viernes, 17 de mayo de 2013

Denuncia

Me persigue la palabra amapola.

Vino desde Córdoba en la boca de un alma amiga que venía de vuelta a casa a curarse las penas y las sombras. La trajo en un nombre elegido para un angelito que la anda rondando, y en una dulcísima canción que me dejó totalmente pegada en el alma.
No creo haber dicho antes muchas veces la palabra amapola. Es una linda palabra, sonora. Se siente rara en mi boca, y me encanta decirla y probarla.
Canto 
y una amapola me lo dijo ayer
que te voy a ver
que te voy a ver...
          
Martes, entrevista con la terapeuta de uno de mis niños, conversación, planificación, charla y entonces escucho en el aire, saliendo de su boca sonriente, "..el centro es un desastre, yo lo tengo que padecer porque los martes estoy en el jardín Amapola.."

Miércoles, al pasar, en una conversación matinal cocineril con la Maestra Marisol, dando cuenta de una merienda distendida, al preguntar por el origen de la delicia con la que me convidaba, "Amapola" fue la respuesta.
De los mil nombres que podía tener un lugar de comidas, embocarle a la palabrita y que me resuene por vez tercera es al menos llamativo.

Jueves, cursando el seminario pedagógico, en pleno estudio del reino vegetal, el ejercicio era observar semillas y piedras, mezcladas y dispersas sobre una mesa. La mayoría de las semillas eran anónimas, sólo algunas habían sido clasificadas. Se nos enuncia entonces la lista de lo conocido "esta es una semilla de araucaria, esta de timbó, esta es una semilla de amapola..."

(continuará)


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