domingo, 29 de noviembre de 2009

Cavilaciones acerca del placer






Antes que nada, por si alguno no vio bien la foto o no quedó claro ni siquiera con la costumbre de articular mis oraciones con respecto a mí en femenino, vuelvo a dejar claro que soy mujer. Eso me ha otorgado un conocimiento en lo femenino que no tengo con respecto a lo masculino, y es por eso que hablo, por lo general, de la mujer.
Salvado este detalle, prosigo.

Anoche volví a casa después de another bizarren party en la catedral del maldito jipismo con algo dándome vueltas en la cabeza después de tanto mirar el magma. Últimamente ando prestando atención a mi propio ombligo y su extensa periferia, que es la que me contiene, deshojando de mí lo que ha quedado plantado a fuerza de haber sido criada en este mundo.
Cuando la fiesta arrancó, yo, como siempre, tenía ganas de bailar. Cada cosa que hago en estos últimos tiempos no tiene como destino el ojo final, sino, como dije antes, el bienestar de mi ombligo y su periferia. Y allá fui.

Para bailar (al igual que para cualquier otra cosa que haga) necesito que la música, en principio, me guste. Ahí casi siempre cierro los ojos y dejo que aparezca un movimiento que nace justo en el centro, ahí donde nacen también la ira y la voluntad, y esa onda expansiva baja por las piernas, tuerce las caderas, sube hasta los hombros y voy, voy, voy. No trastabillo ni pierdo el compás, porque no hay intención alguna de hacer lo que hago más que perder la cabeza y dejarme llevar.
Amo bailar. Amo la que soy cuando bailo a ojos cerrados o abiertos pero sin mirar, enfrascada en las olitas que la música me provoca en el cuerpo, moviéndome sin intervención de ningún tipo de juicio ni más cálculo que el que mis pies hacen por si solos para no dejarme caer de mis zancos de corcho de diez centímetros de alto. Cada tanto pasa que alguna mano peluda de pronto busca asirme la cintura (en principio porque parece que por norma, siempre hemos bailado como parte de un ritual de apareamiento, entonces, la llamada de la selva es atendida prontamente) y así, de repente estoy siendo sacudida como un trompo, ligando cada tanto un codazo en alguna parte de la citada periferia de mi ombligo, hasta que logro soltarme en algún descuido y vuelvo a huir. Y vuelvo a bailar.

Para bailar con otro, ese centro desde donde parten mis movimientos debe conectar con el mismísimo centro del que tengo enfrente y, así, toda yo me convierto en un junco flexible y llevadero. Mis piés, mi cadera, mis brazos predicen la intención de los otros piés, de los otros brazos, se produce una forma de armonía y ya no se sabe si el piso está abajo o arriba. La música suena por adentro, los brazos caen y se juntan en el momento preciso, el gozo pinta las caras. Estamos bailando.

Según reza el mito, un buen bailarín garantiza un buen partenaire a la hora de los bifes. Y ahí es donde, un pequeño detalle, marca la abismal diferencia.
Hay quienes piensan que en el bailar, como en todo lo demás, el virtuosismo pasa por dar cuarentayocho vueltas, tres verticales y un salto abriendo las gambas como el negro de Fama (y no hablo solamente del varón. Muchas mujeres piensan igual).
Danger. La estás pifiando.
Bailar en pareja de manera elevada y placentera exige co-nec-tar (repito: CONECTAR) con el que tenés enfrente.
Una coreografía precisa no es más que una coreografía precisa, pero si el corazón no está puesto en el movimiento, el placer no aparece en su esencia genuina para emborrachar todos los sentidos y volvernos líquidos, para hacer que la mente baje la guardia y deje de tener control sobre lo que está pasando en el cuerpo, para que explotemos en abundancia como una selva amazónica repleta de colores, perfumes, formas sin clasificar.

Muchachos (y muchachas, suena Tremendo): En el sexo es igual.
Si te aburre lo que estás haciendo, por más gente que invites, por más parafernalia que intentes ponerle, te va a volver a aburrir indefectiblemente hasta que encuentres esa puerta para salir de vos a ser vos mismo, dejando de lado todas las explicaciones pelotudas con las que freezás el corazón para conectar con el que tenés enfrente y permitir que el cuerpo invente una forma nueva de bailar cada vez, sin el torpe apuro de la urgencia por que la pieza termine, sin contar si fueron cuatro danzas o fue una sola.

Ahí se esconde la sutil diferencia entre una expresión que, como el arte, te transporta a una dimensión nueva cada vez, y la mera práctica de un deporte antiguo.

No me rompan las pelotas intentando convencerme de lo contrario.

Si uno ha probado la maravillosa sensación de dejar explotar su cabeza y soltar totalmente el cuerpo bailando (en una pista de cemento o en un enmarañado colchón) sabrá comprender cuando digo que jamás aceptaré nada que no tenga que ver con lo arriba enunciado. Antes que padecer la incomodidad de un compañero que no registra el deseo de mis movimientos al bailar, bailo en trance completamente sola.

¿Se entendió o hay que explicarlo con dibujitos?


viernes, 27 de noviembre de 2009

Tranquila, bonita, que todo irá bien.

Hoy la china amaneció estropeada por una tos que no la dejó descansar en toda la noche. Al pie de su cama, en este estado calamitoso en el que me tiene últimamente el laburo (con ataques de llanto antes de entrar incluídos), decidí volver a tomar las riendas de mi voluntad y, llamadas varias mediantes, organicé el día con visita a la pediatra incluída.


No pude volver a la cama.


Una energía de inquietud, de movimiento, de hartazgo, me tuvo velando su sueño post nebulización. Para curarla, para curarme, hacía falta ponerme en movimiento.


Así fue como, sin darme casi cuenta, estaba en pleno trámite de buscar el duplicado de mi título de maestra extraviado vaya una a saber en qué mudanza.


Odio los papeles. Odio firmar cualquier papel, presentar cualquier papel, completar cualquier papel. Me resisto a quedar archivada, clasificada, controlada y obligada de cualquier manera a cualquier cosa. Sin embargo, ahí estaba, haciendo cola en el registro civil primero, en el Banco Provincia después, en el mismo registro de nuevo y, finalmente, en mi fiel corcel púrpura metalizado, campera de la AFA en cuerpo, arremetiendo contra la lluvia para llegar a mi antiguo instituto de formación docente a explicarle a cuanta vieja me cruzara mi problema de indocumentación.


Casi llegando al final de la perorata, el último peldaño me llevó a una oficinita en donde una mujer mayor y muy jovial, con la nariz metida en la computadora y rodeada de tazas medio llenas de café, me pidió que me sentara a escribir en una carta mi pedido. De repente, sin darme cuenta, como cada vez que la vida me hace magia, la conversación empezó a virar de totalmente intrascendente a bálsamo. Y sin haberle respondido ni una frase completa, en medio de mis distraídos ajáses y claaaaros, escuché de su boca lo siguiente:


"Vos quedáte tranquila. Porque cuando uno hace las cosas bien, todo llega hasta vos, todo se abre y se acomoda. Todo lo bueno llega. Y lo bueno te va a llegar."


No recuerdo ni una palabra de todo lo previo a esta sentencia, pero antes de irme, le dí un abrazo y unas gracias.


Me cambió el día (y todo lo que sigue para adelante)


Amén.





martes, 24 de noviembre de 2009

Un Sol

Solcito nació con la marca de tener que conquistar su vida a puro esfuerzo de pulmón.

Su corazón era un lío, y hubo que abrir para poner cada cosa en su lugar.

Tiene ya dos meses vividos dentro del Hospital Italiano, más precisamente en terapia intensiva, dos largos meses en los que su mamá, olvidando el costurón de la cesárea, se convirtió en un fiel granadero que espera cada día una señal que le indique que podrá sostenerla en sus brazos para dormirla, besarla y olfatearla como todas las mamás hacemos con esas pequeñas porciones de nosotras que cobran independencia de nuestro cuerpo para andar.

Sus pulmones están cansados de pelear por una vida que todavía no sabe qué cosas le deparará, y cada tanto colapsaron haciendo que todos contengamos el aliento haciendo la fuerza que a ella todavía parece faltarle (aunque yo creo que todo lo contrario).

Esta es una de las primeras sonrisas que regala en todo este tiempo.

La veo y me da vergüenza bajar los brazos.

La veo y me dan ganas de verla correr por ahí, de escucharla hablar de las cosas que va a ir descubriendo, de lo que está aprendiendo por ella misma y de lo que, seguramente, me va/nos va a enseñar.

Si tenés un minuto, mirála sonreír y sonreí con ella.

Hay una mamá, un papá, una abuela y muchos tíos (de los de sangre y de los que la vida te regala) que quieren verla dormir en la habitación que con tanto amor prepararon para ella.

Dejá un minuto de leer el Clarín y toda su sarta de pelotudeces a ver si, con mucho buen deseo, la convencemos de que todo esto vale la pena.

Ahí te va. Enamoráte de ella (es inevitable.)

Brava

Siguiendo con mi campaña "yo quiero tener una maza para matar pelotudos artesanalmente", continúo volviéndome aún más desagradable para varios enunciando otra pequeña lista que desde el sábado me viene rondando la cabeza.

Gente que me rompe soberanamente las pelotas:
* La que critica todo lo que los demás hacen sin haber hecho jamás nada recordable. Y la que critica todo a secas, haya hecho lo que haya hecho.
* La que se cree Gardel y mira por sobre su hombro con desprecio.
* La que detiene, frena, corta, sabotea, diciendo siempre que no a cualquier idea que no provenga de sus cabezas.
* La que se vanagloria de sus talentos sin talento.
* La que vive para afuera, la que finge, la que no tiene una forma propia.
* La amarga.
* La que cree que el talento está en la complejidad y termina haciendo un culto público a su propio ombligo.
* La que anda por la vida sin percibir absolutamente nada de lo que le sucede alrededor.
* La que habla mientras otro está tocando o cantando, sin el más mínimo respeto ni la más remota idea de lo que significa meterse para adentro para poder salir (andáte a comer un pancho y no rompas las pelotas.)
* La que no escucha.
* La que conspira.
* La que tiene corazón golpista.
* La que espera a que no estés para sembrar bostitas sobre vos y lo que hacés o dejás de hacer y después cuando te saluda, te palmea la espalda (si sos banana, decí las cosas de frente y bancáte la que se venga).
* La que, aunque no tenga un lugar ganado, se queda, ocupando espacio al pedo como un mueble viejo.


Con esta gente, señores, es imposible lograr ningún clima que favorezca la manifestación de algún tipo de arte.

Ajjj...


A ver, a ver... si, ahí escucho: "..por algo está sola!"


Y lo bien que me lamo.





lunes, 16 de noviembre de 2009

Ir a jugar

Domingo, dos de la tarde. Hay una fecha que nadie sabe bien de qué se trata (as ólueis..), una caminata por Avenida de Mayo organizada por el INADI, y nosotros venimos a ser el ala "afroargentina" de la comparsa...
Desembarcamos de la nave naranja y blanca (emblemático jipimóvil de alquiler) y el sol nos parte el marote dándonos una leve idea de que será una tarea ardua la de caminar tocando por el asfalto en llamas.
Reconocemos a los otros jipis que fueron derecho por la desprolijidad de nuestro uniforme que de "uni" no tiene nada. Mil versiones del pantalón chilingo se combinan con remeras de distintos colores, años e inscripciones, con el único denominador común de nuestro nombre escrito en la misma tipografía (signed by "Briyit" Díaz Ferreira). Allá vamos, como cartoneros portando tachos que suenan.
A Dani le gustan las marchas. Es feliz en esos encuentros multitudinarios en donde se da el gusto de enloquecer a doscientas personas al mismo tiempo mientras da saltitos y topetea la firmeza de los oídos con rulos y más rulos de timbal. Desarma las cuerdas, arma quilombos sonoros, hace todo lo que un mal alumno debe hacer con toda la impunidad que le puede dar el ser el dueño, el jefe, la esencia de todo eso.
Me hace cómplice de su indisciplina, se arma un foco de insurrección y de pronto cuatro fondos estamos saltando en una ronda murgonesca mientras él apaga los surdos y las latas y salta al compás.
El paso es demasiado ligero y cada cual tiene que buscar la mejor manera de no morir en el intento. Los tambores chocan, el camino es largo, el sol empieza a marcar los cuerpos y la voluntad y los toques bajan de revoluciones y buscan el descanso de la cadencia. El pelado no se aguanta y dispara un toque a las chapas para poder seguir con sus bailoteos y yo quiero que se me estalle el corazón tocando, entonces arremeto en otra ronda de fondos enloquecidos. Y como podemos, llegamos todos juntos por fin hasta la plaza.

Miro los tres estigmas.
Tres ampollas en las manos, rojas y ovaladas.
Las rodillas color violeta de apretar el tambor con las piernas para hacerlo bailar.
La marca del aro sobre los tobillos.
Los dedos de las torres marcados simétricamente a tres centímetros de las ingles.

Veo mi corazón abierto, brillando como líquido, como agua, que desde ayer no para de hacerme sonreír.


domingo, 15 de noviembre de 2009

...

Yo veo que me busca.
Pero él todavía no sabe qué busca.
Por eso, no me encuentra.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Grabación del 5º disco Chilingo: Coros y coreutas



Llego transpirada y satisfecha porque el cuerpo me pidió y agradeció el cable a tierra de las sesenta cuadras en bicicleta. El estudio es un PH en Villa Ortúzar, una de esas casitas antiguas con patio en el medio y escalerita hasta la terraza color ocre, llena de plantas. El estudio es mínimo, la alfombra roja del piso, las guitarras, el teclado, los auriculares de feliz domingo, la pecera ahí nomás de las caras afuera. Todo lo quiero mirar.



Yo vine a ser quien soy, que es lo que mejor me sale. Lo pienso cuando miro fijo al micrófono, como si ahí estuviera toda la gente que me gusta ver, y canto como les canto a mis enanos para que bailen en la escuela a la mañana.

Pol es una pasita de uva. Terminó su trabajo y se desinfló después de éstos dos años te torturase intentando poner algo de armonía entre tanto maldito jipi. Tiene puesta la remera que le pinté con amor para su cumpleaños, y ese gesto de cariño se siente como un mate y un abrazo.



Están las otras dos Wailers, las otras dos bellas bocas de nuestro trío improvisado y querendón, Walter ingenieriza el sonido y la expresión "como en su casa" cobra todo el sentido porque de verdad, estamos en su casa.

Sale primero "Haré", y no necesito explicarle a nadie que es un tiempo el que me lleva entrar en la energía de cantar. La voz me delata sola cambiando claramente a mitad de la canción. Canto. Paramos. Cortamos. Pegamos. Escucho una vez lo que Neiman ya grabó, puteo de risa por su manía de hacer mutar las letras todo el tiempo, vuelve a pasar la misma letra y me subo a sus fraseos que se amañan hasta lograr decir lo mismo con la otra voz, mi voz. Y queda ahí, finito, como las tapas de un sandwich, el acorde de las dos melodías.
Dani pide, alienta, sonríe, abraza, pide té de jengibre.

Voy escuchando las canciones listas que ahora tienen voces de chicas, como frutillas.



Canto virtualmente con Pol y Palo Pandolfo sin haberle visto la cara de cerca jamás, y vuela la chacarera del ranchito de la montaña.

Último pucho en la terraza, con el cuerpo cansado, ya terminado por hoy lo que la voluntad y las cuerdas vocales nos permitieron amablemente hacer. Del recuerdo de nuestras desgracias amorosas pasamos a la panza de Melina, filosofamos torpemente sobre el significado de "estar en pareja", nos damos besos y abrazos y vuelvo a montar mi bicicleta, me pierdo por las calles de Saavedra (literalmente) y mientras huelo los tilos y los paraísos florecidos, yo misma siento cómo mis pétalos por fin se empiezan a separar. A pesar de mí, otra vez llegó el tiempo de florecer.

(PD: Gracias, pelado. Sos como un Harry Potter que me abre puertas increíbles.)

domingo, 8 de noviembre de 2009

Libromancia (cuando la vida me da un abrazo)

Lindo domingo.

A la noche de sábado en el galpón con amigos siguió un asado con tambores al mediodía (con boy scout tocador de armónica incluído) y después un ensayo multitudinario donde estrené bailar y cantar al mismo tiempo. Nada mal. Hice bastante lo que se me cantó en el orto todo el fin de semana.

Me siento en el living a escuchar la radio y dejar que mi mente navegue en esa especie de balance semanal terapéutico que me permite el no tener televisor (te juro, mamá, que el sonido de una casa sin televisor es totalmente diferente). Suena en mi cabeza de fondo la canción que me pegó Luciana (..tu no faz como pasarinho que fez um ninho y a vuo oo oo oo ooooo..) y otra vez al rato ya vuelvo a dar vueltas en los mismos temas ya tan deshilachados, y otra vez buscar el mantra que traiga la calma a esa leve alteración de mi armonía, y entra la china con un libro que le prestó el padre, me lo muestra, lo estira en su mano y recuerdo ese ejercicio que solía hacer, tomo el libro, suspiro, lo abro en una página cualquiera que elijo con toda la intención de escuchar una respuesta. Y en el libro Wicked de Gregory Maguire, página 279, leo:

"- Tranquila, bonita, que todo irá bien. Descansa sobre el pecho de la loca de la Madre Yackle. La Madre Yackle te llevará de vuelta a casa."

Amén.


Prospecto (Lease antes de consumir)


Continuando con mi costumbre de practicar el sincericidio, confieso que estoy totalmente enamorada de Diego Torres.
Algo tiene en su campechanismo, algo de jugar al sol en la vereda, una forma de reírse de sí mismo que me da alegría. Ese aire de amigote que juega al fútbol con los otros gordos de sus amigos ya cuarentones como en un ritual sagrado desde hace mil años porque sí, las arruguitas de la gente que sonríe mucho, esa mamá tan linda que cantaba como un ángel y que mi abuela idolatraba (sobre todo por lo casta), esa sensación de que es de los que te agarran mientras te arreglás, te hacen sentir linda porque te ven linda y te muerden el cuello con deseo aunque ya no tengas veinte, de jugar fácil y totalmente cómplice, cara de buen compañero, de que se ríe de lo mismo de lo que te reís vos (la gloria de compartir con el otro esas secuencias graciosas que pasan y nadie más ve).
Yo lo he visto mirar a una mujer con ojos de total admiración y deseo y desde ese mismísimo día ando buscando esa mirada, quiero sentirme mirada así.

Por eso es que ando por ahí sola.
Es que yo quiero éso.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Esencias, parte dos.

Yo tenía veinte años, vivía en un quinto piso interno en pleno aparato digestivo de Belgrano, en barrio de comida kósher y ropa de oferta. Estudiaba arte dramático y danza, trabajaba como moza y como depiladora para mantenerme a duras penas, y era increíblemente feliz yendo en bondi por todo Buenos Aires para hacer una cosa distinta en cada punto cardinal. A veces amanecía dormida en la bañadera, con el agua helada que había estado hirviendo la noche anterior, cuando metí mi cuerpo agotado de bailar cuatro horas a distender sus músculos para poder seguir.
Yo tenía veinte años y el programa más lindo para un sábado a la noche eran unas botellas de gancia y todas nosotras bailando a Fito en el balcón de mi casa:

...*coro

Yo te conozco de antes
desde antes del ayer
yo te conozco de antes
cuando me fui
no me alejé
llevo la voz cantante
llevo la luz del tren
llevo un destino errante
llevo tus marcas en mi piel
y hoy solo te vuelvo a ver..

La negra, mi hermana, tiene razón. Mis recuerdos de toda la vida están siempre musicalizados por una canción en particular. Puedo ir directo a la sensación de aquél momento cuando escucho la canción que lo marca. Los olores, las tristezas, los sonidos.
Nunca elijo los temas por mi misma. Son las canciones las que me buscan y aparecen como telones de fondo que graban el recuerdo como un tatuaje. Y por lo general, la vivencia es tan personal que los demás involucrados jamás se enteran, o no recuerdan.

Tengo la sensación de que cada canción que hay en el mundo le provoca a por lo menos un individuo del planeta algún recuerdo profundo. Por eso es tan lindo, por ejemplo, cantar una canción que sabidamente ha conmovido o conmueve a multitudes. Así la canción se carga de un sentimiento bello, de un recuerdo emotivo, una esencia que se puede ver nítidamente al cantar con los ojos cerrados un momento. Y entonces, al invocarlo, se devuelve ese momento de emoción lejano a la gente.

Eso es lo que, a mi entender, marca la diferencia entre cantar una canción o interpretarla.

Aguante Cacho cantando "La gata".

Nada más.
Pueden seguir en lo que estaban.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Esencia de maldito jipi


(Conversación en tono de resúmen de lo que fueron los últimos dos meses de mi vida que se llevaron 13 de mis kilos y mis horas de sueño, con uno de los malditos jipis como interlocutor)
Yo:-...pero ahora está todo tranquilo, de golpe es como que todo se acomodó.
Jipi:-Claro. Pero también puede ser que estés en el ojo del huracán..
Yo:-(...)Gracias. No lo había pensado. Ahora estoy mucho más tranquila.

Fin.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Grabación 5º disco chilingo: Odisea del espacio

Lunes 2 de noviembre, cumpleaños de Pol.
El mensajito de Dani conminándome a ir con tres signos de admiración me dio ganas de ir un rato ahí con ellos a desordenarlo todo, enloquecer a Walter y tomar unos mates con chúker. A que nos echen por hablar en el medio de la grabación, a subir y bajar la temperatura de la maquinita del agua, a cantar el feliz cumpleaños a los gritos y entrarle a la torta como desaforados.

Para muestra, basta apretar el botón (del triangulito)

Ahh... necesito más.