lunes, 30 de enero de 2012

Ponéle.


Quisiera pedirte que vuelvas impetuoso y valiente, y te quedes de prepo al lado mío, y me ayudes a encontrar mis puertas, esas que todavía están cerradas, y que las tires todas abajo de una patada certera para que, por fin, definitivamente, yo pueda salir.
Me lo merezco.

miércoles, 25 de enero de 2012

Mujer bonita


Es decidida, directa, desapegada. Ni bien se supo cisne hizo el camino derecho como una flecha en el aire. Emana una luz, una fuerza, no más niña grande, ahora es una hermosa mujer pequeña que crecerá como esas musas de Ciruelo, armada hasta los dientes para combatir dragones.

Su franqueza y su confianza en mí a veces me dejan pasmada de sorpresa y me alegra saber que el camino que me marcó el corazón fue bueno, la llenó de recursos, que se sabe comprendida y aceptada sin condiciones, que jamás podría decepcionarme porque no espero más que verla ser ella misma cada vez más, y eso sólo sucede con el paso del tiempo, después de mil aciertos y un millón de errores.

La veo empezar a caminar Buenos Aires con esa soltura que recuerdo en mí, con sus propias decisiones ya tomadas en su alma, con un mundo que será solamente de ella.
Ay, qué vértigo mamá.. yo conozco ahora gente que vos no conocés.. y me quedo pensando que de eso la va la vida, venir a través de alguien que nos dará lo necesario para escribir en el mundo nuestra personal, única, irrepetible historia.


Enlace

miércoles, 18 de enero de 2012

Crónica primera: Andar los caminos

(La maga, el brujo y el joven caballero se detuvieron al borde del bosque.
-Adiós amigo, buen viaje- dijo el brujo. - Cuando vuelvas no serás el mismo. Y nosotros tampoco.)


Los viajes, para ser viajes, tienen que ser por adentro. Lo otro es turismo. Yo me fui de viaje, cosa que hago pocamente con el cuerpo, permanentemente con el alma.

Veintiseis de diciembre, boleto en mano llego a Retiro, madre e hija mías agitando pañuelos, descubro tristemente que lo que se llama coche cama de cama tiene lo mismo que un cepillo de dientes. Buscando a Pocha, amiga de mis entrañas, compañera del alma, tres años después del último vino compartido, de la última canción sonando en mágico dúo, me voy de viaje a su nueva vida en Capilla del Monte, un lugar en delicado equilibrio entre lo místico y lo bizarro que en estos tiempos de finales del mundo se volvió la meca del jipismo barato (Pájaros volando es un retrato genial de esas nuevas realidades de las sierras cordobesas)
Enrosco mi cuerpito lo mejor que puedo en el asiento de mierda que no quiere recostarse, hago rancho de bolsones y bolsas de dormir en un vano intento de elevar los piés y quedar más o menos estirada para no amanecer torcida, doliente y a las puteadas. No lo logro, demás está decir..
Por supuesto el micro que me llevaba entró en todos los reputísimos pueblos posibles, recién despertada de un dormir soporífero no tenía la más mínima idea de por dónde estábamos, y eso nos descoordinó el horario de encuentro en la terminal.
Suspenso.
Sentada en mi mochila, con tanto oxígeno, tanta limpieza insoportable del aire, di rienda a mi recaída tabaqueril (no soy perfecta, a dió gracias, así que una agachada de mal comportamiento me la debo) un rato mientras esperaba, hasta que se recortó en el aire la melena colorada con pañuelo brillante, el verde, el violeta, el rojo, toda ella en colores y el azul de sus ojos achinados de alegría. La escena fue tan memorable que hicimos moquear a un par, nosotras incluídas, por supuesto, que nada nos gusta más que hacer olas de emoción en el aire.



Tanta era la alegría, tantas las ganas de cantar (tanto cantamos) que por supuesto creímos que teníamos los mismos años que entonces, cuando las mañanas nos encontraban de fiesta en casa Fraga.
La juvenil bienvenida de ocho cervezas y demases entre tres nos dejó desnucados.



Pocha es la cocinera del restorán más sabroso y sanito de la comarca. El Soma queda apartado del estruendo del centro (que a veces parece una Mar del Plata berreta y mersa) con su parafernalia de librerías místicas, negocios con nombres marcianos y remeras de Homero Simpson tomando cerveza cordobesa. Igual que a mi casa, se entra justito por la ochava de la esquina. Y ahí adentro tenemos otro universo entero del que nadie parece tener ni noticias.



El Pat es un francés que una vez conoció a una cordobesa allá por París, y detrás de ella, de su amor y su panza terminó cruzando el mar para manejar su propio restorán vegetariano en Capilla. Rubio, de ojos pochamente azules, ni bien llegué me trajo sus tambores y cada mañana se llenó de tuntunes (y estoy convencida de que ese sonido es el que fue abriendo las puertas de todos los munditos que encontré adentro de la misma ciudad)
Generoso y fiestero el Pat, todo es una buena excusa para un brindis y una canción, y así una mañana cuando llegamos, un par de cubanos aullaban impecablemente sobre campanas, guitarra y bongó, dejando boquiabiertos a los presentes. Y por supuesto, ni bien aparecimos fue un quilombo.
El francés los dejó boquiabiertos tocando las congas, el trío se encendió memorable, el guitarrista bailó en trance con la camarera, oye chica, sírvete otro mohíto y dale que va la audición para integrar el elenco de músicos que arengarán las noches de enero, mientras la Pocha detrás del vidrio de la cocina, canta. Dos personajes importantes, Alverto y Hernando, quince años tirando tiros por estas pampas, haciéndose el veranito con bastante calidad, hay que decir (la fauna de artistas que ronda la zona incluye gente a la que habría que deportar a algún país al que le tengamos bastante bronca).
Después de tanta jarana matinal, los cubanos se fueron haciendo ochos por la vereda y sospeché que sería más barato pagarles un caché que darles de tomar..




Durante los primeros tres o cuatro días fui un bicho en adaptación. La geografía confusa de las calles, la manía de no poner carteles con sus nombres y mi imposibilidad congénita de comprender bien un mapa impreso me tenían dando algunas vueltas a la manzana a modo de ensayo para la aventura. El viernes a la mañana, mapa bajo el brazo, bolso al hombro, decidí que ya estaba lista para encontrar por mí misma un poco de agua donde remojar mi humanidad.
Objetivo: el Zapato.
La primera hora la caminé para el lado contrario. Cuando me dí cuenta, después de permitirme unas palabras conmigo a solas, encaminé correctamente los piés. Pero no iba a ser tan sencillo. Ni un puto cartel que te diga "Por acá vamos bien" o "usted está aquí en Saragarsala" como para saber si vamos bien o estamos llegando a la frontera con Bolivia, y yo dando vueltas el mapa lleno de nombres que jamás podrá una verificar. Y otra vez, cuando más o menos le encaminás derecho, una bifurcación.
A la derecha, casitas, ruido de niños, tanques de agua, y un camino largo que baja y se pierde. A la izquierda, parque cerrado de atracciones acuáticas, negocio bizarro de piedras y hamacas paraguayas, torre de piedra imitación castillo medieval, viento seco y curva. Y allá me dijo mi instinto que era donde quería llegar.
Y a los quince minutos todo se puso en subida. Ya debería haber presentido que el refresco y el descanso estaban al final del camino que había descartado, pero si había elegido ir por acá, algo tenía que encontrar.
A los veinte minutos todo era sol y desierto.





Arriba de todo me había llevado mi olfato. El agua quedaba abajo. En la entrada del dique este cuadro: un negocio pequeño, una galería llena de mesones con piedras, una pirámide enorme en el techo, el viento seco que levanta polvareda. Una mujer morocha, de rasgos acondroplásicos, una joven con síndrome de down, la mayor se pinta las pestañas frente a un espejito, los labios de rojo pastoso, y la joven juega a hacer filas de esmaltes de uñas a su lado. Saludo y pregunto la forma de llegar hasta aquél hilo de agua que ví. Deja de pintarse, gira la cabeza y me mira y estoy esperando con resignación que suene alguna música de Bagdad Café o algo así, porque creo que estoy adentro de alguna película independiente que va a terminar conmigo abducida dentro de la pirámide.
- Podés agarrar por el sendero que está a la izquierda, no es un tramo largo.
Hace silencio. Me mira una vez más y antes de volver a pintarse las pestañas ya empastadas de bolitas negras me dice mirándome fijo: Tené cuidado con las serpientes..
Ahá.
En estos menesteres no puedo dejarme llevar por un instinto que tiende a meterme en aventuras. No tengo complejo de Marley, así que decido volver por donde vine sin chistar. Y como una señal más de esta película bizarra, dos escorpiones negros y rojos tamaño baño relucen en el suelo aplastados de rueda de auto. Caminando derechito...
Una hora más y por fin me amigo un rato con la vida (y apago el incendio de la insolación de tres horas de caminar) metiendo el cuerpo en el agua fresca que vine a buscar.
En definitiva, la mejor manera de conocer un lugar es perderse por sus caminos y por su gente unas cuántas veces, llegar sin saberlo a todos los destinos que cada lugar encierra.
Y en eso me fui convirtiendo en una experta.