martes, 26 de enero de 2016

Una vuelta completa a la infancia (me saqué la sortija..)

Confío en algo que no logro ver, pero intuyo. Algo mejor, algo posible, algo que no está tan lejos de ser desde que encontré cómo dar los pasos para andar los caminos, tras las migas que me llevan al sentido. Por eso soy maestra.

Quise ser maestra como una certeza, no como una ilusión rosada. Supe que el camino que me habían hecho transitar a los golpes, como dentro de los límites del pasillo que me llevaría al corral, como una vaca a entrenar, ese camino de la escuela, podía ser concebido de otra manera.

Me perdí, me marearon, y cuando por fin encontré de nuevo el camino hacia mi profesión, con la misma certeza con la que lo abracé, empecé a cuestionarlo.

Así llegué  a esta escuela de pedagogía waldorf, sin saber bien a qué venía, qué era lo que había que hacer de distinto, pero con fe en mi esperanza. Dieciocho pares de ojos me esperaban para empezar a dar un largo paseo juntos.

Intenté seguir las instrucciones como una condenada, pero no había... lo que había era una larga, ardua, loca gimnasia para dar un giro completo de 360º en el alma y lograr una nueva amplitud de mirada. Todo eso mientras los dieciocho pares de ojos esperaban comandancia... igualito que mi hija cuando me miraba esperando que le diera aquellas respuestas que no tenía.

Confiando en las pequeñas certezas que florecían regadas por la fe, anduvimos.
Nos sucedió la vida. Cada una de sus pequeñas preguntas la hice mía, y los pasos que dimos fueron las respuestas. No aprendimos el mundo, lo fuimos conquistando con trabajo, sabiendo que cada intento nos llevaría un paso más cerca de lograrlo, venciendo lo que creíamos nuestro horizonte para descubrir que había mucho más camino, mucho más mundo todavía. Y nos lanzamos a comprenderlo maravillados.

Mi hija es hoy una joven, hermosa mujer. Aquellos niños son hoy brotes adolescentes.
Y lo que veo, aún perfectible, es tan luminoso en su potencia, tan posible, que me maravilla.
Tan mal no lo hice, y ellos me enseñaron cómo hacerlo todavía mejor.

Así que, las tizas listas, la vida transformada en sustancia, allá voy de nuevo, a descubrir una vez más el mundo, a maravillarme y dejarme sorprender, otra vez, de la mano de un ramillete de redondas manos pequeñas.




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