada vez más cercano a lo que tantas veces me escuché pedir al tiempo. Se escucha lo que suena en las voces que hablan, se reparten cataplasmas para los miedos. Unos fueron dando lo que entendieron que los otros venían pidiendo, y a jugar por jugar sin tener que morir o matar.

Dejé mi tambor y salí bailando ese candombe que entiendo, esa libertad que sucede dentro, esa que ningún grillete, ninguna prohibición, ninguna ley puede coartar. Esa música de agua subiendo por las piernas como olas que agitan el alma y las caderas. Bailé por la plaza junto a las otras, los tambores empujando piernas y brazos desde atrás.

La sabrosura se nos quedó a unos cuantos, y un rato después del final oficial del gran encuentro, se armó como un abrazo otra vez la ronda y unos tantos nos encontramos de nuevo. Yo encontré otra voz y fuimos dos cantando, completando la música con palabras, mientras la luna enorme, blanquísima, casi llena, se asomaba entre las copas del cielo de Munro.
La noche fue una fiesta.

Vuelvo a casa y leo en algún lado: Hay que dejar que los milagros sucedan.

jueves, 5 de abril de 2012

Enlazador de mundos

Ayer, llevada en andas por esta ola de autoentusiasmo y enmimismamiento, me regalé una tarde increíble de discipulazgo con un maestro de maestros que anidó en mi escuela, uno de esos seres con los que da gusto estar en actitud de esponja.

La cita era seis y media de la tarde en su casa generosa y verde, en su estudio de madera construido por sus manos, repleto de libros y de instrumentos musicales.

Para semejante merienda de conocimiento, me puse en marcha al salir de la escuela, rodando por las calles de Florida, atravesando Olivos y Martínez para recalar en Villa Adelina, un paseíto en bici de tres kilómetros, ponéle.

Así como ando, en este estado de noviazgo con la vida, ni pasé por la radio ni la tele ni el diario ni la preocupación de anticipar el clima. No llegó hasta mí más pronóstico que las mullidas nubes que admiraron mis propios e ignorantes ojos.
El comentario costumbrista de algún papá en la salida, sobre augurios de granizo y tormenta, fue la única referencia climatológica del día, y la desestimé como a una superstición.

Mi tarde en Villa Adelina era una gloria, el mate iba y venía, los bizcochos dulces y los cuentos del maestro, la risa que me arrancan sus observaciones; me volvían al cuerpo las tardes con mi abuela escuchando y aprendiendo, aprendiendo algo intangible, esas cosas que van derecho al alma y se vuelven aroma o color.

En la casita de madera el tiempo era otro; las apreciaciones sobre el conocimiento, las anécdotas, las tramas, las historias, los niños, sus principios, la nobleza de sus gestos, su generosidad, su saber criollito y profundo, el mate, los bizcochos, los cuadernos y nosotros en el suelo, el relato de sus historias, de su trabajo. El viento que lo agitaba todo no me sonaba tan intenso como la certeza de las palabras del maestro Martín.

Con medio año organizado en la cabeza, la serena felicidad de saber que ando un buen camino y la alegría de haber vuelto a un lugar que me gusta, decidí que una lluvia no iba a detener mis ganas de irme con el alma sintiendo que el encuentro ya había terminado, que quería poner en marcha esas ganas de movimiento que me daba la alegría.

La lluvia era una cortina, y eran tan finas las gotas que nunca dejó de ser una caricia.
Llamé a mi ángel de la guarda (costumbres incuestionables que se sembraron en mi infancia) y me entregué a lo inevitable, como vengo haciendo casi gimnásticamente. A las diez cuadras canté bajo la lluvia a voz en cuello, y mi voz se escuchaba, y la lluvia era una manta.

El camino se volvió lo justamente variado como para ser un paseo, y fue directo. Nunca hubo amenazas de ramas ni rayos amedrentadores, y pasé por ríos y lagunas de cemento, cantando, cantando a voz en cuello.

A medio camino sobrevino la risa de estar haciendo algo placentero.

Mi casa me esperaba detrás del túnel de robles todavía verdes de la calle que más quiero, dejé toda la ropa formando una laguna al lado de mi puerta y me envolví para que en el cuerpo se me quedara el agua recién caida del cielo.

Hoy veo las fotos de los árboles arrancados en Buenos Aires, oigo de los quince muertos, los autos estrellados, las paredes volteadas, y me pregunto por dónde anduve yo anoche que me acariciaron tanto el agua y el viento..


lunes, 2 de abril de 2012

Había una vez (cuento número cinco)


Había una vez una princesa que caminaba siempre detrás de su corazón.
El corazón era un gran caminador. Se subía a las manos de la gente y la princesa decía mi corazón está en tus manos, y era cierto. Alguna gente se lo pedía, porque era en verdad un corazón muy hermoso, y la princesa decía te entrego mi corazón mientras se los daba, y era cierto.

Había una vez una princesa que caminaba siempre detrás de su corazón, porque su corazón siempre estaba fuera de ella.
El día que el corazón por fin se metio dentro de su pecho, dando un gran suspiro, la hermosa princesa por fin pudo sentarse y contemplar.

domingo, 1 de abril de 2012

Cita





Ayer me levanté pensando lo fácil que siempre me he cambiado por cualquiera, lo simple que me fue borrarme del mapa. Una educación bien orquestada en torno de tener que cambiar todo lo posible para ser lo que el otro espera. O lo que uno supone que el otro espera, más bien..
Vengo buscando con paciencia los bichos que me metió la mátrix para sacarlos con la sopapa limpiadora y dejar de funcionar desde lugares tan horripilantes y bien aprendidos.

Durante todo el día el desafío fue que mi cabeza estuviera en el momento presente, ahí mismo donde estaba mi cuerpo y mi atención, como cuando era chica y jugar era una tarea que me demandaba cuerpo y alma, porque todavía no me habían inoculado la ansiedad.
Tejí unos hermosos cuadrados combinando los colores y viendo crecer las formas, los dibujos de lana. Viendo el día crecer, encendí la radio y aparece Drexler hablando de Fernando Cabrera, y el mismo Cabrera después, bellamente hablando y contando que tocará a la noche en el Café Vinilo.

Pocha era (es y será) la que abría mis puertas musicales. Mágicas cuevas de música y vino por Palermo de las que nos llevábamos gajos y hacíamos florecer después cada vez. Pocha lejos, ella no tiene nada para ir a ver y yo acá, con nadie con quien compartir la música.

Tocaba Cabrera en Café Vinilo y me lo iba a perder.
- Qué pena.. no tengo con quién ir..

Dos minutos duró el silencio mental.
Ahí estaba el bicho.

Todavía sigo creyendo que ser feliz, pasarla bien, realizarse en la vida, encontrar el destino, vivir en estado de amor, tienen que ver con algo que tiene que llegar desde fuera.
Pasar del discurso a la acción. Regla número uno.
Esta noche salgo conmigo a vivir la experiencia de ver y escuchar a Cabrera.

Levanté el teléfono, una chica vinilo me dijo que ya estaba todo reservado, pero se podía tentar a la suerte.
-Venite ocho y cuarto y te anoto en la lista de espera. A las nueve menos cuarto se caen las reservas y empezamos a llamar a los que están.

Nueve y diez tomé posesión de la cuarta silla de la mejor mesa del lugar, alta y al fondo. Conocí a un santiagueño y su hija y a un chico muy amanerado y de conversación interesantísima, brindamos con cerveza y agua por la suerte de haber entrado, las luces se apagaron y me fui volando con Cabrera y Liliana Herrero que le tomaba el escenario por feliz asalto para darme esos acordes que tan feliz me hacen, en una noche amigable y tinta.

Volví viajando por la ventana del colectivo, la avenida Santa Fe, sus luces amarillas, el zoológico y el botánico, el Puente Pacífico, las cuatro esquinas de Cabildo y Juramento, el paredón de ladrillos de la quinta presidencial, los paraísos, los tilos, los robles de mi barrio. Caminé las veinte cuadras desde la avenida respirando el regalo de una noche tibia de otoño, las estrellas que se pueden ver en estas noches sin nubes todavía. Pasé por debajo de las bóvedas verdes de estos árboles que se abrazan cruzando las veredas, me reí de mí misma en un par de recuerdos, canté una canción que me vino a la memoria, entré a casa y creo que no será la última vez que me encuentre.

Mientras siga teniendo la cabeza donde tengo el cuerpo, ahí va a estar mi corazón.