viernes, 27 de septiembre de 2013

Cuando aprender sobre libertad y derechos es algo más que aprobar con un ocho la materia.

Chinatow, belleza parida por mí, asiste a una escuela secundaria municipal, la Escuela Paula Albarracín de Sarmiento, en el distrito de Olivos, partido de Vicente López.

Aquélla escuela fue la que me tuvo a mí en sus patios cuando yo misma transité mi adolescencia.
Comencé la secundaria en el año 1986, tres años apenas terminada la feroz dictadura militar que aquejó a mi país como un cáncer (del cual, aún, quedan células que tienden a querer reproducirse), y aquél tiempo era todo primavera. Los vientos de cambio que trajeron los ochenta nos hicieron volver a pronunciar, a voz en cuello, las palabras derechos humanos con la dignidad de poder defenderlos.
Durante un invierno muy largo nos habían obligado a masificarnos, a escondernos entre nosotros, a no osarnos a sobresalir expresando demasiada identidad, cosa que automáticamente levantaba sospechas y podía ser causa de desaparición, tortura y muerte.

Mi escuela, en aquél entonces, iba a la vanguardia. Un contundente centro de estudiantes se conformó con solidez, y el derecho a opinar era recibido con gusto por la directora, María del Carmen Añón de Titiro, que comenzó a tender los puentes a ver si de una vez el adulto podía reencontrarse a sí mismo reflejado en el adolescente. Cabe destacar que su coraje fue premiado con su traslado. Legalmente, la "hicieron desaparecer" de nuestra escuela rumbo a otra, pero un fueguito nos quedó encendido. Algunos buenos maestros profesores lo tomaron, y lo mantuvieron a salvo de los ventarrones autoritarios con que mi generación fue educada.

Veintitrés años después de haber intentado a rajatabla que no me apagaran la llamita del coraje a manguerazos varios, reciencito convertida en hoguera, intentando encontrarme en Chinatown y sus diecisiete encendidísimos años, doy las gracias de saber que ese fuego debe haberle alumbrado el coraje desde mis entrañas (mientras yo andaba en tinieblas esperando conocerla y que me los recordara).

Ella anda en la tarea de averiguar quién es, eso que yo también ando intentando después de que durante años me dejé decir quién tenía que ser, y su búsqueda es mucho más atrevida y profunda. El camino que me vió transitar, y sobre el que tantas veces conversamos tiradas en la cama en tardes de puentes en el tiempo, lo capitalizó con inteligencia, y tomando la posta, ella va por más, como corresponde a la generación que sucede sabiamente a otra. Y así como yo alguna vez me enrojecí la cabellera con la más roja henna que la modernidad antigua ostentaba, ella fue y se metió una hermosísima cresta de color azul.

Y ahí empezó la polka.

Después de haberle enchufado (como a mí) sietemil trabajos prácticos, exámenes y manuales de formación ciudadana, y palabras como "tolerancia" y leyendas de respeto hacia la diversidad, la china llega a casa con una observación por contravenir el código de convivencia.

Ahá..

Parece que tener el pelo de color azul incomoda a alguien en la "convivencia".

Parece que varias veces pidieron al rector que los atendiera para poder reescribir, a partir del diálogo, un código nuevo que respetara las diferencias, y finalmente, en ese dilate del tiempo para el encuentro, el código quedó sin escribirse y este año la ley queda difusa, no respetando el acuerdo de negociar año a año el nuevo código de convivencia.
Mal.
Ya le estás enseñando al pibe una maniobra política sucia y poco verdadera.

Parece que finalmente los recibió, y después de escucharla enunciar sus argumentos claramente y sin perder la paciencia,  al quedarse sin respuestas (la china sabe lo que quiere y te lo pone como un flechazo entre los ojos) el señor rector terminó diciéndole que si, que ella tenía razón, pero que los padres exigen esa cláusula porque no quieren que sus hijos se pintarrajeen el pelo de color.

La china vuelve caliente como pava para mate.

Su argumento, impecable:  si me dijeran que no avalan el teñirse porque el amoníaco de la tintura daña la salud, bueno. Pero no me dicen eso. Me dicen que puedo teñirme de colores naturales. ¿Qué quiere decir? ¿teñirse de rubia o pelirroja y llevar el pelo largo hasta la cintura está bien, pero tener cresta y de color azul, está mal? Eso es un juicio. Están avanzando sobre mi derecho a expresarme. Están juzgando desde su criterio estético que ser rubia artificial está bien, pero azul no.
Sería lo mismo que decirle a alguien que agujerearse las orejas está bien, pero ponerse un aro en el labio está mal.
¿Qué es lo que marca esa diferencia? Pueden decirme que no vaya con la ropa rota, ok, pero la ropa, cuando salgo del colegio, me la pongo como yo quiero.
Si me prohíben un color de pelo, me prohíben algo que va más allá del colegio.

Tiene razón.

Acallo todas las voces miedosas de mi conciencia que balbucean para qué te vas a meter en quilombos,china, después te van a perseguir con otras cosas, mejor sacate el azul, mejor NO TE METÁS.
Agarro el cuadernito de comunicados y pido una entrevista con el rector. Voy a darle la oportunidad de aprender lo que yo misma intento aprender a diario: a defender sus derechos.

Me contesta la vicedirectora, antigua profesora mía de geografía, totalmente olvidable.

Me recibe una tarde, yo con mis polleras de reina jipi, los pelos alborotados de la clase de natación, la chalinita en el cuello, me mira sutilmente de arriba abajo y ya me doy cuenta de que va a ser una tarea titánica no querer asesinarla a los diez minutos.
Aquélla cabeza que yo conocí morocha ostentaba hoy un rubio furioso, mechado de tonos cobrizos, nada que haya visto en un cabello natural, pero este sí parecía estar permitido.

La conversación fue como hablar yo chino y ella alemán.
Yo hablaba de los cambios que el mundo tiene de una generación a otra y de la necesidad de comprender lo diferente, lo nuevo, lo distinto, de no temerle. Sus escasos argumentos tenían que ver con la "imagen" de la escuela, pública por cierto, cosa que le recordé varias veces. Le pregunté en qué afectaba "a la imagen" tener el pelo azul. Le mostré mis rastas y le hablé de mi militancia por el derecho de la mujer de encontrar su propio parámetro de belleza, uno no dictado por la mirada del varón.  Me contestó que "una vez tuvimos un chiquito con rastas y se llenó de piojitos" (sic). Le hablé del vínculo con el cuerpo, le pregunté otra vez cuál era el fundamento de esa cláusula en el "acuerdo de convivencia". Le pregunté por el manual de formación ciudadana en donde habla de la inclusión, del respeto por las diferencias.

Por supuesto, no hubo forma de comprendernos.

Entonces le dije claramente que no me da lo mismo que mi hija rompa o no un acuerdo. Que soy la primera en comprender y enseñarle que la ley está para respetarla, pero tiene que ser una ley justa, nacida del consenso. Nadie puede privarla de su derecho a embellecerse de la manera en que ella ve lo bello, de su derecho a expresar quién es, fuera de los modelos impuestos. Nadie tiene derecho avanzar sobre sus derechos, de reprimirlos ni avasallarlos. Que le habíamos enseñado a ser respetuosa de los derechos de los demás, y que en este momento sentíamos que ella tenía razón defendiendo su derecho.

Me encontré con Chinatown a la salida. Los ojos le brillaban. Sonreía.
"¿Y, cómo te fue?"
"No entendió un carajo" le dije riéndome y se rió, "pero le dejé claro que padre y yo creemos que tenés razón y te apoyamos en esto."

Puso su cara de gato enternecido, nos dimos un abrazo. Le imité a la señora cuando me trató de piojosa con carpa, se mató de risa. Nos fuimos caminando y tomando un helado, charlando de los militares, sobre los tiempos en que un hombre con el pelo largo era una falta de respeto a la moral, de cuando las mujeres no eran consideradas aptas para ejercer su derecho a elegir a quien las gobernara, de la libertad, de la identidad, de la belleza, y de cómo el mundo se cambia haciendo.

Yo sintiendo este placer de verla crecer floreciendo.



Ella es azul
como azul es el cielo
que inauguró en mí
abriéndose camino
a su propio destino
de ser
quien ella es
quien ella sea.
Ella es mi estrella.



2 comentarios:

  1. Olé, por ti y por ella.

    Me has pintado a la profe de historia de VERDE RABIOSO, pero ella no sabe a dónde y de qué color ha llegado su imagen (si me das su correo le mando un mail, para hacérselo saber).

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  2. Tuve la suerte de conocerla y de formar parte de su educación allá por la escuela primaria, en 3er grado. Nunca olvidaré sus dibujos de tigres: eran coloridos, creativos, exactos. Como ella. Me acuerdo de pensar que ella dibujaba tanto los tigres porque tenía eso: el coraje, la fuerza, la actitud de esos felinos. Y siempre supe que iba a ser una hermosa adulta, pensante, luchadora, como la mamá. El tiempo me está dando la razón. Abrazo para las dos, el mundo necesita más gente como ustedes! Incomprendidas, pero sensatas, jaja.

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