domingo, 18 de enero de 2015

Panambí (mariposa, alma del mundo)





Ando entre tambores desde hace muchos años,desde que apenas se entreabrían las puertas para dejarnos entrar a tocar a un mundo masculino, tomado por asalto y sin consulta, como hasta ahora en la Historia del mundo y la invisibilidad de las mujeres.

Todavía sonaba fuerte en la cultura lo que era "cosa de hombres" y lo que era "cosa de mujeres", y cruzar esas fronteras nos obligaba a un sacrificio. Ser mujeres masculinas, masculinizadas.

Para que me dejaran pasar sin desconfianza, primero, allá lejos, tuve que aprender a ponerme combativa, a ladrar y aporrear los parches para demostrar que, a pesar de tener tetas y carecer de poronga, sí tenía "huevos" para tocar.

Así, en un interminable exámen de ingreso, anduve muchos tambores con tanto miedo de fallar, que no lograba encontrar el sonido de mi corazón. No lograba sonar, pero tocar, tocaba.

Un día el sonido, de tanto que lo pedi, me encontró a mí.

Era mi cumpleaños número 33. Acababa de terminar la relación más turbulenta de mi vida. Finalmente, había decidido abandonar un mandato y descubrir el camino de entregarme al mundo para descubrirme a mí. Y caminando por Avenida de Mayo, oí sonar las cuerdas de candombe.
Me subio un rio por las venas, y dejando que se movieran solas mis caderas, me fui llevada por una música que me sonaba como el río.

Encontré el candombe. O el candombe me encontró a mí.

Cuando ya éramos varias las que andábamos disfrazadas de muchachos rudos, apaleando parches por acá y por allá, de tanto vernos, de tanto cruzarnos por todas partes, un espacio (o varios) se gestó en el aire.

Entonces vio la luz la primera comparsa solamente de mujeres, y ahí andaba yo en sus aguas. Primer milagro, primer intento.

Pero como pasa siempre, hay algo que tenemos aprendido en el formato en que lo hemos padecido, y para verlo y cambiar, hay que sufrirlo.

Todo lo que aprendimos de ellos (el poder, la competencia, la exclusion, la búsqueda de ganancia, el elitismo) brotó desde el pantano de rencor sobre el que nos habíamos parado para nacer. La víctmia aprende a ser victimaria, el esclavo a tiranizar, el excluido a excluir, y no, no era así, no era eso. Se nos salia del cuerpo tanto veneno respirado tantos siglos, que yo sentía que nos estábamos volviendo ellos.

En el tiempo de partir y de empezar a andar a solas los caminos, cuando por fin tuve claro todo lo que no, fue tiempo de empezar a ver las imágenes de lo que sí.

Y en las imágenes yo veía una hoguera, y mujeres, una ronda de muchas mujeres, y la alegría, y la música bajando por los cuerpos, y cada una buscando su lugar, su lugar para ser lazo en la trama de algo, de una red, de una manta. Volver a ser amiga mía, volver a ser amiga de las mujeres, desearme lo más cálido, lo mejor, y desearlo para mis hermanas. Sin caciques, sin poderes, haciendo realidad en la horizontalidad de la trama, eso que siempre supimos las mujeres: el poder debe ser una manta, porque si se concentra en un punto, crece un tumor, y el tejido hace metástasis y la esencia se muere.

Soñé con un lugar en donde fuera verdad el arte de dejar que la música nos haga a nosotras, nos ilumine, nos encuentre.
Un lugar para aprender a confiar.
Un lugar para decir con amor, un lugar para abrazar y matar al miedo, a la soledad y a la muerte.








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