miércoles, 31 de agosto de 2011

O el amor o el espanto (que ella siga siendo una Candela)


Dando vueltas en el cybermundo, aunque soy completamente respetuosa de las libertades, no puedo evitar que me choque el más mínimo gesto de alegría. No, que la gente no se permita hoy la sonrisa, que nos duela algo para siempre. No, el mundo no sigue andando.
Tengo que detenerme en el espanto.
Una niña de once años aparece desfigurada a golpes, muerta, desnuda dentro de una bolsa de plástico negra.
Alguien la mata, aprieta con sus manos el cuello de una niña hasta verla morir.
Alguien la golpea. Alguien golpea sin pausa ni piedad su rostro de once años.
Ese alguien alguna vez fue un niño suave, de mejillas encendidas, indefenso ser en brazos de alguien.
¿Como es que la humanidad ha logrado en su picadora de carne que el niño que hoy se hamaca en tu plaza pueda torcer su rumbo hasta llegar a ser chacal de su propia raza? ¿hasta golpear un día tu puerta y meterte entre los ojos una bala? ¿hasta matar a golpes lo que alguna vez en su inocencia fue?
¿Qué clase de animal sobre este bendito planeta puede hacer algo así con su infancia?
La raza humana.

domingo, 28 de agosto de 2011

Metiendo mano

Los fines de semana vienen siendo puertas a unas maravillas de esas que te dejan flotando el resto de la semana.

A las canciones matinales en la terraza del maestro se le sumó la reactivación de mi gen chilingo. El viernes tuvimos una mini fecha con los malditos jipis, algo que me viene haciendo falta con desesperación. Y nos queremos, y jiponeamos en el Roxy un candombe con batucada que salió como trompada, sonaron los tambores y yo volví a mover las caderas con mi tribu.

La siguiente mañana, un grado más mágica que la anterior, en franco ascenso, derivó en una tibia tarde nublada de música en la soledad de mi sala.

Sabrosa como estaba, al llegar la noche mi casa me quedó como me quedaban aquellos departamentos donde me aventuraba sola al mundo en mis primeros veintes. En un arranque exploratorio en busca de delicias, me metí en la cocina a buscar que toda esa exhuberancia se volviera un sabor.
Obviamente mi cocina dista bastante del lujo, pero alguna rareza pulula. Le arremetí a un invento de panqueques con masa de canela; prolijamente fui fundiendo uno en otro los ingredientes, iba y venía bailando, un cruce de queso crema con aceitunas en aceite y un toque de reggianito.

Salió una porquería importante, bastante incomible.

Pero qué delicia fue volver por un minuto al baño de mi abuela, a mis seis años y la mezcla de tintura en mousse, loción, shampú Roby y crema de afeitar Palmolive para inventar un hormiguicida que salvara al mundo.

lunes, 22 de agosto de 2011

Nada de sapos (cuento número cuatro)

En la torre más alta de un antiguo castillo de piedra cada noche de luna una voz cantaba la más hermosa melodía.
Los habitantes de aquel palacio, sentados en sus camas, a la luz de la luna la escuchaban y sus almas se estremecían de amor. Entonces, por el resto de la noche, en aquel castillo nadie más dormía.
Cierto día un príncipe viajero que por allí pasaba decidió pedir alojamiento para descansar un poco antes de seguir conquistando ciudades. Amablemente lo invitaron a pasar y lo convidaron con comida y conversación.
Disponíase a dormir, la cabeza ya hundida en la blanca almohada de plumas, cuando aquella voz comenzó a sonar. Arrobado, el caballero salió por los pasillos siguiendo el encanto de aquella melodía estremecedoramente bella. Trepó uno a uno los delgados escalones de piedra sin más luz que la luna colándose por las ventanas abiertas. Empujó la pesada puerta de madera y entró en la torre alta. En el alféizar de una pequeña ventana, un ruiseñor cantaba mirando las estrellas; y mientras desgranaba nota por nota aquella fantástica canción, caían sus lágrimas pesadas como penas. Más aún se conmovió en el pecho de aquél príncipe su noble corazón, y una certeza se apoderó por completo de su ser. Se acercó serenamente hacia la ventana, tomó al ave y en un solo movimiento calló con su boca aquel pico.
Entonces, mágicamente entre sus brazos, floreció una princesa que nunca había creído en cuentos de hadas.



viernes, 12 de agosto de 2011

Volver al (los) principio(s)













Yo también fui pequeña.
Habitante de un cuerpo infantil que corría hasta perder el aliento para ganar una mancha o una
carrera hasta la heladería.


Yo también dormí en los brazos de mi madre volviendo a casa tarde después de un cumpleaños.
Yo también jugué con las muñecas en las tardes de lluvia mientras mi mamá limpiaba la cocina y esperé a los reyes magos sin poderme dormir.






Yo también vi a papá Noel llegar hasta mi casa y casi muero de la emoción cuando dijo mi nombre.
Yo sabía pasar una tarde entera jugando o dibujando con pedazos de yeso de la obra en construcción todas las baldosas de la vereda de la esquina.


Yo también pasé eternos veranos de pelopincho y espantosos veranos de colonia de vacaciones.
Yo también tuve cuadernos nuevos y lápices de colores sin estrenar.



Y no quiero olvidarlo jamás.





lunes, 8 de agosto de 2011

Chiquito Reyes







No importa cuántos años tenga. Siempre que venís a casa tengo entre dieciséis y veinte. Es imposible no terminar mofándonos de nosotros mutuamente, riéndonos de nuestra pequeña porquería, hasta perder totalmente la compostura como antes, como siempre.
Adentro de este cuerpo siempre somos los mismos, y eso es una bendición. Que no lo hemos olvidado.
El tiempo puede pasarnos entre medio, pero la distancia entre nosotros es una mentira. Mi corazón y el tuyo son compañeros de banco, así que siempre está cerca mi mano de tu mano.
Ahora que soy la madre de una que por fin nos alcanzó en edades interiores, qué bueno que te hayas puesto tu traje de tío Javi para que ella sepa lo indispensable de andar por la vida pateando piedritas y fumando el tiempo con un alma compañera.