jueves, 14 de julio de 2016

Maya (Enlazador de Mundos Espectral)

A veces entrás al día por una puerta rara.
No es que entres por la puerta de atrás, y todo salga mal, o algo así. Es más bien como si te subyaciera la sensación de que algo está desajustado de la realidad cotidiana.

Hoy, ponéle.

Siete y media, ruedas apuntando al oeste, me toca ir a la peregrinación anual de chequeo de chasis, colesterol y alrededores.
Munro es de por sí una puerta a otra dimensión (estoy segura); un barrio raro, con pinta de que puede pudrirse todo en cualquier momento, a pesar de la parsimonia que reina en sus veredas aaaamplias de locales vacíos; el lugar donde voy a hacerme los análisis es deprimente en medio de lo deprimente. La luz amarilla, la sala saturada de afiliados al PAMI, embarazadas con niños gimientes, y un televisor pasando videos latinos. Un mostrador con ventanillas de vidrio. Muchos cartelitos en muchas puertas. Enfermeras que salen como cucús, por una puerta, por la otra, gritando apellidos. Yo con mi bolsito abrazado al pecho, sosteniendo un número de dos cifras en la manito, escuchando el chillido de la empleada que canta los números, como vieja en el bingo.

La enfermera me reprende, porque parece que he hecho todo mal, las cosas no saldrán bien, pero ella hará su trabajo igual. No me deja ni apoyar la cartera, y yo no discuto con alguien que va a clavarme una aguja, así que, nada, sigo abrazada a mi bolso calladita, con la esperanza de que se le suavicen el humor y el pulso.

Tras el café con leche y azúcar obrigado, pedaleo por otra ruta para ir a la escuela, y con el sol dándome en otra posición de la cara, plenamente de frente. Siento el cuerpo distinto.

Me saluda un conocido, sorprendido de verme a esa hora por esas calles, y me alegra verlo (me sorprendo siempre de cómo, entre miles de caminos posibles, dos personas se encuentran en uno).

El día continúa entre lo tierno y lo terrible, como en una película, como en un sueño muy real, pero con un velo de extrañeza, de ficción, de imposibilidad.
Como si yo me hubiera quedado fuera de la película de este día, por haber cambiado la puerta de entrada. Como si fuera espectadora de un cine casi mudo, porque no importa lo que dicen las palabras. Lo que yo escucho hoy no tiene sonido.

Por la tarde emprendo el camino al lugar donde siempre voy cada miércoles, a trepar al auto de Waly para ir juntos al ensayo.
Como si mi timón estuviera emperrado, cambio otra vez la ruta, y voy por donde no voy nunca.

Camino por colectora, detrás del barrio cerradito de casitas paquetas, el que dura una cuadra larga que son dos cuadras. Un loco pasa junto a mí y me saluda, casi metiendo su cara bajo mi capucha. Sonrío y saludo (nunca más sentir miedo), y sigo. Sé por la espalda que me está siguiendo.

Como en un lento sueño, giro y lo encaro, y le hablo sonriendo con firmeza y violencia, y se va, y me voy, y sigo sintiendo que algo en el día se desencajó,

Voy a dormirme para ver si así despierto y me doy cuenta de que este día está, en realidad, del otro lado del sueño.

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