lunes, 22 de agosto de 2011

Nada de sapos (cuento número cuatro)

En la torre más alta de un antiguo castillo de piedra cada noche de luna una voz cantaba la más hermosa melodía.
Los habitantes de aquel palacio, sentados en sus camas, a la luz de la luna la escuchaban y sus almas se estremecían de amor. Entonces, por el resto de la noche, en aquel castillo nadie más dormía.
Cierto día un príncipe viajero que por allí pasaba decidió pedir alojamiento para descansar un poco antes de seguir conquistando ciudades. Amablemente lo invitaron a pasar y lo convidaron con comida y conversación.
Disponíase a dormir, la cabeza ya hundida en la blanca almohada de plumas, cuando aquella voz comenzó a sonar. Arrobado, el caballero salió por los pasillos siguiendo el encanto de aquella melodía estremecedoramente bella. Trepó uno a uno los delgados escalones de piedra sin más luz que la luna colándose por las ventanas abiertas. Empujó la pesada puerta de madera y entró en la torre alta. En el alféizar de una pequeña ventana, un ruiseñor cantaba mirando las estrellas; y mientras desgranaba nota por nota aquella fantástica canción, caían sus lágrimas pesadas como penas. Más aún se conmovió en el pecho de aquél príncipe su noble corazón, y una certeza se apoderó por completo de su ser. Se acercó serenamente hacia la ventana, tomó al ave y en un solo movimiento calló con su boca aquel pico.
Entonces, mágicamente entre sus brazos, floreció una princesa que nunca había creído en cuentos de hadas.



2 comentarios:

  1. Pues no es un cuento de hadas, pero me encanta.
    Y el cambio en el blog, también.

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  2. mágico
    es bueno no creer en ellos

    y que de vez en cuando nos sorprendan...

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