miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cuando la vida pende de un cosito

Desde que vivo sobre la tierra (literalmente. Desde los seis años todas mis casas fueron en planta alta, hasta que dos años atrás, puse pies y resto de humanidad en una casita a nivel del piso), uno de los momentos más felices fue cuando, estrenando maldita tarjeta de crédito, me compré una bordeadora. Este hecho cambió mi relación con la vereda. Dejé de putear por cortar el pasto con mi tijera de recortar dibujitos, con la consiguiente mejoría de mis dolores lumbares, y pude disfrutar de amables charlas de pie con los demás vecinos, que también ostentan bordeadoras y pastito.


Todo iba bien, hasta que dos meses atrás la bordedadora palmó (en correspondiente orden alfabético a continuación de la licuadora de mano y parte del lavarropas). Se rompió el cosito que gira en el medio, que es justamente el que da sentido a su existencia. Como hago siempre que algo se rompe en casa (incluso los sueños) monté mi bicicleta bordeadora en mano rumbo a la ferretería de mi barrio con la esperanza de que tuvieran ahí un cosito para ella, para resucitarla rápidamente, pero sabiendo en el fondo de mi corazón que cuando algo se rompe en casa la cosa nunca resulta tan fácil de solucionar.


El ferretero (un señor de lo más amable, imprescindible en mi vida de jefa del hogar) se rascó la cabeza un rato mirando el aparatejo naranja y negro, y finalmente me dijo lo que temía: "Tiene un sistema muy raro. Nunca antes lo había visto.."


Channnn...


Así empezó mi peregrinaje de varios días por distintas casas de reparación de cosas. Ninguna tenía el cosito, pero fue una buena oportunidad cada vez para comprobar que la gente no se rasca la cabeza de la misma manera. Finalmente, un viejo malhumorado al que mi madre acude con sus electrodomésticos, después de maltratarme un rato por mi propensión a romper las cosas, me sugirió entre dientes que me fuera al lugar en donde la había comprado.


Como también andaba necesitando un escritorio para poner la computadora (y dejar de ser una jipi rotosa que arma mesas con cajas de cartón y telas que ponen nerviosa a mamá) me pareció buena idea encaminarme hacia la meca del que se cree capaz de arreglar lo que rompe, y previo arreglo de horarios con mi madre, nos fuimos las cuatro al Easy (la China, mamá, la bordeadora y yo). Locas de contentas compramos pochoclo antes de entrar, pusimos a Delia (así se llama la bordeadora) en un carrito cómodo, toqueteamos todo lo que vimos, elegimos escritorio mientras mamá aplaudía la decisión y después de pelotudear hasta que casi se acabó el pochoclo fuimos derecho al mostrador de jardinería.


Del paseo aprendí algunas cosas:
1) Los rudos muchachos del Easy no se rascan la cabeza.
2) Los rudos muchachos del Easy son amables y no pierden la paciencia cuando se te cae el pochoclo.
3) Los rudos muchachos del Easy tampoco tienen la más puta idea de dónde conseguir el cosito.

De vuelta en casa, después de atravesar la jungla en la que ya se había convertido mi pastito, algo desanimada pero con unos guantes de jardinería color rosa di-vi-nos que compramos de oferta, se me encendió la lamparita tecnológica. Internet tenía que tener una respuesta.
Después de casi rayar la desesperación y comprobar que Black y Decker tiene locales en muuuuuchas partes del mundo, finalmente encontré uno de los pocos que sí, sí, siiiiii tiene en zona norte. Por supuesto, a ochomilquinientas cuadras de mi casa.


El pasto había alcanzado ya una altura considerable como para poder practicar combate sin ser visto, mamá tenía una disponibilidad escasa del auto, el local, por supuesto, un horario imposible de atención, y antes de que en el pastizal (que ya era selva) se asentara una familia de monos trepadores, me levanté nueve y media de la mañana y otra vez con Delia recostada sobre el manubrio y una cantimplora para que no me faltaran víveres en el camino, decidí tomar el toro por las astas y me fui lo más pancha al lugar donde, por fin, encontraría el cosito.


No fue fácil el viaje. Descubrí, por ejemplo, que la primera parte del partido de San Isidro tiene un trazado imposible. Las calles dibujan eses, curvas y contra curvas, de pronto todas tienen mano contraria, las doble mano están pobladas por fieros colectivos (que son enemigos declarados de los ciclistas) y la gente se pone de muy mal humor cuando alguien pedalea sobre la vereda aunque sea con el noble propósito de salvar la vida. Y más si quien pedalea accidentalmente los estrola con el mango de una bordeadora.


Quizás por culpa de mi frondosa imaginación (que prometía un local enoooorme lleno de soluciones) la primera decepción la sufrí en la vereda. Pasé cuatro veces por el lugar chequeando la dirección sin poder encontrar el hospital para Delia. Un parroquiano de una panchería de mala muerte me señaló el lugar mientras sorbía su cerveza para bajar el maní que se le atoró cuando lo interrumpí con mi pregunta desde la bici, bordeadora al hombro (cosa bastante dolorosa, porque en el trayecto el sol me rostizó los hombros).


El local era minúsculo. Cuando crucé las dos puertas de seguridad, respiré aliviada notando que había muchos cositos colgados de las paredes, con otras tantas herramientas raras, cables y demases cosas que hacen feliz la vida de los hombres. Puse a Delia en el mostrador y le expliqué al señor todo mi periplo y mi desgracia y le rogué que me dijera que tenía el dichoso cosito para que Delia volviera a ser la feliz bordeadora que supo ser de joven. En un santiamén, fue para alguna parte más adentro del local y volvió con el cosito en sus manos, y ahí empecé a recuperar la fe en el sentido de la vida. Pero (como en toda buena novela siempre hay un pero) su función se limitaba a vender el fucking repuesto. La colocación se hacía en el taller y tardaba no menos de veinte días.
Me lo quedé mirando. Miré la bordeadora, lo miré al señor, miré el piojoso-obsoleto-problemático-puto coso de plástico, volví a mirar al señor a los ojos.

Y:- ¿Cómo que al taller?
Señor:-Si, el repuesto lo colocan en el taller. Porque esto va clavado, ¿ve?
Y:- (...)
Señor:-Es que es un sistema delicado, y si la pieza calza torcida no la sacamos más.
Y:-¿Clavado? O sea, hay que calzarlo ahí en el palito y que quede..
Señor:-Justamente, y como es muy delicado..
Y:-No hay problema. Me llevo el repuesto. ¿Cuánto es?
Señor:-Cuarenta y ocho pesos (aia)
Y:-Acá tiene. Muchas gracias, muy amable.
Señor:-..pero.. ¿quién lo va a colocar?
Y:- YO.

Debo haber sido intimidante, porque se llamó a silencio, me dio el cambio y apretó la chicharra de la puerta más rápido que maratonista nigeriano.

Compré un martillo camino a casa, me senté en el patio, le dí cuatro bifes bien puestos al cosito y finalmente una y media de la tarde estaba sometiendo yuyos y tomando tereré en la vereda con Delia totalmente renovada.

Y mientras me pasaba aloe vera por las quemaduras de sol de la expedición en bicicleta (que volvieron a quemarse producto de la euforia que no me permitió calcular que cortar el pasto bajo el sol de las dos de la tarde no es una buena idea), acuñé para el mundo una reflexión refrescante:


Black y Decker, permíteme un consejo: CARAJO, LA VIDA ES MAS SIMPLE!!!!



4 comentarios:

  1. ...Y to another thing butterfly, o en criollo "a otra cosa mariposa". Igual debe ser jodido que andes por la vida y te golpee el mango de una bordeadora desde una bici...je!

    ResponderEliminar
  2. Varias cosas: Se me acabó el tema musical a la mitad del relato, o se quedo corta y se le fue de largo. Mas que gustarme su soberbio relato y me encantó encontrar a alguien que comprende tambien que el mundo, o sea, ni las veredas ni las calles, estan hechas para nuestras bicicletas, y para terminar le digo "Oiga Anduvo por mis terruños y no se digno a avisar" Sabe que? Feliz año nuevo, abrazo y beso

    ResponderEliminar
  3. Cristófolo: Con la cantidad de cosas que te golpean en esta vida, el mango de una bordeadora es moco de pavo. (Y el golpe puede venir seguido de una simpática charla y el comienzo de una bonita amistad)

    Franko:
    1) Nunca tengo la más puta idea de por dónde estoy andando.
    2) Las veredas y las calles de este mundo no sólo no están hechas para las bicicletas. Tampoco están hechas para gente que vuela, como nosotros, que así es como entramos a su casa.
    3) Puto el que lee.
    4) Feliz año para usted también!!!!!

    ResponderEliminar
  4. ¡qué preciosidad!: entretenido, bien escrito, con sentido del humor y, aun por encima, mañosa y atrevida...

    ResponderEliminar