jueves, 22 de julio de 2010

Che..

¿Cómo se hace para decirle a alguien "no es hora ya de que te internes de una buena vez y dejes de meterte esa mierda por la nariz que saca una parte tuya tan asesinable? Cuánta gente en coma, cuánta gente muerta, cuánto tiempo más de esa vida sosa en donde no se le siente sabor a nada? A mí me importa lo que estás haciendo con tu vida. A mí me importa que no te conviertas en un hijo de puta. A mí me importa que no explotes un día marcando los azulejos con tus tripas.
Solo no podés. Entonces entregate.
Si te vas a morir, morite con gloria. Así no."

Por favor, ¿cómo se hace?

Uno ida y vuelta, por favor.



Mi miedo de siempre, desde que recuerdo, era que un día me internaran en un manicomio a la rastra mientras yo gritaba que no estaba loca pero sin estar demasiado segura de nada.

La locura me intriga. Creo que hay un fondo de extrema libertad en ella que al final te deja solo y preso. O no.

Por alguna razón que tendrá que ver con esto, siempre, absolutamente siempre, se me pegan los locos. En la calle, en el subte, en las esquinas, en los bondis, en los paseos, en los restorans (si, si, no dije bares. Ya me estoy volviendo Teté Coustarot..)

Ayer, lindo lindísimo día, voy a lo de Andre, a su lago de mariposas allá cerca del río, tarde de violín y de tablas y cosas de Esteban que llegaron de India, matear al solcito, hablar de la vida y los vericuetos para templar el alma mientras noto a las carcajadas que la antroposofía me está invadiendo la sangre y que el día en que diga que no a un fernet estaré definitivamente al horno y tomada por completo. Emprendo la vuelta, emponchada de lana, con esta pollera larguísima que es lo que se me dió usar ahora (muto. No logro dejar de mutar..), con el pandeiro cascabeleando dentro de mi bolso y los udus que Andre hizo para mis niños, uno en bolsa, otro a upa, dispuesta a enchufarme a la música y mirar las casitas por la ventana del tren de la costa.

Primer embole: el tren viene considerablemente lleno. No puedo elegir la ventana con total libertad.

Embole dos: No puedo caminar mucho con las manos tan ocupadas, así que me siento en el el primer lugar que diviso vacío. Frente a mí viaja sentado un hombre.

A los cinco minutos estoy en una película de los hermanos Wachowski.

Arturo dice que se curó en el Vieytes, que los del Borda lo atienden ahora pero no saben nada, los del Vieytes sí, esos lo curaron en cinco minutos cuando lo llevó su mamá. Que tiene una novia brasilera allá en la isla. Que le dieron una pastilla en el Gancia cuando era chico, esos gronchos hijos de puta que iban a bailar a Nino y que eso fue lo que lo descontroló. (Cada vez que la nombra, aclara que su mamá se murió hace dos años y baja la cabeza como un niño triste). Me muestra dos papeles plastificados con sellos del gobierno y escuditos argentinos que son los que usa para viajar gratis por todas partes. Hasta un avión si quiere se puede tomar, dice. Tomá piba, ¿cuál querés? le dice a la guarda que se hace olímpicamente la boluda y le sonríe mientras con la manito le hace el gesto de "no hace falta, todo bien" y hace mutis por el foro sin ni siquiera mirarme una vez. Tengo el cuerpo listo para el minuto de levantarme sonriendo y cambiar de asiento. Me cruzan como un disparo todos los miedos (que se raye, que me sacuda un bife, que me escupa, que me haga una toma de karate y me liquide) y ahí me paralizo. Me pienso loca. Me da un frío sentir que lo que está dentro de la cabeza no puede salir porque lo invade el caos y no logran las palabras ponerse en fila. La puta, qué soledad viceral. Y contra toda la tranquilidad de mi señora madre, emprendo con Arturo la más loca conversación. No hago que converso. Converso con Arturo como loca. Y sacamos conjeturas sobre la pastillita que lo enloqueció, y le digo que la isla que yo conozco se llama Martín García, que no hay que pensar en lo que pasó para atrás, le pregunto si conoce a los de La Colifata, me cuenta que se dio cuenta de que estaba loco porque después de tomarse el Gancia se fue a su casa a plancharse el pelo.

La gente baja la voz y de pronto carcajea nerviosa y vuelven a bajar la voz, porque nosotros conversamos en voz alta.

Nos bajamos juntos en Maipú, caminamos hasta el puente y le dije:

- Yo me quedo acá.
- Bueno, muchas gracias, la verdad es que la pasé muy bien, señorita.
- Y yo también (le digo con total honestidad y sonriendo)

Y tranquilamente nos saludamos con un beso cordial en la mejilla y emprendemos de nuevo caminos distintos.



domingo, 18 de julio de 2010

Entendimiento



Podía tocarse en el aire lo que flotaba cada vez que coincidían en una habitación porque era como una suelta de globos, una carrera de barriletes, una kermés.

A veces era tierno, era de tirarse miguitas en la mesa, de jugar con arena en el patio, de serena certeza de lo sabido.

A veces era fuego, como imanes en los poros de sus manos que la abrazaban en la penumbra de un amanecer en la cocina apretándole la respiración y el deseo.

A veces eran paltas y libros de conocimientos ancestrales e iniciáticos.

Pero ahora ella no dejaba de ser ella, la que fue mil veces antes de olvidarlo. No quería esta vez que se le escapara el detalle de no buscar el destino de sombra a sus espaldas sino el de estrella que alumbra su amor de perro.

Y ahí andan, al borde de la cornisa.

viernes, 16 de julio de 2010

Pequeño corazón, y brilla como el sol, y canta como el mar..

Hoy, viernes, último día de clases. Todos fueron llegando alegres esta semana, soltando su pequeña felicidad de vacaciones. Como la merienda no llegó, decido mimarlos cumpliendo sus ruegos merenderiles y con la complicidad de las preceptoras transgredo la salud alimenticia y les preparo pan negro con manteca y dulce de leche. Ni bien se enteran la mañana es una fiesta. Todo lo hacemos cantando, untamos panes, tejemos atrapasueños, juegan tirados en la alfombra, y ya en el colmo de la felicidad me ruegan hacer un "pingui" (me los morfaría a besos cuando luchan para pronunciar pic nic) cerquita de la ventana. Y por supuesto, en una muestra total de debilidad, les digo que sí y allá vamos, como los gitanos, entre sus telas de colores.

Los platos con los panes, las tazas y el té de yuyitos, yo que ando pendiente de Iván que viene y se me escapa en su deambular y los escucho que discuten algo entre ellos allá en la otra punta, todos alrededor de uno de los platos. Siempre andan al acecho de la rebanada más suculenta, y suelen tener largos intercambios de reclamos de soberanía varios para ver quién logra quedarse con el botín. Cuando ya estoy empezando a alistarme por si hay que intervenir, con la atención repartida entre el deambulador y lo que sucede, noto que la discusión termina. Entonces uno me llama:

- Maestra, tomá.

Estira la manito sosteniendo un pan lleno de dulce de leche.

Yo:- Pero ese tiene mucho dulce..
Nico: Si.
Yo: (algo confundida) Pero..¿no les gusta el dulce de leche?
Nico: Si. Esta es la que más dulce tiene, todos la queremos.
Yo: (atónita)..¿y me la dan a mí?
Nico: Si. Como todos la queremos, te la damos a vos.

Y yo caí muerta de amor a todos sus pequeños piés.