miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cuando la vida pende de un cosito

Desde que vivo sobre la tierra (literalmente. Desde los seis años todas mis casas fueron en planta alta, hasta que dos años atrás, puse pies y resto de humanidad en una casita a nivel del piso), uno de los momentos más felices fue cuando, estrenando maldita tarjeta de crédito, me compré una bordeadora. Este hecho cambió mi relación con la vereda. Dejé de putear por cortar el pasto con mi tijera de recortar dibujitos, con la consiguiente mejoría de mis dolores lumbares, y pude disfrutar de amables charlas de pie con los demás vecinos, que también ostentan bordeadoras y pastito.


Todo iba bien, hasta que dos meses atrás la bordedadora palmó (en correspondiente orden alfabético a continuación de la licuadora de mano y parte del lavarropas). Se rompió el cosito que gira en el medio, que es justamente el que da sentido a su existencia. Como hago siempre que algo se rompe en casa (incluso los sueños) monté mi bicicleta bordeadora en mano rumbo a la ferretería de mi barrio con la esperanza de que tuvieran ahí un cosito para ella, para resucitarla rápidamente, pero sabiendo en el fondo de mi corazón que cuando algo se rompe en casa la cosa nunca resulta tan fácil de solucionar.


El ferretero (un señor de lo más amable, imprescindible en mi vida de jefa del hogar) se rascó la cabeza un rato mirando el aparatejo naranja y negro, y finalmente me dijo lo que temía: "Tiene un sistema muy raro. Nunca antes lo había visto.."


Channnn...


Así empezó mi peregrinaje de varios días por distintas casas de reparación de cosas. Ninguna tenía el cosito, pero fue una buena oportunidad cada vez para comprobar que la gente no se rasca la cabeza de la misma manera. Finalmente, un viejo malhumorado al que mi madre acude con sus electrodomésticos, después de maltratarme un rato por mi propensión a romper las cosas, me sugirió entre dientes que me fuera al lugar en donde la había comprado.


Como también andaba necesitando un escritorio para poner la computadora (y dejar de ser una jipi rotosa que arma mesas con cajas de cartón y telas que ponen nerviosa a mamá) me pareció buena idea encaminarme hacia la meca del que se cree capaz de arreglar lo que rompe, y previo arreglo de horarios con mi madre, nos fuimos las cuatro al Easy (la China, mamá, la bordeadora y yo). Locas de contentas compramos pochoclo antes de entrar, pusimos a Delia (así se llama la bordeadora) en un carrito cómodo, toqueteamos todo lo que vimos, elegimos escritorio mientras mamá aplaudía la decisión y después de pelotudear hasta que casi se acabó el pochoclo fuimos derecho al mostrador de jardinería.


Del paseo aprendí algunas cosas:
1) Los rudos muchachos del Easy no se rascan la cabeza.
2) Los rudos muchachos del Easy son amables y no pierden la paciencia cuando se te cae el pochoclo.
3) Los rudos muchachos del Easy tampoco tienen la más puta idea de dónde conseguir el cosito.

De vuelta en casa, después de atravesar la jungla en la que ya se había convertido mi pastito, algo desanimada pero con unos guantes de jardinería color rosa di-vi-nos que compramos de oferta, se me encendió la lamparita tecnológica. Internet tenía que tener una respuesta.
Después de casi rayar la desesperación y comprobar que Black y Decker tiene locales en muuuuuchas partes del mundo, finalmente encontré uno de los pocos que sí, sí, siiiiii tiene en zona norte. Por supuesto, a ochomilquinientas cuadras de mi casa.


El pasto había alcanzado ya una altura considerable como para poder practicar combate sin ser visto, mamá tenía una disponibilidad escasa del auto, el local, por supuesto, un horario imposible de atención, y antes de que en el pastizal (que ya era selva) se asentara una familia de monos trepadores, me levanté nueve y media de la mañana y otra vez con Delia recostada sobre el manubrio y una cantimplora para que no me faltaran víveres en el camino, decidí tomar el toro por las astas y me fui lo más pancha al lugar donde, por fin, encontraría el cosito.


No fue fácil el viaje. Descubrí, por ejemplo, que la primera parte del partido de San Isidro tiene un trazado imposible. Las calles dibujan eses, curvas y contra curvas, de pronto todas tienen mano contraria, las doble mano están pobladas por fieros colectivos (que son enemigos declarados de los ciclistas) y la gente se pone de muy mal humor cuando alguien pedalea sobre la vereda aunque sea con el noble propósito de salvar la vida. Y más si quien pedalea accidentalmente los estrola con el mango de una bordeadora.


Quizás por culpa de mi frondosa imaginación (que prometía un local enoooorme lleno de soluciones) la primera decepción la sufrí en la vereda. Pasé cuatro veces por el lugar chequeando la dirección sin poder encontrar el hospital para Delia. Un parroquiano de una panchería de mala muerte me señaló el lugar mientras sorbía su cerveza para bajar el maní que se le atoró cuando lo interrumpí con mi pregunta desde la bici, bordeadora al hombro (cosa bastante dolorosa, porque en el trayecto el sol me rostizó los hombros).


El local era minúsculo. Cuando crucé las dos puertas de seguridad, respiré aliviada notando que había muchos cositos colgados de las paredes, con otras tantas herramientas raras, cables y demases cosas que hacen feliz la vida de los hombres. Puse a Delia en el mostrador y le expliqué al señor todo mi periplo y mi desgracia y le rogué que me dijera que tenía el dichoso cosito para que Delia volviera a ser la feliz bordeadora que supo ser de joven. En un santiamén, fue para alguna parte más adentro del local y volvió con el cosito en sus manos, y ahí empecé a recuperar la fe en el sentido de la vida. Pero (como en toda buena novela siempre hay un pero) su función se limitaba a vender el fucking repuesto. La colocación se hacía en el taller y tardaba no menos de veinte días.
Me lo quedé mirando. Miré la bordeadora, lo miré al señor, miré el piojoso-obsoleto-problemático-puto coso de plástico, volví a mirar al señor a los ojos.

Y:- ¿Cómo que al taller?
Señor:-Si, el repuesto lo colocan en el taller. Porque esto va clavado, ¿ve?
Y:- (...)
Señor:-Es que es un sistema delicado, y si la pieza calza torcida no la sacamos más.
Y:-¿Clavado? O sea, hay que calzarlo ahí en el palito y que quede..
Señor:-Justamente, y como es muy delicado..
Y:-No hay problema. Me llevo el repuesto. ¿Cuánto es?
Señor:-Cuarenta y ocho pesos (aia)
Y:-Acá tiene. Muchas gracias, muy amable.
Señor:-..pero.. ¿quién lo va a colocar?
Y:- YO.

Debo haber sido intimidante, porque se llamó a silencio, me dio el cambio y apretó la chicharra de la puerta más rápido que maratonista nigeriano.

Compré un martillo camino a casa, me senté en el patio, le dí cuatro bifes bien puestos al cosito y finalmente una y media de la tarde estaba sometiendo yuyos y tomando tereré en la vereda con Delia totalmente renovada.

Y mientras me pasaba aloe vera por las quemaduras de sol de la expedición en bicicleta (que volvieron a quemarse producto de la euforia que no me permitió calcular que cortar el pasto bajo el sol de las dos de la tarde no es una buena idea), acuñé para el mundo una reflexión refrescante:


Black y Decker, permíteme un consejo: CARAJO, LA VIDA ES MAS SIMPLE!!!!



martes, 29 de diciembre de 2009

Señalada por el índice del sol





Eran cuarenta. Prolijamente engamados en blanco y negro, fueron tomando sus lugares saliendo de entre los amigos y parientes que los fuimos a aplaudir. Pasó la Novicia Rebelde, cantaron en fila, en ronda, en herradura. Eran cuarenta y ninguno ostentaba la misma edad, ni la misma historia, ni el mismo pasado ni futuro, pero bailaban y cantaban el mismo presente. Dos locos, parecidos a muchos hermosos locos que conozco, comandaban con gracia y satisfacción la muestra del taller de comedia musical. Como en un acto de la escuela yo captaba clic clic con mi camarita japonesa los movimientos de mamá de nuevo jugando arriba de un escenario, cantando y moviendo sus rulos felizmente no brushineados bajo las luces azules y el humo teatral.
Entonces la luz se hizo verde y el entorno penumbra. Parada solita en el medio del escenario, empezó a decir. Y mientras decía, puso los brazos como los ponía para sostenerme flotando cuando yo no era más que un pesceto de ojos enormes que veían el mundo a través de sus cristales tan verdes, tan llenos como los míos de preguntas sin respuesta. Y dijo. Dijo "cuando nació mi hija yo la sostenía en mis brazos y le cantaba. La miraba y le cantaba. Le cantaba y así sentía que la protegía.."




Entonces, mirándola desde mi silla entre el público con los mismos ojos enormes repletos de ella, yo me recordé canción.

sábado, 26 de diciembre de 2009

..y Mariana quiere ser canción.


La primera vez que me dejé llevar por Mariana terminamos la noche en un glorioso aquellarre de mujeres estropeando el gran acontecimiento de su mudanza a vivir en pareja, cosa que debía suceder a la mañana siguiente y no ocurrió por quedarnos todas a dormir a pata suelta en un living después de pasar la noche bebiendo todo lo que encontramos en la heladera de Natalia, bailando Calamaro en patas y trabando amistad con el chico de las pizzas.

Debería haber notado que su cristal para ver el mundo sufre algún tipo de distorsión gloriosa, pero es tanto lo que Mariana se hace querer que ver la vida a través de sus ojos, con todas las complicaciones anecdóticas que puede traer, me es a veces inevitable.

La segunda vez me arrastró de los pelos a una cita con un amigo de su chico, alguien que según le parecía era encantador y animado, y por si eso fuera poco, era mago, cosa que a ella la remite a gente de la envergadura de Merlín, porque la cualidad más notable de Mariana es ser una niña de seis años encerrada en un cuerpo bestial.

Cualquiera que me conoce un poco sabe que me es imposible disimular un estado de ánimo. El pobre mago me pareció un pelotudo desde el mismísimo momento en que me dijo "hola" y me pasé el resto de la noche sin dirigirle la palabra, descostillándome de risa para adentro pensando qué loca idea le podría haber sugerido que aquél muchacho y yo podríamos congeniar. "...pero es mago..." repetía ella como una nena convencida de que cualquier tipo que mienta con sus manos para sacar conejos de lugares imposibles puede hacer de tu vida una maravilla.

Cuando me llamó por teléfono de lo más entusiasmada la semana pasada sonaba feliz. "¡Te conseguí un trabajo!" me dijo, "un trabajo de maestra. Es un colegio genial, la gente es un cago de risa, son todos macanudos. ¡Hablé con Rodolfo y te espera el lunes! ¡te va a encantar!"

Por mi cabeza pasaron un millón de imágenes de lo que podría ser un lugar a donde Mariana me llevara. Ella misma, con su corpacho de profesora de educación física modelo Carina Jelinek, había pasado por la escuela. Cualquier director que se precie de tener hormonas daría la vida por verla de espaldas arengando una clase de trabajo corporal, por eso no me extrañó que me dijera que Rodolfo la había llamado varias veces a ella para que volviera. Y ni lerda ni perezosa, le había sacado una entrevista y una promesa para mí.

M: - Es en el colegio tal, ahí en Belgrano.

Y: - ..Marian, es un colegio de la colectividad..

M: - si, si, pero son re copados.

Y: - ..pero, si no recuerdo mal, me parece que es un colegio algo ortodoxo..

M: - naaaa, andá, vas a ver, Rodolfo es un cago de risa, ¡te va a encantar!

Y: -..pero me parece que no doy el perfil...

M: - naaaa, vas a ver. ¡Yo trabajé ahí!

Recordando su imágen con las calzas estilo body painting, su pelo largo con finitas rastas falsas y su presencia por demás abundante, pensé que si ella había trabajado en aquella escuela el perfil del instituto no podía ser todo lo ortodoxo que mi memoria confesaba.

El lunes, después de otra entrevista no muy lejos, me encaminé hacia la calle Moldes.

Ya en la puerta tuve la sospecha de que otra vez estaba en la cita incorrecta. Dos señores muy sefaradíes me interrogaron evitando mirarme a los ojos por demasiado tiempo. Mientras imitaba su gesto de bajar la mirada puse los ojos en mis sandalitas jiponas de cuero. Mmmm..

Mientras esperaba que chequearan mi DNI y otras yerbas, se abrió la puerta con un timbrazo y cuatro mujeres con peluca y polleras hasta los tobillos salieron y de a una fueron abriendo grandes los ojos mientras escrutaban mis pelos rojos y mi pollera de jean hasta la rodilla. Iba a empezar a correr hacia mi bicicleta estacionada en la esquina cuando recordé que tenían mi documento y que el trámite para sacar otro es un embole importante, así que decidí quedarme hasta el final. La puerta se abrió para mí. Dentro del espacio inmenso como un claustro, a cada paso me salían carteles que decían "el ruido no es compatible con la shejiná. Guarda silencio para que tu estudio sea profundo", "la Torá se estudia en respetuoso silencio" y no ví ninguno que dijera "una mujer que se pinta el pelo de rojo está perdida" pero creo que lo vi escrito en las dieciocho caras que fueron levantando la vista desde sus papeles escoltando mi paso hacia la dirección de la escuela. El señor Rodolfo fue más que amable, y no hizo otra cosa que preguntarme por Mariana cada cuatro palabras, aunque no recordaba bien si ella era maestra o profesora de educación física, pero sospeché que era lo de menos. También me comentó que el colegio se había vuelto tan religioso que los cursos estaban comenzando a separarse en varones y niñas y que me llamarían. Casi le doy la mano al irme, pero con un gesto me recordó que allí hombres y mujeres tienen prohibido tocarse si no están casados, así que agradecí con un gesto de cabeza y volví por donde había entrado, intentando estirar el largo de mi pollera un poco más en un instinto de preservarme de la lapidación que prometía el grupo de pelucas con mujeres debajo que ya se había juntado en el hall a verme pasar.


Todavía no la llamé. No sé si reírme salvajemente de ella con ella o darle un abrazo y un beso por andar en esta vida percibiéndolo todo de esa manera tan feliz y personal. Quiero seguir andando cada tanto por ese mundo suyo donde los magos te hacen feliz y la gente te quiere sin razón alguna.


Amén.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Bitácora




Fui pasajera tanto como comandante. Me dejé llevar por ellos a donde necesitaban llegar, y en el viaje aprendí tanto de mí que ahora soy menos distinta.
La mano certera de un mago abrió por fin esa puerta enquistada por el tiempo, y ni lerda ni perezosa metí la cabeza y atrás el cuerpo.
Fue duro el pasaje a hacer realidad el mundo con el que sueño, uno con valores y valor de la palabra dada.
Cumplí la tarea de la manera que siempre soñé que debía ser cumplida. Con amor. Con amor que no es el amor berreta de postales, si no el que deja salir por sus manos el que se sabe artesano.
Y ahora sé que estoy lista para eso que me toca, para eso que viene. He mutado de piel tantas veces que ahora solo tengo la que estaba adentro, para afuera. Dolió, ardió, sangró, como en todos los partos. Pero la recompensa de mirarme en el espejo y verme ahí dentro de mis ojos valió la pena.


El lunes, en tres aspectos diferentes, mi vida termina y mi vida comienza. Como ahora entiendo que pasa todos los días.

"Otro año ha pasado / y otro año
le has ganado a tus sombras/
aleluya."

Amén.

martes, 22 de diciembre de 2009

Otros 365 días

21 de diciembre de 2009.
Mi mañana arranca volviendo a mi vieja escuela secundaria, donde entendí la palabra amistad en todo el significado de su palabra, de la mano de mi hija, de vuelta al lugar en donde tuve la primera pista de quién era yo. Primer encuentro en el hall de entrada con mi profesora de química devenida en secretaria. Dentro de mi cuerpo vuelvo a latir esos primeros dieciséis años. El amor en su primer estado, el primer contacto con el sentimiento, el poderoso amor, el doloroso amor. Ésta noche, la que precede a mi nuevo cumpleaños, es la escucha del disco chilingo, la quinta jiponeada en catorce años de historia, un día después de haberme partido el cuerpo acompañando la caminata de primer año mientras exorcizaba 36 años de vida en una tarde desde el mismo momento en que Dani me sacó de fila y me metió literalmente en el medio de todos los tambores. Wernike me pasó bajo los piés en un nuevo ritual de inicio, y ahora soy más parecida a mí que antes.

Llego al estudio una hora antes y la conversación fluye como un río en unos mates con chúker compartidos con Laura (belleza de mujer que se pregunta cosas). Los jipis van llegando (tarde, as ólueis) en orden analfabético. Entre los últimos llega Peter Pan.
Ni bien entra, el clima se agita y un ritual más está por comenzar.

Entramos al estudio previas discusiones sobre la cantidad de pizza que debemos encargar, Dani da su discurso a la pecera atiborrada de gente rara y Walter hace su gracia dando "enter" al quinto disco de La Chilinga.

Corre el vino y el reggae sale como trompada de loco y Luciana, sentada, empieza a bailar.

Reconozco mi voz ahí grabada en los coros y a mi cabeza vienen las Wailers en aquella terraza de paredes color pardo.

La música suena y lo que me importa es estar con ellos ahí escuchando lo que podemos hacer juntos.

Mi cabeza va y viene sentada sobre la madera del piso, mi cuerpo tiene huellas de cansancio. Todo este último tiempo tiene sabor a final con comienzo, como pancho con mostaza, mezclando en la boca pequeñas muertes con piel nueva. Pequeños rituales de despedida y de encuentros de ésos que me llevan a otro tiempo de mí misma, tiempo atrás.

Y a las doce de la noche recibo besos, recibo abrazos, palabras, un feliz cumpleaños cantado por celular.

Agotada, feliz, musical y liviana, vuelvo a casa y acá, en el silencio que me deja escuchar clarito el sonido de mi corazón, brindo conmigo por esta sensación tan serena de saber que el camino está latiendo por fin bajo mis piés.

Feliz, feliz cumpleaños.
Gracias.



sábado, 19 de diciembre de 2009

Volver al futuro

Después de una semana de estar en terapia intensiva, mi computadora ha vuelto a casa. Una semana larguísima en la que mandé un telegrama de renuncia sin tener nada seguro por delante (como suele ser siempre en la vida) más que la convicción de querer vivir de acuerdo a como pienso y hacer mi trabajo con la responsabilidad y el amor con que debe ser hecho.
Hay que saber cuando es ya momento de soltarse, de dar las gracias, decir hasta siempre y retirarse con elegancia. Saber cuándo llegó el momento de partir es tan importante como arremeter en el momento preciso.
Hace una semana que vengo despidiéndome de la gente con la que compartí los últimos diez años de mi vida (lágrima y moco mutuos incluídos), hace una semana que miro por últimas veces a todos los enanos, más grandes y más chicos, a los que de alguna manera crié.
Creo que este es el último espacio en donde fui una que ahora ya no soy. Después de estos últimos cinco años en los que vengo mudando de pies, de alma, de camino, de casas y de malos amores, solo faltaba este volver a empezar.
Con los muñecos de peluche bajo el brazo y habiendo repartido entre la hermosa gente que compartió mis mañanas todo lo que no voy a llevarme, habiendo aprendido cuáles son mis "no" y cuál es el sonido de mi corazón, me voy liviana de equipaje a conquistar otros mundos, o a construir ese con el que sueño de una vez por todas, tirando besos y dando las gracias porque, en definitiva, esta que soy floreció gracias a aquélla que fui.
Wish me luck.


miércoles, 9 de diciembre de 2009

Giros (cuento)

Ay, dios mío, mamá, vine en cuanto me avisaron. Pero mirá cómo estás... dejáme que te peine un poco. Te traje alguna ropa, me imaginé que acá no te iban a dar más que un taparrabos. Qué lugar tan oscuro... ¿por qué no abren los postigos un poco? Ah, la señora tiene la vista delicada... ¿esa es tu mesita de luz? A ver, te traje agua mineral, unas galletitas sin grasa, nada de sal tampoco, me lo dijo recién el médico residente, el jovencito ése que te atiende. Fue la presión, dice, un ataque. Con tiempo y paciencia te vas a poner bien. No, no te pongas nerviosa, no llorés. Si te ponés así me voy a tener que ir... no te hace bien. Si, a Marcela le avisé, pero no puede salir de la oficina porque le descuentan el día, ¿viste?, y te imaginás, entre el alquiler, el colegio de las nenas... no se puede dar el lujo de cobrar ni una moneda menos... vos lo sabés bien, que cada tanto le tenés que apagar el incendio, ¿no? ¿cómo? Claro que lo sé, lo sabemos todos, mami, si las tías dicen que seguro el ataque es porque vivís preocupada por mantener a las nenas, como les decís siempre que las ves...
Te arreglo un poquito la cama, así. Ponete este camisón, el nuevo. A ver, te acomodo un poco las almohadas. Mirá vos... venía pensando, menos mal que fuiste precavida mamá... ni que fueras bruja. Vos siempre dijiste que de vieja no querías molestar a nadie, que si te enfermabas no querías ser una carga. Y guardaste, puchito de acá, puchito de allá... juntaste... nos apretaste bastante, pero cargaste una linda cuenta...
Yo no podía entender que lo guardaras pensando en una enfermedad futura, con tantos usos que podía tener en el presente... claro, vos estabas gestando tu recompensa para la vejez, y cada una de nosotras tenía que procurarse lo suyo.
Si... uno por ahí de joven no entiende... la verdad es que fue difícil digerir ese sentido tuyo de la justicia tan particular... una siempre piensa en tiempo presente ¿no? toda esa guita ahí, al alcance de la mano, resolviendo tantísimas urgencias... o dándonos el espaldarazo para arrancar... si, ya sé. Seguramente la hubiéramos desperdiciado en malos negocios. Teníamos la cabeza llena de pajaritos... si... hiciste bien.
Uy, ¿te acordás esa vez que me fui a tu casa a pedirte un préstamo? Ja, menos mal que me dijiste que no. Si... me acuerdo de todas las noches que pasé sin dormir pensando cómo decir las cosas para que no te cayeran mal, para que no pusieras esa mirada de hielo... transpiraba pensando en que me dijeras, por favor, que sí. Era un cruce en el camino, una bisagra para cambiar mi historia. Y te lo iba a devolver todo y más... menos mal que me dijiste que no.. la plata para abrir la escuela... claro, en ese entonces no fuiste muy específica con los motivos, no entendí eso de que no me la podías prestar porque no sería justo para mi hermana... nunca llegué a juntar la plata... pero lo que no te mata te hace más fuerte, ¿no, mami? Y no me puedo quejar. Seguir siendo empleada fue una tranquilidad.
Marcela tampoco entendió cuando le dijiste que no a ella... era para comprarse la casita... te ofreció devolverte el doble, pero quién sabe si lo podía cumplir, ¿no? Seguramente que no, menos ahora que se quedó sola con las dos nenas. Claro, el tema era Guillermo, nunca te gustó. Los bohemios te caen mal desde siempre. No se puede vivir de sueños, es muy fácil ser hippie con la plata de los otros... si, la gente que se apoya en préstamos siempre te sacó sarpullido. Qué loco ¿no?... teniendo en cuenta que todo lo que vos tuviste te lo regalaron... y claro, querías que Marcela se diera cuenta de que no valía la pena enterrarse al lado de un soñador, de un tipo que siempre estaba lleno de proyectos. Y si, el hambre siempre te cambia el punto de vista. Parece que ahora la pegó, Guillermito, ¿eh?... seguramente gracias a que aquella vez no se la hiciste más fácil... la vida no está para que las cosas sean fáciles. Fácil es una palabra que no tiene ningún prestigio. Lo que vale tiene que costar. Sangre, sudor y lágrimas. Sobre todo lágrimas...
¿Qué querés? Agua, tomá, tomá un poquito. Así está mejor. Si... nada fácil. Hay que ganarse las cosas subiendo los peñascos, lastimándose las manos. No nos vengan a nosotras con ideas libertinas. Si no hubiera sido por vos, mami, no seríamos estas dos mujeres de acero que somos. Podés estar orgullosa... tanto golpe, tanta falta, nos enderezó, nos templó el carácter. Ya bastante desgracia tuvimos de nacer mujeres, ¿no? Pero gracias a dios la vida hizo dos montañas de esas dos debiluchas que fuimos de chiquitas, esas que te sacaban de quicio cuando se ponían a llorar...
Bueno, mami, basta de cháchara, tengo que volver a dar clases, a la tarde vengo otra vez. ¿Cómo? ¿a una clínica?¿por qué, qué tiene de malo el hospital? Mirá, con Marcela estuvimos charlando. Por el tiempo que necesitás de internación y los remedios, la plata que tenés no es suficiente para una clínica. Yo tengo algo ahorrado, podría dártelo y completar lo que falta... pero no es bueno que las cosas sean demasiado fáciles... siendo un ataque tan complicado, con tantas posibles secuelas, necesita una recuperación esforzada. Una clínica tiene demasiados aparatos, tanta ortopedia, sería tan fácil que recuperaras los movimientos de esa forma... pero Marcela dice que, en cambio, si vos lográs recuperarte en este hospital público, mamá, si vencés la burocracia, la miseria, el abandono, el miedo, la soledad... si resistís, si sobrevivís... después no te para nadie, mami. No te para nadie.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Magistra

Entre todas las baratijas que el colegio "progre" en el que trabajo por ahora metió para sentirse diferente, todas las semanas los enanos gozan de una clase de filosofía.

Por lo general, la hora transcurre con ellos moviéndose por todas partes, contagiándose la distracción y abusando (descaradamente) de la bondad del pobre profesor que no gusta de levantar la voz ni de retarlos, consecuente con su postura ante la vida.

Durante los primeros dos meses, atenta a su pedido de que las maestras no interviniéramos, lo observé con pena en sus vanos intentos por llamar la atención de mis pequeñas bestias que, poco a poco, fueron tomando dicha hora de clase como una extensión del recreo que venía a continuación. Un día, apenada por la frustración de Javier que no lograba mantenerlos sentados más de dos minutos, me colé en su clase. Él intentaba en vano leerles "El principito", entonces protesté en voz alta.
"Hey, a ver. Yo quiero escuchar el cuento y no me dejan. ¡Quiero saber quién es ése que pide que le dibujen corderos!"
Javier agradeció el gesto y pronto estuvimos hablando de la vida, de los enanos y de cuál era el horizonte al que él apuntaba con el dictado de la materia.

De a poco mis energúmenos fueron sucumbiendo a la belleza de la historia, y así un día me tocó a mí, junto con él, actuarles el papel de la rosa de aquél planeta solitario y lejano. La hora de filosofía se fue convirtiendo en una hora de cuentos maravillosos que plantaban en sus cabezas semillas de preguntas y miradas distintas.

En la anteúltima clase del año, después de un cuento de espejos y reflejos, Javier les propuso dibujarse haciendo una pregunta que tuvieran en su cabeza.

Y entonces florecieron:

Juanita (desde su síndrome de down): "¿Por qué vuelan los pájaros? ¿por qué llueve?"
Bianca: "¿Por qué los números son infinitos?"
Alison: "¿Por qué hay gente tonta y gente inteligente?"
Azul: "¿Yani, nos querés?" (y ahí, otra vez plasmada con mis pelos rojos todos parados contestando que sí con una boca abierta en una sonrisa, feliz de que sepan que los amo)

Uno tras otro fueron escribiendo con su nuevo dominio de letras y palabras preguntas increíbles que salían de sus bocas dibujadas.

Y entonces, Ale, el que se había perdido y yo sé que está casi de vuelta, en un globo que salía de una boca gigante, escribió la pregunta que nos dejó a medio camino entre el suspiro y la sonrisa:


"¿Quién soy?"


Yo sé que vaya a donde sea que la vida me tiene deparado ir, algo sembré en sus corazones.
Ahora le toca a la vida hacerlos florecer.


jueves, 3 de diciembre de 2009

Sensation

Algo me falta.

Ordeno la sala de vivir ("living" es una palabra que no me gusta para nombrarla), reacomodo los almohadones de colores vivos, levanto los adornitos, las piedras venidas de provincias con montañas, revuelvo bajo la mesita roja, acomodo papeles y papeles que tiraré, pero no ahora. Ahora algo me falta.

Tiendo la cama, sacudo el cobertor de arrugas, de sueños proféticos de noches pasadas, sacudo al viento los cuerpos de mis sábanas, acomodo los almohadones que me gusta mirar, descuelgo pañuelos sedosos de flecos, meto los zapatos al placard, reviso por última vez. Algo me falta.

La cocina está milagrosamente en orden (en lo que en mi universo se llama orden, pero no en el de mamá), doy vueltas en el naranja de las paredes, busco con la mirada, no. Algo me falta.

Repaso los libros, vuelvo a abrir esos que están mudos desde hace tanto tiempo, encuentro flores secas en poemas de soledad frenética, notas viejas, páginas señaladas, pero no. Algo me falta.

Salgo en bicicleta bajo el techo verde de los lapachos y los paraísos, lleno de agujeritos por donde se filtra el sol cada mañana, la vista que va por el cielo inmenso lleno de alas, voy como volando en dos ruedas, despacio (no tengo apuro), con la música que me gusta sonando en mi cabeza, sabiendo que veintiséis pares de bracitos y ojos me esperan para otra mañana feliz, para seguir aprendiendo juntos el mundo, y sin embargo, algo me falta.


Algo.

Tan sólido como la calle, tan vital como el agua, tan real como su ausencia, tan cercano que casi se huele, algo que a veces me lleva hasta la orilla de la desesperanza.

A algo también le estoy faltando yo.