lunes, 22 de diciembre de 2014

El sanador (Relatos de Elphaba)

Laverna vivía dentro del tronco de un inmenso árbol en el bosque donde se guardaban los lugares sagrados. Tenía tantos años como para entender bien el mundo y sus velos, y sus palabras eran el oráculo de los que buscan.

Caminaba lentamente, con la sencilla elegancia de la grandeza vistiendo sus movimientos suaves y maternales. Hablaba sin mirar a Elphaba, que, sentada en un banco pequeño de madera, cerca del fuego que ardía en el hoyo de la cocina, seguía sus movimientos como quien escucha narrar el cuento de su propia vida.

- Cuando lo sagrado se profana, las cosas del mundo pierden su sentido. Esta guerra interminable no se ganará derramando más sangre.
Los lugares sagrados del bosque ya no existen. Todos, uno por uno, han sido saqueados.-

El resplandor anaranjado de la llama sobre el rostro de la anciana pintaba destellos en sus ojos serenos. La raza de las Madres estaba casi aniquilada por la sangrienta guerra de siglos que las había corrido de los Templos y las tenía divididas y diezmadas.


- Cada cual debe dejar hablar a su destino, y para eso debe silenciar la voz de la serpiente que habla en su alma, desde que la confianza fue profanada. Si has llegado hasta mi puerta, es porque la has vencido, Elphaba.-

La anciana miró con ternura a la mujer madura llena de cicatrices sentada en el pequeño banco de madera.

- El camino es hacia el Oeste, en las tierras donde se pone el Sol. Es cuesta arriba en su mayor parte, ya lo sabrás. No te ocultes del Sol, no te guarezcas, porque el Sol es amor, y a tí no te matará. Sólo envenena su luz la neblina del cielo del Reino. Fuera de aquí, en la Nada, el Sol no es patrimonio de nadie. Bébelo, deja que te ilumine. Será tu único alimento.-

Las manos de Laverna no parecían las de una anciana tan anciana como era. Se movían precisas por el espacio, acercando un cuenco humeante hasta las manos de Elphaba. Laverna se sentó en otro banco. Se miraron un rato largo a la luz del fuego de la cocina, Elphaba con el cuenco humeando en su regazo. La raza de las Madres era cálida.

La anciana tomó aire y habló en su boca la voz del Angel.

- Deberás volverte sagrada. Todo lo que guardaba el bosque tendrá sentido si vuelve a la vida dentro de tí.

Se hizo un silencio, hasta que de nuevo el Angel habló.

- No pienses cómo lo harás, no dejes que vuelva a sisear la serpiente. Solamente decídete a ir. Y la mañana en que despiertes y en tu corazón arda la urgencia de empezar a caminar, solo arrójate al camino. No hay a dónde llegar. -

Laverna encendió su pipa y estuvo un tiempo mirando arder el fuego de la cocina, el fuego que jamás se apagaba. Mirando el fuego, volvió a hablar.

- Cuando por fin tu alma se entregue a esa verdad, llegará el Sanador a tu camino. La serpiente hablará con fuerza cuando lo cruces, confundirá otra vez tu alma, gritará tu cuerpo. Pero no es ese el fin de tu camino. Detrás del umbral del Sanador, te espera lo Sagrado.

- ¿Cómo reconoceré lo Sagrado?- preguntó Elphaba.

Laverna giró su cabeza para mirarla a los ojos, y la luz del fuego parecía salir de su rostro. Y sus palabras fueron como un abrigo:

- Lo Sagrado te reconocerá a tí.




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