viernes, 10 de enero de 2014

El secreto del éxito está en los detalles (cuento número ocho)

En una orden de monjes, un joven novicio estudiaba con voluntad inquebrantable para alcanzar la Sabiduría. Para disciplinar su búsqueda, hacía grandes sacrificios de voluntad, permaneciendo cada vez más tiempo en meditación, en busca de perfeccionar su Espíritu para lograr la Iniciación en los Misterios del mundo.
Despreciaba lo mundano, y dedicaba las horas al estudio y la disciplina del pensamiento.
Decidido un día a hacer su gran intento, inició un tiempo de meditación sin final, hasta lograr el silencio interior que le abriera la puerta de los secretos.
El sabio permaneció cuarenta años en silencio, en profunda meditación, para cruzar el umbral. Cuarenta años, con sus soles y sus lunas, sus inviernos, sus otoños, la lluvia, el viento y la sequía, con los ojos cerrados, sentado en medio del caos. Mientras tanto, alrededor, las mujeres y los hombres giraban, nacían, morían, se amaban, envejecían, pecaban, huían, guerreaban, ignorantes de lo divino en ellos, flojos de voluntad para conquistarlo, entregados al mundo y su exuberancia. En medio del dolor, del barullo, o de la algarabía,  en profunda meditación el sabio buscaba la calma, la quietud interior de sus aguas, para encontrar el filo del umbral, el límite del mundo, la puerta de la Sabiduría, y atravesarla.

Cuatrocientos ochenta meses tardó el sabio.
Y al final, cruzó el umbral.
Abrió por fin los ojos. Todos los misterios del mundo se le revelaron como verdades en el alma.

El sabio miró alrededor gritando a viva voz 
¡Lo he logrado! ¡lo he logrado! Ahora sé todos los secretos de la vida y de la muerte, del amor y del saber, del devenir... ¡ahora lo sé todo!

El sabio hizo silencio y volvió a mirar alrededor.
Había cruzado finalmente el umbral. Pero, de aquél lado del umbral, nadie más había llegado.
El Sabio era sabio. Y solo.

Moraleja: Ojo al piojo...




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