martes, 29 de octubre de 2013

Declaración de principios

Yo soy una miedosa en rehabilitación.
Yo tenía miedo de todo.
De todo.
Hasta de mí.
Pero un día fui capaz de dar a luz, de albergar otra fuerza dentro de mí, de abrirme para dejarla atravesarme y llegar al mundo. Y con ella sobre mi falda, mirando sin perder de vista cada uno de mis pasos, el mundo se volvió más aterrador. Ahora también tenía miedo de equivocarme. De enseñarle el mundo mal.

Yo no quería que aprendiera de mí a esconderse en el canasto de los juguetes, a llorar hasta no poder hablar, a convertirse en alguien que no sea, a obedecer, a escapar. Pero para poder enseñarle otra cosa, no me quedó otra que empezar a aprenderlo.

Tengo tanto miedo que cuando tengo que tomar de la mano a alguien más por un rato, queda mi palma helada y transpirada, pero insisto.

La vida me obliga a insistir, y tomo el envión con el aliento comprimido y para arrojarme, por adentro canto. Porque en algún lugar leí que el odio retrocede cuando los hombres cantan, y cantando me olvido del terror que me causa defender lo que siento verdadero, aunque ladren, aunque acosen, aunque amenacen y esgriman sus voces en gritos o en verborragias.

A mi me educó una cultura reinante en el proceso militar en el que treintamil personas desaparecieron en el medio de un país que eligió no mirar.
Yo bebí el miedo en cada café con leche, en mi casa, en la escuela, en el juicio de los vecinos, en un tiempo en que el hombre de la bolsa era real, y se llevaba, en el mejor de los casos, solamente a tus padres, a punta de fusil y falcon verde.

Yo vi morir a mi padre escupiendo mierda, literalmente. Repleto de odio, de desamor, de soledad, de su enorme y oscuro miedo a la felicidad.

A mí no me va a pasar.
A mi hija no le va a pasar.

domingo, 27 de octubre de 2013

Reflexión electoral (en el más amplio sentido de la palabra elegir)

Desde hace un tiempo vengo desandando lo que la cultura, a través de la educación, ha hecho conmigo, para ver cómo logro, de una buena vez, averiguar quién soy, y serlo. Y en eso, me van llevando sobre todo los pasos de mi hija en su adolescencia, en el estrechamiento de su túnel para pasar al mundo adulto.

Ya quisiera borrar de su alma las marcas que han dejado mis errores, pero allí están, son sus propias batallas, sus oscuridades a sanar y resolver, para volverse más sabia, para saberse más fuerte.
Yo ya tuve y tengo mi tarea con las huellas que llevo en la mía, las alumbro ahora que veo más claro, de tanto desandar mi camino para encontrar las migas y retomar las sendas paralelas. La voluntad puesta en desactivar mis trampas, evitar la automática reacción de huir despavorida y llena de miedo, quedarme y mirar eso que se mueve en la oscuridad.

Llego con ella a sus encrucijadas, ahora que tiene que salir a probarse, a resolver las propias pruebas para ganar capacidades; traduzco lo que sucede, porque la realidad a veces se vuelve un poco esquizofrénica, detenemos el tiempo y la emoción que arrasa, para poder ver, bajo el viento, dónde es que están puestos nuestros pies.

Evitarle los dolores sería condenarla a la insensibilidad. Pero aprendemos juntas que el dolor te atraviesa como un latido, y si lo dejás atravesarte, pasa, te deja el recuerdo de la impresión, la señal de atención, y como a toda fuerza, se la puede convertir en un resultado bello.

Esta encrucijada en la que estamos paradas ahora, la de su escuela y su educación dentro del sistema social, me tiene revisando con lupa mi propia educación, el proyecto educativo nacional, la realidad de las escuelas de mi país y el sentido último de esa acción social que la cultura ejerce sobre los individuos... ¿con qué fin?

Cada vez me pregunto qué es educar, qué es intervenir en la manera en que una generación comprende el mundo que lo rodea. A esta altura del partido es una obviedad decir que educar es mucho más que impartir instrucción o dar información sobre algo. Eso en todo caso sería adoctrinar. ¿Qué es, entonces, educar?

He cursado al menos dos carreras de formación docente, y no recuerdo que, en ninguna instancia de la carrera, hayamos reflexionado sobre esta pregunta.
¿Cómo se puede llevar a cabo algo sin tener claro qué es?
¿Cómo es posible llevar a cabo una ciencia social sin detenerse a reflexionar sobre sus alcances, y por ende, sus formas? ¿quién vela por los procesos individuales que se van desarrollando? ¿por qué tenemos tanta población infantil y juvenil en terapias psicológicas?¿en dónde estaremos fallando?

Recuerdo la pobreza y la violencia de mi formación docente. He tenido profesoras que me han faltado el respeto mil veces, que han abusado de su autoridad como en una mala película yanqui, como si tener fama de ser terrible fuera sinónimo de grandeza. Mi verdadera formación no fue producto en absoluto de mi paso por la institución, sino más bien de la inquietud, de la búsqueda de una forma nueva, mejor, que abrió un camino de observación y búsqueda de respuestas, que me llevaron a encontrar la filosofía, el marco necesario para mi ejercicio de la tarea. La mirada misma de nuestra formación  como docentes era tan técnica en el magisterio, tan centrada en lo sistemático, en lo teórico por sobre lo real, lo metodológico, que el niño y el joven parecían ser lo último a contemplar, detrás de lo que "hay que enseñarles". ¿De lo que "hay que enseñarle" con qué fin? ¿para qué? ¿por qué?

Ni hablemos de mi formación en el profesorado de lengua para ejercer en el nivel secundario (formación que abandoné porque de pedagógica no le encontré nada.)
Fue como revivir mi propio tránsito adolescente por la secundaria. Un grupo de viejos profesores que fundaban su prestigio en torturantes exámenes orales en donde ponían a prueba la capacidad de memorizar terribles ficheros de antiquísimas obras españolas sobre las que no se dignaban a dar jamás una clase recordable. Así nos formaban en la tortura, en el padecimiento, para largarnos convertidos en... ¿buenos educadores?

¿Dónde está el espacio de reflexión necesario para poder permitir y acompañar los cambios de pensamiento que deben ocurrir generacionalmente para mejorar?
¿No ha cambiado el mundo?
¿Y cuándo le tocará cambiar a la educación?

Dos pensamientos me vinieron desde muy temprano a la memoria, cuando decidí seguir la carrera docente. El primero, "el mundo se construye en la escuela". Los vínculos sociales por excelencia se dan durante esta etapa, la escolar, como en un pequeño tubo de ensayo. El modelo social que se reproduce es el que se aprende. La exclusión, la violencia, la intolerancia, la emoción desbordada o reprimida, todo queda fijado en los vínculos que se establecen al educar. Los vínculos educan.
El segundo, "no se puede enseñar lo que no se es capaz de lograr."
(Y con este me viene a la cabeza el tan mentado respeto que exigen a veces ciertos educadores y me pregunto si son capaces de respetar al ser joven que tienen delante para poder así enseñar ese respeto.)
Y el tercero que me surge a partir de mi camino como madre de Ariana, ¿qué enseño yo como madre, como primera guía? ¿es coherente mi discurso con mi accionar? ¿estoy ayudando a formar lo que quiero encontrar afuera?

Tengo tres roles, como para no perder la pisada de la coherencia y ganar una oportunidad de enseñarle lo que esta realidad en que vivimos tiene de oscuro, y cómo sobrevivir en el intento. Y en esos tres roles me reconozco como agente educador: madre, maestra, madre de alumna en una escuela.

Su pelito azul destapó en su colegio el pensamiento facho nuestro de cada día, el prejuicio, la intolerancia, la soberbia adulta del poder y su mal ejercicio. Bien, no nos gusta.

¿Y... a dónde vamos...?

En treinta cuadras a la redonda, los establecimientos estatales de esta región me dieron estas respuestas:

"Le digo la verdad, señora, acá los profesores no cobran el sueldo desde febrero... faltan mucho.. yo no le puedo pedir a alguien que no cobra que venga a trabajar igual..."
".. y si un chico viene con muchos aritos, se los hacemos sacar. Un poco está bien, pero hay que tener un límite.."
"..claro, pero para pasarse de modalidad, tiene que rendir cinco equivalencias, o sea que ya empieza el último año con cinco previas." (es decir, teoría pura, sin haber cursado jamás la materia con un profesor...)

A las escuelas que proponen uniforme, ni fui. El pelito azul de la china no combina con la gama de grises, verde inglés ni bordó, ni con la ideología de la excelencia académica.

O sea, o estamos excluidas del sistema, totalmente afuera (ni siquiera podemos hacer un cambio de turno, porque rige el mismo sistema de especialidades y equivalencias dentro de la misma escuela) o quedamos presas de que se nos diga cómo tenemos que vivenciar la estética de nuestro cabello, so pena de ser sancionadas por no querer ser rubias con mechas pelirrojas. Podemos operarnos y ponernos siliconas, hacernos una rinoplastia o inyectarnos colágeno, pero no teñirnos el pelo de verde, fucsia o azul.
Entonces, salvo que dispongamos de tres mil pesos para pagarnos algo que elijamos más acorde con nuestro sentir (cosa que no cuestiono, adhiero a financiar proyectos alternativos para que cobren notoriedad y consigan esponsoreo, pero por qué poder hacer esa elección tiene que depender de poder darse el lujo económicamente hablando...), podemos decir que estamos fritas.

Caramba, toda esta situación es terriblemente educativa se la mire por dónde se la mire. No sólo para ella. También para mí.

¿Cómo es que en esto ha devenido nuestro sistema educativo? ¿en dónde estoy ubicada en la cadena de responsabilidades?

Siento que es hora de tomar cartas en el asunto de la educación, pero no desde el batallar en trincheras opuestas, ya no creo en los que me quieren convencer de nada a fuerza de agredirme por pensar distinto. La verdad no es un patrimonio personal, es una construcción conjunta, con lo mejor de cada aspecto. Creo que es tiempo de empezar a cuestionarme ciertos criterios de decisión. No puedo seguir repitiendo la cantinela de que "la secundaria es un trámite, es así, hay que padecerla y pasarla", porque, a las claras, como sociedad, no nos está beneficiando en nada.

Siento que es tiempo de tomar la educación de nuestros hijos como algo serio, no desde la paranoia contra los maestros (ni viceversa), sino desde la búsqueda de los espacios de diálogo y crecimiento, desde el asumir la propia madurez y el rol fundamental como padres, primeros educadores desde la acción, modelos en la vida de nuestros hijos.
Tiempo de realizar una observación profunda sobre las propias contradicciones, y por ende, las del sistema del que somos parte, lo que, por acatar, estamos avalando. Lo que no estamos intentando modificar.

Darle forma a la educación es una tarea conjunta, y una responsabilidad ciudadana. Es ahí donde se construye esto que supimos, malamente, conseguir. ¿Dónde están las puertas? ¿cómo congeniamos? ¿cómo cruzamos los puentes para comprender?

Pienso todo esto hoy, en que voy a ejercer mi derecho cívico a elegir a quienes van a gobernarme, a quienes van a tomar decisiones por mí.

Y acá, domingo a la mañana, esperando mi momento de ir a votar, más triste que feliz, pero sin ganas de abandonarle a la construcción del país que quiero habitar, me pregunto, en medio de nuestras campañas cada vez más vergonzosamente parecidas a "Intrusos" que a la política, ¿cuándo vamos a pasar de los discursos a la acción? ¿cómo hacemos?