lunes, 23 de julio de 2012

Vida tribal

La vida de uno podría compararse con lo que sucede con el arte.
Están los que pintan
y los que plasman lo vivo en la pintura
Están los que tocan
y los que entregan su alma a la música
Están los que bailan
y los que se dejan invadir el cuerpo por lo que vibra
Están los que cantan
y los que se vuelven canción
Están los que ensayan toda la vida
y están los que viven

Un encuentro es algo mágico.

Debajo del cartel de COTO va cayendo la tarde de invierno y unas cuantas manos peludas apilan las maderas que serán fuego mientras la mitad femenina se agrupa al sol escueto del invierno, rodando tabaco y mate, reproduciendo el círculo. Cuando el sol por fin hace abandono de cielo y arde el fuego, los tambores se templan y se templan las almas.






 Empiezan a brotar ahí, acá, rondas de palmas, de cuerpos que danzan, de canciones, de tambores, de mate y de charla, todo a la vez pero en tiempos distintos, alrededor del fuego florecen los círculos espantando el frío, calentando el corazón.





 
Sentada ahí en el cordón de la vereda asisto a la celebración de algo, de todo junto. Y canto, y toco, y bailo, y cantamos, y tocamos, y bailamos.




Cuando me voy soy más la misma que cuando llegué, pero he cambiado.

Algo entregué y algo recibí de todas ellas, de todos ellos.


Algo que imprimimos mutuamente en los cuerpos con la palmada en la espalda que sella el abrazo de despedida.


Así mismo, de esa misma forma, quiero viajar por cada día de toda mi vida.

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