miércoles, 10 de diciembre de 2014

Ojos que no ven...

Perdí la forma.
Ya no sé cómo andar con este cuerpo por el mundo. No lo conozco.
Ahora que me cansé de castigarlo para hacerlo encajar, no sé cómo mirarlo.

A veces me confunden los espejos. El frío misterio del vidrio me devuelve mi propia mirada sin emoción.

No es igual lo que veo cuando me miro en otros ojos. Ahí soy a veces realmente hermosa.
¿Qué cable suelto no me deja mirarme con amor todavía?

Había un póster en la sala de espera de mi pediatra. Con esas palabras practiqué mis primeras lecturas:
Si un niño es juzgado, aprende a juzgar.

A los nueve años mis padres me llevaron a un médico para hacerme adelgazar.

Toda la vida, el mensaje fue que mi cuerpo, así como estaba, no era lo suficientemente bueno, no era correcto. Era importante verme de la manera adecuada para encajar, para ser aceptada y elegida. Para agradar.

Mi realidad refleja mi vivencia: toda la vida fui inquilina, jamás habité con libertad como propietaria ni siquiera mi propio cuerpo.

Ahora que rompí todo, también rompí los espejos.

Me voy a la calle a aprender el amor en los ojos ajenos.



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