sábado, 26 de diciembre de 2009

..y Mariana quiere ser canción.


La primera vez que me dejé llevar por Mariana terminamos la noche en un glorioso aquellarre de mujeres estropeando el gran acontecimiento de su mudanza a vivir en pareja, cosa que debía suceder a la mañana siguiente y no ocurrió por quedarnos todas a dormir a pata suelta en un living después de pasar la noche bebiendo todo lo que encontramos en la heladera de Natalia, bailando Calamaro en patas y trabando amistad con el chico de las pizzas.

Debería haber notado que su cristal para ver el mundo sufre algún tipo de distorsión gloriosa, pero es tanto lo que Mariana se hace querer que ver la vida a través de sus ojos, con todas las complicaciones anecdóticas que puede traer, me es a veces inevitable.

La segunda vez me arrastró de los pelos a una cita con un amigo de su chico, alguien que según le parecía era encantador y animado, y por si eso fuera poco, era mago, cosa que a ella la remite a gente de la envergadura de Merlín, porque la cualidad más notable de Mariana es ser una niña de seis años encerrada en un cuerpo bestial.

Cualquiera que me conoce un poco sabe que me es imposible disimular un estado de ánimo. El pobre mago me pareció un pelotudo desde el mismísimo momento en que me dijo "hola" y me pasé el resto de la noche sin dirigirle la palabra, descostillándome de risa para adentro pensando qué loca idea le podría haber sugerido que aquél muchacho y yo podríamos congeniar. "...pero es mago..." repetía ella como una nena convencida de que cualquier tipo que mienta con sus manos para sacar conejos de lugares imposibles puede hacer de tu vida una maravilla.

Cuando me llamó por teléfono de lo más entusiasmada la semana pasada sonaba feliz. "¡Te conseguí un trabajo!" me dijo, "un trabajo de maestra. Es un colegio genial, la gente es un cago de risa, son todos macanudos. ¡Hablé con Rodolfo y te espera el lunes! ¡te va a encantar!"

Por mi cabeza pasaron un millón de imágenes de lo que podría ser un lugar a donde Mariana me llevara. Ella misma, con su corpacho de profesora de educación física modelo Carina Jelinek, había pasado por la escuela. Cualquier director que se precie de tener hormonas daría la vida por verla de espaldas arengando una clase de trabajo corporal, por eso no me extrañó que me dijera que Rodolfo la había llamado varias veces a ella para que volviera. Y ni lerda ni perezosa, le había sacado una entrevista y una promesa para mí.

M: - Es en el colegio tal, ahí en Belgrano.

Y: - ..Marian, es un colegio de la colectividad..

M: - si, si, pero son re copados.

Y: - ..pero, si no recuerdo mal, me parece que es un colegio algo ortodoxo..

M: - naaaa, andá, vas a ver, Rodolfo es un cago de risa, ¡te va a encantar!

Y: -..pero me parece que no doy el perfil...

M: - naaaa, vas a ver. ¡Yo trabajé ahí!

Recordando su imágen con las calzas estilo body painting, su pelo largo con finitas rastas falsas y su presencia por demás abundante, pensé que si ella había trabajado en aquella escuela el perfil del instituto no podía ser todo lo ortodoxo que mi memoria confesaba.

El lunes, después de otra entrevista no muy lejos, me encaminé hacia la calle Moldes.

Ya en la puerta tuve la sospecha de que otra vez estaba en la cita incorrecta. Dos señores muy sefaradíes me interrogaron evitando mirarme a los ojos por demasiado tiempo. Mientras imitaba su gesto de bajar la mirada puse los ojos en mis sandalitas jiponas de cuero. Mmmm..

Mientras esperaba que chequearan mi DNI y otras yerbas, se abrió la puerta con un timbrazo y cuatro mujeres con peluca y polleras hasta los tobillos salieron y de a una fueron abriendo grandes los ojos mientras escrutaban mis pelos rojos y mi pollera de jean hasta la rodilla. Iba a empezar a correr hacia mi bicicleta estacionada en la esquina cuando recordé que tenían mi documento y que el trámite para sacar otro es un embole importante, así que decidí quedarme hasta el final. La puerta se abrió para mí. Dentro del espacio inmenso como un claustro, a cada paso me salían carteles que decían "el ruido no es compatible con la shejiná. Guarda silencio para que tu estudio sea profundo", "la Torá se estudia en respetuoso silencio" y no ví ninguno que dijera "una mujer que se pinta el pelo de rojo está perdida" pero creo que lo vi escrito en las dieciocho caras que fueron levantando la vista desde sus papeles escoltando mi paso hacia la dirección de la escuela. El señor Rodolfo fue más que amable, y no hizo otra cosa que preguntarme por Mariana cada cuatro palabras, aunque no recordaba bien si ella era maestra o profesora de educación física, pero sospeché que era lo de menos. También me comentó que el colegio se había vuelto tan religioso que los cursos estaban comenzando a separarse en varones y niñas y que me llamarían. Casi le doy la mano al irme, pero con un gesto me recordó que allí hombres y mujeres tienen prohibido tocarse si no están casados, así que agradecí con un gesto de cabeza y volví por donde había entrado, intentando estirar el largo de mi pollera un poco más en un instinto de preservarme de la lapidación que prometía el grupo de pelucas con mujeres debajo que ya se había juntado en el hall a verme pasar.


Todavía no la llamé. No sé si reírme salvajemente de ella con ella o darle un abrazo y un beso por andar en esta vida percibiéndolo todo de esa manera tan feliz y personal. Quiero seguir andando cada tanto por ese mundo suyo donde los magos te hacen feliz y la gente te quiere sin razón alguna.


Amén.

4 comentarios:

  1. Creí que me moría de la risa cuando aparecieron las mujeres con peluca... todavía existen lugares así???... No se puede creer. Debo tener algo de Mariana, lo cual habla bien de mí. Creer que todo es posible. Y vos también, por haber hecho el intento. Jajaaaaja.

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  2. ES RARO QUE NO TE SACARON CAGANDO DE ENTRADA...JAJAJA

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  3. La narración es tan dulce que a Mariana me la imagino comestible.

    Pero esa calidez sale también de tus palabras.

    No te conozco, pero ya mismo te pediría que no cambies, leyendo lo que has escrito.

    Un batido de alas, rodeada de perros que me lamen los pies.

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  4. P.S: Por acá anda Darío, también. Qué placer. Toquemos el tambor.

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