domingo, 23 de diciembre de 2012

Al que nace barrigón.. (cuento número siete)

Había una vez una princesa que había leído muchos cuentos de hadas.
Su padre el rey le había contado que todo podía aprenderse en los libros, y la princesa leía y leía tratando de comprender el mundo y sus encantamientos.
Cuando le llegó el momento de elegir un esposo, conocedora de las artes oscuras, posó sus ojos en un batracio que habitaba el jardín, y su loco corazón la convenció de que era un bellísimo príncipe encantado.
Fue tras el para llevarlo a vivir a palacio y darle su amor incondicional hasta que el hechizo maléfico se disolviera a la luz de tan noble sentir, pero el sapo al verla venir, asustado, la emprendió a los saltos en franca huida.
Anduvo la princesa por nauseabundos pantanos, se perdió en noches oscuras, pateó enojada mil veces contra el suelo, volvió a encontrar el rastro del verrugoso prófugo verde y anduvieron tras él sin descanso su alma y sus piés.
Una mañana, después de una larga noche de correr sin descanso, la princesa llegó agotada hasta un claro en el pantano. Del otro lado del charco inmundo, un rayo de sol caía sobre el sapo.
Sintió su corazón muy cansado, le dolían las piernas, estaba sucia y despeinada, dolorida. Había corrido días y noches, con lluvia, con miedo, con ganas, con esperanza y alegría, con desesperación. Y cada vez, el sapo había escapado de su abrazo como de la peste.

Y a la luz de aquél luminoso rayo de sol vio la patética escena, tan distinta de las que había leído una y otra vez.

- No se puede desencantar a un príncipe que prefiere seguir siendo sapo- se dijo. Dió media vuelta y emprendió el camino de vuelta al castillo.

Después, con los libros de cuentos, prendió flor de fuego para el asado.



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