domingo, 29 de diciembre de 2013

Plegaria de la sexta noche

Dame
algo que defender
una razón para luchar
algo sagrado.

Dame algo sagrado
algo por lo que valga la pena
la vida
la muerte
la estrechez
el dolor
dame la alegría de algo sagrado.

Yo te doy
mi cuerpo
mi camino
mi destino
los pasos de mi fe.

Yo te doy
un corazón ardiente
que busca un buen motivo
para arder.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Dandelion

Yo ya no quiero ser una indignada
no quiero indignarme.
Voy a ir, y a hacer.

No quiero escucharme más en la queja, me agobia escucharme quejar.
No me soporto más.
Quiero callarme un poco más.
Quiero ir, y hacer.
Quiero que cambie.
Voy a cambiar.


sábado, 30 de noviembre de 2013

Me han regalado un diamante y no sé qué hacer con tanta luz...

La decisión personal de cada día de entregarse a transitar o de huir.
La soledad infinita de saberse único responsable del propio destino, de decidir, de creer.
La luz que nos habita junto al miedo.
Cuando alrededor nada es verdadero, dejar de exigir que lo sea para ir buscando a tientas el camino de aprender a serlo.
Dejar de hablar para empezar a decir.
Decir menos y empezar a hacer.
La difícil tarea de volverse diamante.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Crisis (todo el mundo vive en crisis)

Desde el parto en adelante, en la vida todo es pasar por un tubo.
Contraer al máximo antes de nacer, de crecer, de expandir.
Atravesar eso que da miedo y pasar del otro lado nos deja parados un poco más allá, un poco más adentro, un poco más valientes.
Cuando el mundo aprieta mucho, a veces lo olvido. Olvido que para pasar el túnel hay que aflojarse, y grito y pateo oponiendo resistencia. Me dejo ganar por el dolor. Por el miedo a que me duela.

Y entonces recuerdo.

Si de todos modos un día nos vamos a morir, entonces que valga la pena.
Un ser sin causas es un ser dormido.

(y cuando estaba escapando, pego la vuelta)

martes, 29 de octubre de 2013

Declaración de principios

Yo soy una miedosa en rehabilitación.
Yo tenía miedo de todo.
De todo.
Hasta de mí.
Pero un día fui capaz de dar a luz, de albergar otra fuerza dentro de mí, de abrirme para dejarla atravesarme y llegar al mundo. Y con ella sobre mi falda, mirando sin perder de vista cada uno de mis pasos, el mundo se volvió más aterrador. Ahora también tenía miedo de equivocarme. De enseñarle el mundo mal.

Yo no quería que aprendiera de mí a esconderse en el canasto de los juguetes, a llorar hasta no poder hablar, a convertirse en alguien que no sea, a obedecer, a escapar. Pero para poder enseñarle otra cosa, no me quedó otra que empezar a aprenderlo.

Tengo tanto miedo que cuando tengo que tomar de la mano a alguien más por un rato, queda mi palma helada y transpirada, pero insisto.

La vida me obliga a insistir, y tomo el envión con el aliento comprimido y para arrojarme, por adentro canto. Porque en algún lugar leí que el odio retrocede cuando los hombres cantan, y cantando me olvido del terror que me causa defender lo que siento verdadero, aunque ladren, aunque acosen, aunque amenacen y esgriman sus voces en gritos o en verborragias.

A mi me educó una cultura reinante en el proceso militar en el que treintamil personas desaparecieron en el medio de un país que eligió no mirar.
Yo bebí el miedo en cada café con leche, en mi casa, en la escuela, en el juicio de los vecinos, en un tiempo en que el hombre de la bolsa era real, y se llevaba, en el mejor de los casos, solamente a tus padres, a punta de fusil y falcon verde.

Yo vi morir a mi padre escupiendo mierda, literalmente. Repleto de odio, de desamor, de soledad, de su enorme y oscuro miedo a la felicidad.

A mí no me va a pasar.
A mi hija no le va a pasar.

domingo, 27 de octubre de 2013

Reflexión electoral (en el más amplio sentido de la palabra elegir)

Desde hace un tiempo vengo desandando lo que la cultura, a través de la educación, ha hecho conmigo, para ver cómo logro, de una buena vez, averiguar quién soy, y serlo. Y en eso, me van llevando sobre todo los pasos de mi hija en su adolescencia, en el estrechamiento de su túnel para pasar al mundo adulto.

Ya quisiera borrar de su alma las marcas que han dejado mis errores, pero allí están, son sus propias batallas, sus oscuridades a sanar y resolver, para volverse más sabia, para saberse más fuerte.
Yo ya tuve y tengo mi tarea con las huellas que llevo en la mía, las alumbro ahora que veo más claro, de tanto desandar mi camino para encontrar las migas y retomar las sendas paralelas. La voluntad puesta en desactivar mis trampas, evitar la automática reacción de huir despavorida y llena de miedo, quedarme y mirar eso que se mueve en la oscuridad.

Llego con ella a sus encrucijadas, ahora que tiene que salir a probarse, a resolver las propias pruebas para ganar capacidades; traduzco lo que sucede, porque la realidad a veces se vuelve un poco esquizofrénica, detenemos el tiempo y la emoción que arrasa, para poder ver, bajo el viento, dónde es que están puestos nuestros pies.

Evitarle los dolores sería condenarla a la insensibilidad. Pero aprendemos juntas que el dolor te atraviesa como un latido, y si lo dejás atravesarte, pasa, te deja el recuerdo de la impresión, la señal de atención, y como a toda fuerza, se la puede convertir en un resultado bello.

Esta encrucijada en la que estamos paradas ahora, la de su escuela y su educación dentro del sistema social, me tiene revisando con lupa mi propia educación, el proyecto educativo nacional, la realidad de las escuelas de mi país y el sentido último de esa acción social que la cultura ejerce sobre los individuos... ¿con qué fin?

Cada vez me pregunto qué es educar, qué es intervenir en la manera en que una generación comprende el mundo que lo rodea. A esta altura del partido es una obviedad decir que educar es mucho más que impartir instrucción o dar información sobre algo. Eso en todo caso sería adoctrinar. ¿Qué es, entonces, educar?

He cursado al menos dos carreras de formación docente, y no recuerdo que, en ninguna instancia de la carrera, hayamos reflexionado sobre esta pregunta.
¿Cómo se puede llevar a cabo algo sin tener claro qué es?
¿Cómo es posible llevar a cabo una ciencia social sin detenerse a reflexionar sobre sus alcances, y por ende, sus formas? ¿quién vela por los procesos individuales que se van desarrollando? ¿por qué tenemos tanta población infantil y juvenil en terapias psicológicas?¿en dónde estaremos fallando?

Recuerdo la pobreza y la violencia de mi formación docente. He tenido profesoras que me han faltado el respeto mil veces, que han abusado de su autoridad como en una mala película yanqui, como si tener fama de ser terrible fuera sinónimo de grandeza. Mi verdadera formación no fue producto en absoluto de mi paso por la institución, sino más bien de la inquietud, de la búsqueda de una forma nueva, mejor, que abrió un camino de observación y búsqueda de respuestas, que me llevaron a encontrar la filosofía, el marco necesario para mi ejercicio de la tarea. La mirada misma de nuestra formación  como docentes era tan técnica en el magisterio, tan centrada en lo sistemático, en lo teórico por sobre lo real, lo metodológico, que el niño y el joven parecían ser lo último a contemplar, detrás de lo que "hay que enseñarles". ¿De lo que "hay que enseñarle" con qué fin? ¿para qué? ¿por qué?

Ni hablemos de mi formación en el profesorado de lengua para ejercer en el nivel secundario (formación que abandoné porque de pedagógica no le encontré nada.)
Fue como revivir mi propio tránsito adolescente por la secundaria. Un grupo de viejos profesores que fundaban su prestigio en torturantes exámenes orales en donde ponían a prueba la capacidad de memorizar terribles ficheros de antiquísimas obras españolas sobre las que no se dignaban a dar jamás una clase recordable. Así nos formaban en la tortura, en el padecimiento, para largarnos convertidos en... ¿buenos educadores?

¿Dónde está el espacio de reflexión necesario para poder permitir y acompañar los cambios de pensamiento que deben ocurrir generacionalmente para mejorar?
¿No ha cambiado el mundo?
¿Y cuándo le tocará cambiar a la educación?

Dos pensamientos me vinieron desde muy temprano a la memoria, cuando decidí seguir la carrera docente. El primero, "el mundo se construye en la escuela". Los vínculos sociales por excelencia se dan durante esta etapa, la escolar, como en un pequeño tubo de ensayo. El modelo social que se reproduce es el que se aprende. La exclusión, la violencia, la intolerancia, la emoción desbordada o reprimida, todo queda fijado en los vínculos que se establecen al educar. Los vínculos educan.
El segundo, "no se puede enseñar lo que no se es capaz de lograr."
(Y con este me viene a la cabeza el tan mentado respeto que exigen a veces ciertos educadores y me pregunto si son capaces de respetar al ser joven que tienen delante para poder así enseñar ese respeto.)
Y el tercero que me surge a partir de mi camino como madre de Ariana, ¿qué enseño yo como madre, como primera guía? ¿es coherente mi discurso con mi accionar? ¿estoy ayudando a formar lo que quiero encontrar afuera?

Tengo tres roles, como para no perder la pisada de la coherencia y ganar una oportunidad de enseñarle lo que esta realidad en que vivimos tiene de oscuro, y cómo sobrevivir en el intento. Y en esos tres roles me reconozco como agente educador: madre, maestra, madre de alumna en una escuela.

Su pelito azul destapó en su colegio el pensamiento facho nuestro de cada día, el prejuicio, la intolerancia, la soberbia adulta del poder y su mal ejercicio. Bien, no nos gusta.

¿Y... a dónde vamos...?

En treinta cuadras a la redonda, los establecimientos estatales de esta región me dieron estas respuestas:

"Le digo la verdad, señora, acá los profesores no cobran el sueldo desde febrero... faltan mucho.. yo no le puedo pedir a alguien que no cobra que venga a trabajar igual..."
".. y si un chico viene con muchos aritos, se los hacemos sacar. Un poco está bien, pero hay que tener un límite.."
"..claro, pero para pasarse de modalidad, tiene que rendir cinco equivalencias, o sea que ya empieza el último año con cinco previas." (es decir, teoría pura, sin haber cursado jamás la materia con un profesor...)

A las escuelas que proponen uniforme, ni fui. El pelito azul de la china no combina con la gama de grises, verde inglés ni bordó, ni con la ideología de la excelencia académica.

O sea, o estamos excluidas del sistema, totalmente afuera (ni siquiera podemos hacer un cambio de turno, porque rige el mismo sistema de especialidades y equivalencias dentro de la misma escuela) o quedamos presas de que se nos diga cómo tenemos que vivenciar la estética de nuestro cabello, so pena de ser sancionadas por no querer ser rubias con mechas pelirrojas. Podemos operarnos y ponernos siliconas, hacernos una rinoplastia o inyectarnos colágeno, pero no teñirnos el pelo de verde, fucsia o azul.
Entonces, salvo que dispongamos de tres mil pesos para pagarnos algo que elijamos más acorde con nuestro sentir (cosa que no cuestiono, adhiero a financiar proyectos alternativos para que cobren notoriedad y consigan esponsoreo, pero por qué poder hacer esa elección tiene que depender de poder darse el lujo económicamente hablando...), podemos decir que estamos fritas.

Caramba, toda esta situación es terriblemente educativa se la mire por dónde se la mire. No sólo para ella. También para mí.

¿Cómo es que en esto ha devenido nuestro sistema educativo? ¿en dónde estoy ubicada en la cadena de responsabilidades?

Siento que es hora de tomar cartas en el asunto de la educación, pero no desde el batallar en trincheras opuestas, ya no creo en los que me quieren convencer de nada a fuerza de agredirme por pensar distinto. La verdad no es un patrimonio personal, es una construcción conjunta, con lo mejor de cada aspecto. Creo que es tiempo de empezar a cuestionarme ciertos criterios de decisión. No puedo seguir repitiendo la cantinela de que "la secundaria es un trámite, es así, hay que padecerla y pasarla", porque, a las claras, como sociedad, no nos está beneficiando en nada.

Siento que es tiempo de tomar la educación de nuestros hijos como algo serio, no desde la paranoia contra los maestros (ni viceversa), sino desde la búsqueda de los espacios de diálogo y crecimiento, desde el asumir la propia madurez y el rol fundamental como padres, primeros educadores desde la acción, modelos en la vida de nuestros hijos.
Tiempo de realizar una observación profunda sobre las propias contradicciones, y por ende, las del sistema del que somos parte, lo que, por acatar, estamos avalando. Lo que no estamos intentando modificar.

Darle forma a la educación es una tarea conjunta, y una responsabilidad ciudadana. Es ahí donde se construye esto que supimos, malamente, conseguir. ¿Dónde están las puertas? ¿cómo congeniamos? ¿cómo cruzamos los puentes para comprender?

Pienso todo esto hoy, en que voy a ejercer mi derecho cívico a elegir a quienes van a gobernarme, a quienes van a tomar decisiones por mí.

Y acá, domingo a la mañana, esperando mi momento de ir a votar, más triste que feliz, pero sin ganas de abandonarle a la construcción del país que quiero habitar, me pregunto, en medio de nuestras campañas cada vez más vergonzosamente parecidas a "Intrusos" que a la política, ¿cuándo vamos a pasar de los discursos a la acción? ¿cómo hacemos?






viernes, 27 de septiembre de 2013

Cuando aprender sobre libertad y derechos es algo más que aprobar con un ocho la materia.

Chinatow, belleza parida por mí, asiste a una escuela secundaria municipal, la Escuela Paula Albarracín de Sarmiento, en el distrito de Olivos, partido de Vicente López.

Aquélla escuela fue la que me tuvo a mí en sus patios cuando yo misma transité mi adolescencia.
Comencé la secundaria en el año 1986, tres años apenas terminada la feroz dictadura militar que aquejó a mi país como un cáncer (del cual, aún, quedan células que tienden a querer reproducirse), y aquél tiempo era todo primavera. Los vientos de cambio que trajeron los ochenta nos hicieron volver a pronunciar, a voz en cuello, las palabras derechos humanos con la dignidad de poder defenderlos.
Durante un invierno muy largo nos habían obligado a masificarnos, a escondernos entre nosotros, a no osarnos a sobresalir expresando demasiada identidad, cosa que automáticamente levantaba sospechas y podía ser causa de desaparición, tortura y muerte.

Mi escuela, en aquél entonces, iba a la vanguardia. Un contundente centro de estudiantes se conformó con solidez, y el derecho a opinar era recibido con gusto por la directora, María del Carmen Añón de Titiro, que comenzó a tender los puentes a ver si de una vez el adulto podía reencontrarse a sí mismo reflejado en el adolescente. Cabe destacar que su coraje fue premiado con su traslado. Legalmente, la "hicieron desaparecer" de nuestra escuela rumbo a otra, pero un fueguito nos quedó encendido. Algunos buenos maestros profesores lo tomaron, y lo mantuvieron a salvo de los ventarrones autoritarios con que mi generación fue educada.

Veintitrés años después de haber intentado a rajatabla que no me apagaran la llamita del coraje a manguerazos varios, reciencito convertida en hoguera, intentando encontrarme en Chinatown y sus diecisiete encendidísimos años, doy las gracias de saber que ese fuego debe haberle alumbrado el coraje desde mis entrañas (mientras yo andaba en tinieblas esperando conocerla y que me los recordara).

Ella anda en la tarea de averiguar quién es, eso que yo también ando intentando después de que durante años me dejé decir quién tenía que ser, y su búsqueda es mucho más atrevida y profunda. El camino que me vió transitar, y sobre el que tantas veces conversamos tiradas en la cama en tardes de puentes en el tiempo, lo capitalizó con inteligencia, y tomando la posta, ella va por más, como corresponde a la generación que sucede sabiamente a otra. Y así como yo alguna vez me enrojecí la cabellera con la más roja henna que la modernidad antigua ostentaba, ella fue y se metió una hermosísima cresta de color azul.

Y ahí empezó la polka.

Después de haberle enchufado (como a mí) sietemil trabajos prácticos, exámenes y manuales de formación ciudadana, y palabras como "tolerancia" y leyendas de respeto hacia la diversidad, la china llega a casa con una observación por contravenir el código de convivencia.

Ahá..

Parece que tener el pelo de color azul incomoda a alguien en la "convivencia".

Parece que varias veces pidieron al rector que los atendiera para poder reescribir, a partir del diálogo, un código nuevo que respetara las diferencias, y finalmente, en ese dilate del tiempo para el encuentro, el código quedó sin escribirse y este año la ley queda difusa, no respetando el acuerdo de negociar año a año el nuevo código de convivencia.
Mal.
Ya le estás enseñando al pibe una maniobra política sucia y poco verdadera.

Parece que finalmente los recibió, y después de escucharla enunciar sus argumentos claramente y sin perder la paciencia,  al quedarse sin respuestas (la china sabe lo que quiere y te lo pone como un flechazo entre los ojos) el señor rector terminó diciéndole que si, que ella tenía razón, pero que los padres exigen esa cláusula porque no quieren que sus hijos se pintarrajeen el pelo de color.

La china vuelve caliente como pava para mate.

Su argumento, impecable:  si me dijeran que no avalan el teñirse porque el amoníaco de la tintura daña la salud, bueno. Pero no me dicen eso. Me dicen que puedo teñirme de colores naturales. ¿Qué quiere decir? ¿teñirse de rubia o pelirroja y llevar el pelo largo hasta la cintura está bien, pero tener cresta y de color azul, está mal? Eso es un juicio. Están avanzando sobre mi derecho a expresarme. Están juzgando desde su criterio estético que ser rubia artificial está bien, pero azul no.
Sería lo mismo que decirle a alguien que agujerearse las orejas está bien, pero ponerse un aro en el labio está mal.
¿Qué es lo que marca esa diferencia? Pueden decirme que no vaya con la ropa rota, ok, pero la ropa, cuando salgo del colegio, me la pongo como yo quiero.
Si me prohíben un color de pelo, me prohíben algo que va más allá del colegio.

Tiene razón.

Acallo todas las voces miedosas de mi conciencia que balbucean para qué te vas a meter en quilombos,china, después te van a perseguir con otras cosas, mejor sacate el azul, mejor NO TE METÁS.
Agarro el cuadernito de comunicados y pido una entrevista con el rector. Voy a darle la oportunidad de aprender lo que yo misma intento aprender a diario: a defender sus derechos.

Me contesta la vicedirectora, antigua profesora mía de geografía, totalmente olvidable.

Me recibe una tarde, yo con mis polleras de reina jipi, los pelos alborotados de la clase de natación, la chalinita en el cuello, me mira sutilmente de arriba abajo y ya me doy cuenta de que va a ser una tarea titánica no querer asesinarla a los diez minutos.
Aquélla cabeza que yo conocí morocha ostentaba hoy un rubio furioso, mechado de tonos cobrizos, nada que haya visto en un cabello natural, pero este sí parecía estar permitido.

La conversación fue como hablar yo chino y ella alemán.
Yo hablaba de los cambios que el mundo tiene de una generación a otra y de la necesidad de comprender lo diferente, lo nuevo, lo distinto, de no temerle. Sus escasos argumentos tenían que ver con la "imagen" de la escuela, pública por cierto, cosa que le recordé varias veces. Le pregunté en qué afectaba "a la imagen" tener el pelo azul. Le mostré mis rastas y le hablé de mi militancia por el derecho de la mujer de encontrar su propio parámetro de belleza, uno no dictado por la mirada del varón.  Me contestó que "una vez tuvimos un chiquito con rastas y se llenó de piojitos" (sic). Le hablé del vínculo con el cuerpo, le pregunté otra vez cuál era el fundamento de esa cláusula en el "acuerdo de convivencia". Le pregunté por el manual de formación ciudadana en donde habla de la inclusión, del respeto por las diferencias.

Por supuesto, no hubo forma de comprendernos.

Entonces le dije claramente que no me da lo mismo que mi hija rompa o no un acuerdo. Que soy la primera en comprender y enseñarle que la ley está para respetarla, pero tiene que ser una ley justa, nacida del consenso. Nadie puede privarla de su derecho a embellecerse de la manera en que ella ve lo bello, de su derecho a expresar quién es, fuera de los modelos impuestos. Nadie tiene derecho avanzar sobre sus derechos, de reprimirlos ni avasallarlos. Que le habíamos enseñado a ser respetuosa de los derechos de los demás, y que en este momento sentíamos que ella tenía razón defendiendo su derecho.

Me encontré con Chinatown a la salida. Los ojos le brillaban. Sonreía.
"¿Y, cómo te fue?"
"No entendió un carajo" le dije riéndome y se rió, "pero le dejé claro que padre y yo creemos que tenés razón y te apoyamos en esto."

Puso su cara de gato enternecido, nos dimos un abrazo. Le imité a la señora cuando me trató de piojosa con carpa, se mató de risa. Nos fuimos caminando y tomando un helado, charlando de los militares, sobre los tiempos en que un hombre con el pelo largo era una falta de respeto a la moral, de cuando las mujeres no eran consideradas aptas para ejercer su derecho a elegir a quien las gobernara, de la libertad, de la identidad, de la belleza, y de cómo el mundo se cambia haciendo.

Yo sintiendo este placer de verla crecer floreciendo.



Ella es azul
como azul es el cielo
que inauguró en mí
abriéndose camino
a su propio destino
de ser
quien ella es
quien ella sea.
Ella es mi estrella.



sábado, 14 de septiembre de 2013

Caminos

A veces miro hacia atrás (soy gustosa de las retrospectivas concienzudas) y veo en el camino las migas, los mojones, los pasos precisos que me llevaron hasta hoy, hasta mí.
Mis partos fueron tantos que cuando vuelven a llegar ya me son naturales, y otra vez algo se cae y desaparece de mí y soy más amiga de mi muerte.
El tiempo no me pasa como dice el reloj, me detengo en momentos que son como una vida, los disfruto inmensamente pequeños, se me quedan en los ojos y en la piel, y la soledad cada vez es más una ilusión, una mentira.
Me sé parte de algo que ya no se detiene, y cosecho esperanzas que enciendo como llamas, alimentando el fuego de un amor tan intenso como cierto, que no quiere agarrarse de nada, y pasa a mi través dejándome su huella.
No tengo ya de mí ninguna imagen. Ningún destino codiciado.
Por fin siento serena en mis plantas dónde es que están apoyados mis pies.

jueves, 18 de julio de 2013

Diecisiete






Hoy me desperté, y es tu día. Es en el calendario la fecha en que celebramos que hayas bajado, que hayas nacido, que hayas llegado.

Me imaginé de pronto nuestra vida juntas como una combucha, ese hongo de los noventa que curaba hasta el cáncer y que iba pasando de casa en casa como una bendición. Criado en té, formaba debajo de su cuerpo un cuerpo nuevo que maduraba y se desprendía para irse a otro frasco, a otro té, a seguir diseminándose por el mundo.

Mirándote, veo que este cumpleaños es una frontera, una de las tantas puertas que la vida tiene para marcar los recuerdos con vivencias. Tiempo en que las amistades dejan de ser puramente territoriales para ser elegidas, y florecen los amigos entrañables, esos seres que nos acompañan con profundidad por los caminos de la vida, las decisiones empiezan a marcar una ruta de encuentros.
Los festejos de tu vuelta número diecisiete, de tus seismil docientos diez días transcurridos, te miro y puedo ver una combucha casi enteramente nueva, un pequeño universo nuevo, formado de la misma sustancia que la mía, forjando su personalísimo destino.

Mientras te veo poner rumbo para conquistar el territorio de la juventud, desde el reino de mi madurez, cruzando los dedos para que recuerdes lo importante y sepas sanar lo anecdótico, te bordo una capa de bendiciones para que te abrigue en el mundo:

Que el amor te habite, te inunde, te atraviese, le de calor a tus pensamientos y te haga querer despertar cada día; el amor a tu camino, el amor a tu tierra, el amor a tu obra, el amor.
Que siempre que hagas, sea por amor.
Que siempre que no hagas, sea por amor.
Que florezcas en cada primavera, y que, además de cumplir años, crezcas.
Que la luz de tu pensamiento sea tan brillante que diluya cualquier sombra fría de miedo que te quite libertad. Que no se llene tu alma de rencores ni de cuentas pendientes.
Que nunca esperes nada a cambio, que le baste a tu corazón para llenarse el privilegio de tener lo suficiente como para poder dar.
Que nadie te convenza, y que tus decisiones sean tus propias decisiones, de nadie más.
Que la vida te devuelva lo que entregues, y que muchas manos se tiendan para recibirte y abrazarte.

Felices diecisiete años, Chinatown.

El mundo es nuestro.
El mundo es tuyo

martes, 25 de junio de 2013

Una promesa a (debajo de) una bandera.

Estamos en cuarto grado.
Por acá, por estas tierras del sur de América, hay una tradición escolar que reglamentó una disposición del año 1957. Al llegar a cuarto grado, emulando aquel juramento de lealtad que su creador hiciera a la bandera a orillas del río Pasaje, cada niñito escolarizado de mi país debe entrarle al ritual de hacerle la misma promesa a la bandera.

De mi promesa a la bandera no hay ni fotos. Fue en plena guerra de Malvinas, con mi madre al borde del colapso, sin carrera, lastimada, furiosa y sola gracias a los tiempos de la dictadura, mis padres divorciados ahí nomás, en pleno quilombo hacia adentro y hacia afuera de mi casa, imaginate la bola que le dimos al evento.

Cuando llegó el turno de Chinatown, yo ya sabía, ya había aprendido gracias a ella, que ningún ritual en la vida debe ser al pedo, que cada cosa que uno hace tiene que ser en serio, tiene que ser verdadera para una.
Como madre y maestra de la misma escuela a la que mi chiquita asistía, fui invitada junto a otros padres a escribir y decir unas palabras  sobre el momento que transitaban nuestros niños, el ritual en cuestión.

No recuerdo exactamente las palabras que dije durante el acto, más o menos decían así


Cuando yo era chica, mi país era mi casa, mi hermano, mis juguetes.
 Mi bandera eran las manos de mi mamá peinándome.
Crecí, y mi país eran mis amigos, el río, la escuela. 
Mi bandera eran mis sueños.
Crecí más, y mi país se volvió infinito. 

Mi bandera, hija, es tu sonrisa.


Pero si recuerdo con nitidez sus dos largas colas de cabello, sus ojos todos enormes mirándome, mi emoción, su emoción también (creo que ese día, yo le prometí lealtad a ella).
El ritual en sí, te la debemos. Ninguna de las dos recuerda que se juró finalmente, pero se nos entibia el corazón al recordar la escena.

Y ahora me tocaba, después de tantas vueltas, estar de este lado en el ritual de una promesa a la bandera.

Nada debe hacerse en la vida porque sí, mucho menos una promesa. Así que bandera y promesa, había que entender de qué estábamos hablando.

Empezamos por una historia.

En el año 2001, que fue un año muy difícil en la historia de nuestro país, mi hermano se quedó sin trabajo y decidió ir a probar suerte a España.
Guardó unas pocas cosas en la valija, agarró sus ahorros, se tomó un avión y cruzó todo el mar inmenso para llegar hasta otro continente, a Europa, a la tierra de mis abuelos.
Estuvo mucho tiempo allá, lejos de casa, y las  cosas no le fueron fáciles. Caminaba durante muchos días buscando un trabajo que no aparecía, iba de una entrevista a la otra, con poco dinero y poca suerte. Cada noche, al volver cansado y algo triste por no encontrar lo que buscaba, a la habitación que alquilaba, no tenía amigos con quiénes compartir sus vivencias. Y entonces la carga se hacía algo más pesada, más difícil de sobrellevar la distancia y las ausencias.
Un día, en una calle lejana, en la puerta de un bar, vio una bandera celeste, blanca y celeste. Y entonces, él contaba que supo que ahí seguramente tomaban mate, que ahí seguramente conocían el dulce de leche, que sabrían de Boca y de River y de un montón de cosas que él conocía. Y cada tarde antes de volver a su habitación, pasaba por el bar, y estar allí era como estar un poco más cerca de su tierra, de su casa.
Esa bandera, decía él, fue como un faro, fue como una manta, fue como un fuego encendido para que se encontrara más cerca, menos solo.

Y después una pregunta.

¿Qué es una bandera?

Les mostré las rutas que yo seguía en el gordísimo diccionario enciclopédico que ilustraba mi infancia sin google y encontramos la página central con el dibujo de todas las banderas del mundo.

Faaaaaaaaaaaa dijeron todas las bocas abiertas ante la misma imagen que me maravilló a mí treinta años atrás, y nos metimos a buscar respuestas y a buscar preguntas.

Cada uno (incluyéndome) investigó cómo se había inventado la bandera de algún otro país que no fuera el nuestro y aparecieron curiosidades de todo tipo: La bandera de Granada, por ejemplo, tiene una nuez moscada; la bandera de Cuba fue creada en Nueva York; el cielo estrellado que aparece en la bandera de Brasil es la formación de estrellas que se veían el 15 de noviembre de 1889, fecha en que se proclamó la república.
Leímos que el color rojo representaba el coraje, la sangre, la fuerza, que el color blanco pretendía pureza, que a veces las estrellas representan a la libertad.
Y así como en una bandera se ponen símbolos que representan virtudes de algún pueblo, también cada uno puede encontrar símbolos con los que puede identificarse, imágenes que lo representan.

Cada cual entonces buscó sus propios símbolos y creó su propia bandera.

Veinticuatro obras increíbles, llenas de significados, de emblemas. Cada cual hurgó en sí mismo para expresar aquellas cosas que lo representan.

Vimos entonces que cada cual podía a su vez meter su bandera dentro de una más grande, la bandera de la familia. Y a la vez, todas las familias bajo la bandera de un barrio. Y en una mamushka incesante, terminamos comprendiendo qué es lo que hay debajo/adentro de una bandera.

La matria, la patria, la madre patria, la madre tierra, el orígen, la tribu, la nacionalidad, la identidad, la sangre, las banderas.

Muy bien, un concepto inmenso, pero sé que lo hemos comprendido. Lo hemos pasado por nuestra propia historia, por el filtro de nuestra propia vida pequeña.

Y ahora que sabemos que una bandera somos nosotros... ¿cuál será nuestra promesa?

Sólo puede prometerse lo que se está dispuesto a cumplir. Entonces, ellos son quienes decidirán esa promesa.

En una mañana en la que movimos el cielo y la tierra, estos veinticuatro niños que arañan los diez añitos, redactaron esta promesa (a la bandera):

No matarnos entre nosotros;estar siempre juntos, evitando entre nosotros la maldad, la crueldad y la guerra; cuidarnos los unos a los otros; hacer brillar nuestros colores; tratarnos bien; no mentir; no traicionarnos; no traicionar a los animales; protegerte de cualquier daño, agradecerte por darnos coraje, nunca negarte, y no prometer lo que no podamos cumplir."

Y yo creo que es una promesa que habría que recitar en cada casa antes de salir a la calle a vivir en esta sociedad de cada día que supimos construir.





domingo, 9 de junio de 2013

Querido diario (es otoño, llueve y hace frío)

(Cuando la vida llega hasta sus bordes, la cosa se pone oscura, el ojo de la tormenta es la caja de Pandora por la que hay que pasar.
Escucho todo el tiempo, mientras la vida arrasa, a la esperanza cantando en el fondo de la caja.)

Hoy es domingo.
El día de mi encuentro, del candombe por el barrio, en la vereda o en algún living generoso y lo suficientemente amplio como para albergar a este ser colectivo que nos nuclea, mi Cumparsa, en caso de lluvia persistente, para que no se apague el fuego que arde cuando se junta esta gente.

En este tren de ver quién soy y qué es lo que me hace feliz (trabajo práctico en el que ando intentando a ver si me recibo de una vez..) me fui siguiendo el impulso de unas ganas tremendas y una falta de vergüenza gloriosa, nacida del disfrute de lo ridículo que supe conseguir, me descolgué el tambor y me fui al corazón del candombe, a bailarlo.

Me dí permiso de bajarme de la calesita de tener que mostrarme fuerte y poderosa para ver cómo es sentirse fuerte y poderosa sin tener porqué mostrarlo, y me permití ser todo lo hermosa que pudiera sentirme. Eso que nadie me había enseñado, lo leí por todos lados y, lentita como siempre fui, creo que lo entendí después de un rato de vida increíblemente largo.

Y mientras se me iba el cuerpo en esas curvas que se trepaban por mis piernas hamacándome en el aire, haciéndome nadar en el mar que suena cuando baten los parches, sentía claramente mi cuerpo entero volar sobre la calle.

El candombe es una danza de mujeres, porque es en su esencia, una danza de agua.
Solo las mujeres sabemos cómo se mueve el agua, porque así es como la vida viene al mundo a través de nuestros cuerpos inundados, redondos, llenos. Las mujeres, la luna, el agua.

La fuerza del varón da la cadencia en el vibrar del tambor que abraza, que lleva, que acaricia o agita las aguas, que repica y provoca un empujón, que llama.

Alguna vez las mujeres supimos que bailar era dejarse atravesar por el amor de la Tierra y el Cielo.
Como todo lo demás.

Cuando me pierdo bailando, por fin me encuentro.


miércoles, 29 de mayo de 2013

viernes, 17 de mayo de 2013

Denuncia

Me persigue la palabra amapola.

Vino desde Córdoba en la boca de un alma amiga que venía de vuelta a casa a curarse las penas y las sombras. La trajo en un nombre elegido para un angelito que la anda rondando, y en una dulcísima canción que me dejó totalmente pegada en el alma.
No creo haber dicho antes muchas veces la palabra amapola. Es una linda palabra, sonora. Se siente rara en mi boca, y me encanta decirla y probarla.
Canto 
y una amapola me lo dijo ayer
que te voy a ver
que te voy a ver...
          
Martes, entrevista con la terapeuta de uno de mis niños, conversación, planificación, charla y entonces escucho en el aire, saliendo de su boca sonriente, "..el centro es un desastre, yo lo tengo que padecer porque los martes estoy en el jardín Amapola.."

Miércoles, al pasar, en una conversación matinal cocineril con la Maestra Marisol, dando cuenta de una merienda distendida, al preguntar por el origen de la delicia con la que me convidaba, "Amapola" fue la respuesta.
De los mil nombres que podía tener un lugar de comidas, embocarle a la palabrita y que me resuene por vez tercera es al menos llamativo.

Jueves, cursando el seminario pedagógico, en pleno estudio del reino vegetal, el ejercicio era observar semillas y piedras, mezcladas y dispersas sobre una mesa. La mayoría de las semillas eran anónimas, sólo algunas habían sido clasificadas. Se nos enuncia entonces la lista de lo conocido "esta es una semilla de araucaria, esta de timbó, esta es una semilla de amapola..."

(continuará)


sábado, 4 de mayo de 2013

Música de locos

El domingo pasado, los tambores fuimos a manifestarnos al Borda, al leprosario de la sociedad moderna, a donde esos que son el resultado de nuestras fábricas de desamparo, de violencia y de ignorancia, andan deambulando en el laberinto de sus almas sin frenos, navegando solos, invisibles, por esa realidad confusa que supimos conseguir.
El gobernador de la ciudad y su afán inmobiliario le pasaron topadora al único edificio en donde realmente se ponía en práctica el arte de curar. Demolieron el taller artístico protegido.
Y como postre, la policía repartió palos y balas de goma a los médicos, a los pacientes, a todo aquél que intentara defender (con dolorosa desesperación) el espacio en donde la puerta al mundo estaba abierta para que los locos pudieran cruzarla.

Veo las imágenes y no comprendo bien cómo es que somos nosotros los sanos y ellos los enfermos.

El domingo, llego a los caminos sinuosos de la salud mental, pasando en silencio por el frente de lugares tétricamente oscuros, rejas y paredones, y cuando ya casi huelo la tristeza, al final de las curvas y portones de rejas, hay gente colorida, no demasiada pero la suficiente, y gratamente me voy reencontrando con esos que fui conociendo en esta ruta del candombe de mis días, mis hermanas Iyás, los chilingos, las bailarinas. Entre todos los tambores encuentro a los míos, los que suenan conmigo, los de mi tribu. Y entre medio deambulan ellos, los que habitan este espacio de manera permanente, los frágiles, los vulnerables, los ellos del nosotros. Ellos cargan con algo de lo que siento que nos libran.

Creo que vine a dejar de tenerle miedo a la locura.

Escucho los discursos, escucho claramente que no estamos aquí a favor de institucionalizar como tratamiento a los desórdenes psiquiátricos, sino que venimos a defender el espacio que funciona como puerta a la desmanicomialización , que la sociedad que queremos construir no tiene paredones y después.

Al rato de estar, se adelgaza tanto la línea que separa a unos de otros que ya es difícil saber quiénes son los locos.

Yo toco como loca, literalmente como loca, aullando de la alegría de defender lo que digo que defiendo, de salir de las palabras y pasar a la acción, de hacer lo que digo que hay que hacer, de concretar una forma en el mundo.
Yo canto como loca con un coro improvisado de mujeres que tenemos ganas de sembrar eso que las topadoras han derribado, para que sanemos, y lo hacemos bien para que se haga real; si el arte los cura, sembremos entonces en el mundo el arte, el hacer con amor, sólo por amor a la belleza, algo bello. Y en vez de tirarnos con esas piedras que tiene el camino, hagamos puentes en donde, desde todos los universos de las formas de ser posibles que hay en este mundo, podamos encontrarnos.

Enloquecida de tanto cantar, me puse a hacer lo que realmente se me estaba dando la gana, y con el tambor calzado en la cadera, emprendí la vuelta bailando, dejándome bailar por los tambores, nadando en el aire, con cada golpe de mano y palo sobre el parche. Bailé con los locos sintiendo cierto esto que hacemos, haciendo lo que hacía con con total voluntad. Para darles alegría me volví alegre, moviendo el cuerpo al compás del alma, sin más preocupación que la de la de andar bailando. Entre el mar de madera de los tambores abiertos, nadé por los ojos, las manos, los parches, las bocas, sobre eso cálido que ocurre cuando se tiene claro el por qué, la causa, el motivo que enciende la fe de defender lo que se defiende. Bailando pedí por la libertad de dejar de ser condenados, por el derecho a la dignidad de ser humano, por el amparo y la educación,  por dejar de matar y volver a sembrar, porque creo que la alegría es una buena manera de combatir esa mierda que hacemos subir hasta los techos en el mundo que estamos creando. Porque es hora de que alguien pare, de que cada uno pare, de ponerle freno a esa necesidad de hacernos daño.

Quién dijo que las batallas solo se pelean a sangre y espada.

Ellos quisieron demoler el arte, la puerta por donde se cruzaban la vida y la locura.
Y lo que hicieron fue abrir un boquete y desparramar su contenido como pintura de colores sobre los escombros y el asfalto.




domingo, 21 de abril de 2013

Hacia arriba en espiral (a dónde te irás volando por esos cielos...)

Un año es una vuelta completa por la vida, un ciclo entero, un principio y un fin que no termina, pero que puede cerrarse con un broche y un moño.
El pueblo judío espera un año entero para poner lápida a sus muertos, sabiendo que no es menos que ese tiempo lo que el alma llora las ausencias.

Yo lloré tu ausencia mi vida entera, pero nunca fue tan real como desde tu verdadera partida.

En estas 365 oportunidades de crecer que me trajo tu muerte, aprendí a doblar las esquinas sin esperar encontrarte, porque yo misma puse en la tierra tus cenizas, los restos de tu paso por el mundo, bajo un árbol de hojas rojas como el fuego, como la sangre, como tu fe.

Caminando el mundo en el que tu ausencia se volvió real, en alguno de estos 365 pasos dejé de ser tu hija abandonada y me volví mujer.

Sigo andando un camino que no sé a dónde lleva, pero siento por fin que lo ando con mis propios piés, y me alumbra la luz de tu amor que, ahora sé, siempre estuvo encendida.

El miedo es el cáncer más terrible de todos, porque te paraliza, y de eso quedé felizmente vacunada gracias a tu propia vida.

Y qué paradoja que, ahora que no puedo de verdad darte un abrazo porque no hay materia vital que te contenga, siento tu abrazo cada vez que ando bajo este cielo inmenso, llena de la fe que genéticamente me heredaste, rumbo, por fin, a los días de mi propia vida.



viernes, 19 de abril de 2013

(don de fluir)

..bailas como quien respira
con un antiguo don de fluir
bailas, y parece tan fácil 
como dejar el corazón latir...

Tan solo puede llenarse lo que se ha vaciado por completo, lo que ha hecho un espacio suficiente para lo nuevo.

Cuando me dejo habitar por el silencio las cosas me suceden, me ocurren, me atraviesan los poros como si yo fuera de agua clara, blanda de cuerpo, transparente y genuina.

Cuando respiro y toco, me pasa que el candombe me sale por las manos, viene desde algún lado a donde con los otros vamos, y lo dejo hacer lo que sabe sin pensarlo, así mis manos caen junto con las otras y sonamos.

Cuando respiro y oigo con todo el cuerpo, desde el suelo suben olas por mis piernas, y me vuelvo de agua, me dejo hacer por las olas de la música que suena, y el candombe me baila, me toma el cuerpo por asalto y sin oponer resistencia lo dejo andarme las caderas, y no soy otra que esa que ondula en el aire mientras la música me llena.



sábado, 13 de abril de 2013

Paisajes de la infancia (Hoy: combatiendo en tu dragón a mi dragón)

Que un hijo llegue al mundo a través de tu puerta es un viaje en el que ambos pueden perderse irremediablemente o elevarse juntos como pájaros. Que un niño llegue a tu vida significa que tendrás la dolorosa experiencia de recibir a un gran maestro, y esto nada tiene de hollywoodense pretensión de niños calvos que doblan cucharas con la mente y dicen grandes verdades universales. Es nada más y nada menos que un espejo inmenso en donde podes volver a mirarte. Y verte.

La infancia nos es un territorio ajeno al crecer, desestimado a veces en cuanto a sus derechos humanos, incluso por los propios padres.
El abuso de poder del adulto toma formas invisibles en el paisaje de la infancia. Un niño no tiene el dominio suficiente del idioma como para poner en palabras lo que está sintiendo y defenderse ante aquellas decisiones parentales que los aplastan, les quitan el derecho de transitar y aprender.
Aprendemos a ser padres siendo hijos, víctimas a nuestra vez de esa misma educación.
Entonces, cuando padres, invisiblemente, incomprensiblemente, nos volvemos victimarios.

No hace falta mandar a un niño a una sicoterapia para comprender lo que navega por su alma. Basta con poder pararse en sus zapatos, que alguna vez fueron los nuestros, y recordar. Sin juicios, sin estimaciones, sin tecnicismos. Recordar la confusión de no ser escuchado, no ser realmente consultado, de no comprender las emociones cruzadas por la incoherencia adulta entre hechos y palabras, el grito ante el error, el castigo, el miedo a la infancia por ser un territorio con tantos dragones, tantos monstruos nocturnos.

Son la una y media  y uno de mis peques está sentadito solo en el pasillo de la escuela. Su mamá viene atravesando una etapa muy difícil, muy oscura, en su biografía, viene haciéndose daño. Ahora no atiende el teléfono, y debo ponerme firme con su papá, que se ve desbordado con la situación y no puede trascender el enojo y no quiere venir a buscarlo.
Cuando mamá finalmente llama y avisa, respiramos hondo (también porque ahora sabemos que está bien, que no le pasó nada aún) y entonces veo al niño y su gesto de parálisis porque otra vez está atravesando lo mismo. Los que se supone deberían ampararlo y protegerlo están haciendo exactamente lo contrario, él está asustado, solo, a cargo de sí mismo, grabando en su corazón rencores, ausencias, abandonos.
Pienso en mi, en lo confuso que era recibir de boca de mis padres palabras espantosas que se dedicaban una al otro desde su odio más profundo, sentir en mi cara el peso de los juicios que se hacían uno y otro, el vacío de sentir que las manos que debían acompañarme estaban ocupadas dándose golpes entre ellas. La soledad de tener que atravesar esos sustos sin poder ir de la mano de nadie, entonces esos sustos se siembran el el corazón y se vuelven miedos.
"¿Vamos a comer? ¡yo tengo hambre! ¿venís a comer conmigo?" le digo sacando de la galera a Mary Poppins. Y le ofrezco mi mano. Y me la da, y todo él, desde sus ojos húmedos, la boca que se aprieta, el susto de estar solo, se viene a mí y se envuelve, se enrosca, se guarece, y yo me derrumbo con él, sentada en el escalón del pasillo, mirando hacia la puerta de calle, llorando sin ruido él, llorándome toda la infancia encima por adentro, yo.
Entonces le canto. Canto una canción cualquiera, una que a mí me haga bien. Y lo acuno un rato. Y Josué que pasaba, nos mira, nos ve, se queda y conmigo, bajito, canta.
"Dale, vamos a comer" vuelvo a decir ahora que lo más amargo parece haber pasado.
Encontramos unos canelones, y mientras los caliento le digo "igual, esto no es nada al lado de las pizzas de tu mamá. Yo nunca en la vida probé una pizza ni unos panqueques tan ricos como los que hace ella". Aparece una luz, un gesto de su cara que me dice que vamos bien.
"Tu mamá tiene un don en las manos, ella cocina muy, muy rico. Y si tenés un don, no te puede ir mal en la vida. Lo que pasa es que me parece que ella no se da cuenta. Me parece que vos la vas a tener que ayudar a que se de cuenta.." y el sonríe mientras come, y yo creo que le estoy diciendo la verdad, lo que ahora a la distancia veo.
Ella llega, está tan mal, tan perdida, y el corazón se me aprieta porque tengo que llevar adelante un trámite legal que no se corresponde con lo que yo quisiera. Ella acepta todo, como una nena que se siente avergonzada. Mientras firma las actas hay un silencio, el pequeño de pie junto a ella no pierde detalle de nada. Entonces cruzo con él la mirada y digo "vos sabés, decíamos hoy con el gordi que vos tenés un don en las manos, que cocinás unas pizzas riquísimas. Y que cuando uno tiene un don no le puede ir mal en la vida"
Ella levanta la cabeza como sorprendida. Balbucea algo que no le entiendo, y debajo de los anteojos de sol permanentes, se le empiezan a llover las penas, las desesperaciones, los dolores. Y yo sigo y sigo
"lo que pasa es que en la vida uno no puede nada solo. Solo no, hay que buscar ayuda."

Dos días después, son el peque y su hermana los que se quedan a almorzar conmigo. Después de transitar la misma secuencia telefónica y de lograr que su papá venga a la escuela, me encierro con él a decirle que es la madre de sus hijos la que está sola y está enferma, que es esa la mujer que él eligió para que estos niños aparecieran en la Tierra, y que es a los niños a los que está ayudando si la ayuda a ella, que hay que hacerse grande y tomar las riendas, que fácil no es pero que nadie dijo que estaría solo, pido por ellos lo que hubiera necesitado que por mí alguien pidiera.

Todos somos sobrevivientes de la infancia. Desandar el camino juntando las migas, las piedritas pequeñas, volver a aquellos territorios con esta conciencia y mirar con amor para poder ver dónde están los puntos que se salieron, lo que entendimos mal, lo que nos jode la vida adulta y nos tiene el gesto amargado, la desconfianza puesta, el sistema defensivo siempre activado, y nos aleja a unos y a otros, nos vuelve peligrosos y extraños.

Ella bajó los brazos, depuso las armas, cambió el destino de sus hijos de ser rehenes, tablas salvavidas, postes donde atarse, escudos defensivos, excusas. Supo dejarse llenar por el amor que sé que les tiene, abrir la puerta y dejarlos ir a territorios menos oscuros.
Ahora su propia batalla la pelea ella.
Yo la llevo en el corazón para que sepa que es verdad lo que le digo, que si estira la mano va a saber que hay otras manos para acompañarla en este tramo oscuro, que no está más sentada sola y asustada en el pasillo de una escuela.
Cuando le doy la mano a él, me doy la mano a mí y le doy la mano a ella.


sábado, 6 de abril de 2013

La incomunicación en la era de las comunicaciones (apuntes sobre educación)


Observando el nivel, el tenor de las discusiones variopintas (de política, de religión, de..) que se desata periódicamente en las redes sociales virtuales, me detengo en una reciente: La acusación que pesa sobre la Cámpora de utilizar sus remeras en el reparto de víveres y asistencia para las víctimas de la inundación. Me centro específicamente en esta acusación casi como hecho lingüístico, no voy hacia un análisis político.
Más allá de la anécdota (no abro un juicio sobre el hecho, simplemente lo tomo para llegar a un punto), releo comentarios anteriores, los de oficialistas y opositores de algo que les es todo (presidencia, papado, lo que venga en cada tiempo).

Mi trabajo es educar. Mi trabajo es observar los problemas en la comunicación que hacen que un individuo entre en contradicción permanente entre lo que busca encontrar y lo que genera para ese fin, y su frustración al obtener un resultado fatalmente opuesto a su intención. Es decir, cómo y por dónde se desarma esa red que filtra la comunicación y me hacer escuchar lo que creo que me están diciendo, no lo que realmente me están diciendo. Y me hace reaccionar.

La realidad es una construcción sobre la mirada única y personal que se tiene del mundo.
La polaridad de opinión es prueba de eso: en una misma región hay gente que siente que vive oprimida y falta de libertad y otra que siente un renacer del estado de derecho, una concreción real de la democracia. Ambas personas pueden vivir en el mismo barrio, en la misma calle, puertas de por medio, pero viven en dos países diametralmente opuestos.

Quiero decir, cuando uno está decidido a ver lo que quiere ver, cuando hay ya un juicio que tiñe lo que voy a ver, mi mirada no está clara, está velada de intención. Por ejemplo, en el caso de la Cámpora, en el cuestionamiento preciso sobre el uso de remeras identificatorias para trabajar colaborando con el reparto de víveres (aclaro de nuevo, no abro juicio sobre el hecho sino que voy a otro punto). ¿El cuestionamiento cuál sería? ¿que se identifican para hacer una acción solidaria y sacar rédito político, por ejemplo?
Los boy scouts que están trabajando para Cáritas también andan con uniforme, dejando en claro que es esa agrupación y no otras la que está llevando a cabo la tarea solidaria. ¿Por qué no sería esto cuestionable y sí que la otra agrupación se identifique?

A lo que quiero llegar es, la objetividad no existe, y la comunicación se vuelve más complicada cuanto más subjetiva, porque los parámetros internos, las vivencias que construyeron nuestro sentir son intransferibles, y no es posible abarcarlas si no se desarrolla la empatía, la flexibilidad en la mirada, la conciencia de que existen tantos puntos de vista como miradas.

La verdad no es propiedad de un individuo, sino que es una construcción del conjunto. La comunicación libre de prejuicio es la meta educativa perseguida para tender los puentes entre los individuos, necesarios para la construcción de lo comunitario, de la verdadera red social.



lunes, 11 de marzo de 2013

Te parece/ que sigamos/ caminando por el barrio de la mano...




Una reunión se vuelve un encuentro cuando las almas van y vienen en la misma sintonía, cuando la comunicación no necesita de palabras y el regocijo florece en el hacer.
Yo extrañaba la manada, dos semanas de ausencia me tenían con ganas de cosecharles la música, ellos casi todos venían de una boda en donde el amor fue tan real como los milagros, y ese ánimo de fiesta, de querer compartir la alegría, se trepó por piernas y tambores.
Una esquina al lado de la estación Artigas, una ronda de gente que canta mientras cae la noche, que canta porque tiene ganas de pasar la noche así, cantando, todos juntos, a mil voces, respirando en el aire el sentimiento de eso que todos juntos vamos construyendo.
Y cuando nos encontramos todos, yo por fin me encuentro, soltando en el aire lo que me canta el alma, dejando que la ronda me mueva el cuerpo, batiendo palmas, como en un ritual pagano para combatir todo eso que se pudre alrededor, dándole al mundo medicina de la buena, pasando del dicho al hecho.


jueves, 7 de marzo de 2013

Piensología (reflexiones en el sillón)

Los adultos caemos en la trampa de nuestra educación. Castigamos entre nosotros el error, somos despiadados, pedimos la muerte, el dolor eterno, ojo por ojo, dolor por dolor.
Me veo parada dando en el grito un golpe que recibo en el alma, el castigo de los adultos de mi infancia, el grito, la culpa, el dolor de entrar a un mundo donde ya se es culpable desde la misma concepción.
Recagamos a pedos a un niño que está intentando dominar su motricidad fina (cosa que no dominamos ni los que ya llevamos cuarenta años intentándolo) cuando se le cae un vaso, cuando nos lleva por delante mientras corre feliz y jugando despreocupado, lo bajamos a la tierra de un ondazo, lo hacemos culpable.
Aprendemos a odiar el error, a revivir en el error del otro la frustración de nuestros padres que aprendimos como pulpos en cada gesto.
El ego es un niño malherido, que detuvo asustado el crecimiento.


¿Y qué vamos a hacer ahora?

lunes, 4 de marzo de 2013

Andando en bicicleta con la mente

El secreto está en la velocidad.
El diario devenir nos monta en un huevo, a caballo de algo que nadie sabe qué es, pero va rápido. Todos corremos, vamos corriendo, llegamos corriendo, nos vamos corriendo, escribimos corriendo, comemos corriendo. El fenómeno de la inercia hace que, por adentro, todo tome esa misma velocidad.
Entonces, imagináte, al primer pocito que agarraste mal o la más mínima patinada, todo se convierte en un Scania a 250 km/h que pierde el control, y andá a volantear hasta que lo vuelva a poner derechito...

Es menester dejar de correr por afuera para que también se pueda dejar de correr por adentro.
Andar, por la vida y por el alma de una, de paseo.

Sigan en lo que estaban, nomás. Yo me vuelvo a practicar pensamiento deportivo al sillón.


domingo, 10 de febrero de 2013

Lema

Ahora que ya entendiste que no vas a encontrar afuera nada que no encuentres adentro. Ahora que sos el mayor motivo de tus carcajadas. Ahora que te reís sin pudor de que se te vean las amígdalas. Ahora que te corriste del mercado de carne barata que te vendieron y compraste para ser mujer. Ahora que sos capaz de sacrificios por amor a vos. Ahora que cambiaste esperanzas por certezas. Ahora que tus ojos se rodean de rayitos que marcan en la piel tus millones de sonrisas. Ahora que la curva comienza a ir hacia arriba.
Bienvenida seas ahora, alma mía.

sábado, 9 de febrero de 2013

Treinta y tres



Anduve por Ayelén, que no anda, flota.
Anduve por la melancolía de Bárbara.
Anduve por el dolor infantil vuelto alegría de Carina.
Anduve por los ojos buenos de Carla.
Anduve por el andar sutil de Cecilia.
Anduve por la cálida mano de abuela de Celina.
Anduve por los altruistas ideales de la Dani.
Anduve por el corazón de Fabiana.
Anduve por la mirada profunda de Genevieve.
Anduve por la calidez de Gisella.
Anduve por el desamparo de Javiera.
Anduve por el alma tierna de José.
Anduve por la felicidad que iluminó los ojos de Laura.
Anduve por la profunda ancestralidad de Lisa.
Anduve por la bella madurez de una Lucía.
Anduve por el joven asombro de otra Lucía.
Anduve por el inmenso espiritu de Luciana.
Anduve por la franqueza de Marcela.
Anduve por la cómica espontaneidad de Marisol.
Anduve por la inmensa personalidad de Miriam.
Anduve por la sabiduría de Moriko.
Anduve por el mágico desprejuicio de Nélida.
Anduve por la entrega amorosa de Ofelia.
Anduve por el tierno corazón de Pablo.
Anduve por la sencillez de Sandra.
Anduve por el inmenso y profundo océano de las emociones de Santiago.
Anduve por la suavidad amorosa de Sofía.
Anduve por los laberintos en donde Soledad está encontrando su camino.
Anduve por la belleza de Verónica.
Anduve por la voz generosa de Úrsula.
Anduve por la tranquilidad de Juan Manuel.
Anduve por la alegría de otra Soledad.
Anduve por los cuidados amorosos de Susana.

Y ahora soy mucho más Yanina que antes.


jueves, 31 de enero de 2013

Declaraciones de finales de enero

Ya no sostengo enojos. Diría que ya casi no me enojo, pero si pasa, estalla y se diluye como una burbuja.
Ofenderse me parece el acto de pelotudez más extremo que se puede llevar a cabo. Sostener en el tiempo el ceño fruncido y la amargura me parece el camino más rápido para envejecer.

La gente es como es.
Las cosas son como son.

No existe cambiar, sí existe transformarse, y eso es un acto que se ejerce no para encajar o no incomodar, sino por una convicción profunda que tiene que ver más con uno mismo que con el espejo del resto del mundo.
No se le puede pedir al mundo que cambie si uno mismo no es capaz de una transformación.
Lo que sí se puede hacer es retirarse de los lugares que no gustan, apartarse de la gente que te tiene en estado de incomodidad, abandonar los puertos donde no se es bienvenido.

Matrimonios mal avenidos, viejos resentidos, discutidores deportivos, confusos eternos, histéricos indefinidos, insatisfechos crónicos, negadores compulsivos, violentos incontinentes, amargos profesionales: no me jodan.
La vida es más simple.


lunes, 21 de enero de 2013

La Cumparsa, gira internacional por Carbó.

Viajar juntos, todos juntos, en la misma frecuencia aunque en sintonías distintas.
Un rato con cada uno, un rato con unos, un rato de todos, un rato conmigo.
Un auto, una ruta, el campo, el cielo, el mismo gusto por decir con los parches, decir cantando, sonar diciendo.
Llegar y ver un cielo de acá hasta acá, y todo, todo, todo es horizonte alrededor donde se juntan el cielo con la tierra.
Estar en la palabra y estar en el silencio juntos, cruzar puentes en trenes que no van a ninguna parte más que a mostrarte que llegar no es más importante que ir, que andar, que estar en el lugar en donde estás.
No hace falta decir, no hace falta enunciar, los otros lenguajes fluyen naturales a la sombra de un sauce, o debajo de la vía láctea y el cielo de una noche de corso de pueblo que supimos pintar del color nuestro.
Cantar con los tambores, meter los golpes justos que harán los acordes de los distintos cueros, mirarnos y bailar con los tambores puestos, descubrir el encuentro y festejarlo impúnemente como goles a los ingleses del espanto, el desamparo, la soledad y el aburrimiento, hacer milagros con nada, convertir la pena en vino y la rutina en una fiesta, porque el alma está de fiesta en encuentro.








Y volver llena de voces, llena de ojos, llena de río y de manos y de tardes y de noches y de abrazos, y dejar que eso navegue los días en los que ando el tiempo.

martes, 1 de enero de 2013

Y digo

Quiero cantar y bajar a la tierra el cielo, quiero muchas noches estrelladas cantando en los jardines o en las terrazas, quiero aprender algo nuevo, aunque sea mínimo, todos los días, quiero confiar y sentir sereno el pecho, quiero andar sin prisa, quiero ver, quiero bailar abrazada a un cuerpo que me lea el alma y al que quieran seguir mis piés, quiero decirlo todo, quiero reírme por las mañanas, quiero ser sabia, quiero decir lo que pienso y hacer lo que digo, quiero tener sanados el corazón y el cuerpo, quiero ser bienvenida todas las veces que llegue, quiero abrazos sinceros y besos profundos, quiero deliciosos instantes de esos en  los que se detiene el tiempo, quiero desatarme los últimos miedos, amigarme con la muerte, enamorar a la vida.

Feliz, feliz año nuevo.

El mundo recién termina.
Esto recién comienza.