domingo, 18 de noviembre de 2012

Gente que suena (llamada de candombe 2012)

Para explicar lo que significa el día de la llamada para un alma candomberil solo encuentro la imagen del día en que se juega el clásico de un mundial de fútbol. A ese estado de ánimo fiestero compartido, quítenle lo competitivo. Si hablamos de candombe, hablamos de un fútbol de rabonas y gambetas, no de goles.

Soy ritualista, lo soy desde mi más tierna infancia. Me crié en una familia tribal hecha de lazos de amor y no de sangre, que hacía florecer mágicos domingos de reunión que siempre terminaban en fiesta. Aprendí de tanto ver, que una celebración es una comunión con los demas, que así florece la alegría, y que los pasos a dar van de uno en uno, y tienen mucho que ver con vivir en el alma esa fiesta que se quiere tener. 


Encontrarse es algo que lleva un tiempo, mientras uno se va sacando harapos de armadura y se deja tocar el corazón por el momento. Por eso el candombe no empieza cuando suena la madera; empieza mucho antes, alrededor del fuego.






La templada da el timbre agudo de los cueros y la charla que aviva su fuego afina el corazón como un violín. Corren el mate y los encuentros, las viejas canciones, todo lo que va dando alimento a las ganas de cantar con parches y maderas, de bailar como pez en un río detrás de la batea que al gozar toca las ganas de los cuerpos de bailar al compás.

El candombe es música de orillas, canción del río cuando baila, agua que se vuelve música, y hay que aprender a andar como el río para poder entenderlo. 




Hay tiempo para todo, lo sabemos. El fuego se hace esperar y por eso es bien recibido y convocante cuando llega por fin a dar inicio.





Afinados, contentos, encontrados en la charla y en los silencios, nos escuchamos con el cuerpo, y el candombe se ajusta y suena, porque tocamos lo que suena en el paso mismo que andamos. Me dan ganas todo el tiempo de bailar lo que sonamos, señal de que algo bueno va pasando.





La tarde era una fiesta de sonar y encontrarse, de abrazos desde los tiempos todos, desde la que fui, la que no fui, la que soy. Me quedaron las piernas con ganas de bailar eso que sube desde el asfalto cuando los golpes del tambor rebotan, y aprovecho una comparsa compañera para meterme detrás de su sonar como en un río. El cuerpo toma una velocidad crucero que no dispongo; la acato y la sigo. De pronto soy un pez, una hebra de mar, un alga bamboleando sus tallos en las ondas invisibles del movimiento eterno que guarda el agua. Ni pienso, ni canto, ni escucho, dejo que sea el vibrar el que me imprime el movimiento. Y ando sin agitar la respiración, arrastrada por la estela abierta que dejan los tambores al pasar abriendo surcos en el aire de la calle.


Brilla la luna creciente en el cielo cuando en San Telmo los últimos tambores arrancan su epopeya de ocho cuadras, tambores en manos de mujeres.














El amor, el dolor, la alegría, el placer, sólo me suceden cuando me pasan a través del cuerpo, cuando me atraviesan. La música (que es lo mismo que el amor) es la puerta, la experiencia por donde me entrego a lo que me atraviesa.









1 comentario:

  1. cuando pueda hare el dificl intento de escribir mis sensaciones.
    que bueno que vos pudiste!
    abrazo cumpa (dicho esto con mucho orgullo)
    diego

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