viernes, 3 de octubre de 2014

(En terapia.) Cuento número nueve.

Caminó las veredas amplias de barrio de la capital con remolinos de pelusas del árbol de plátano y el sol trenzándose en su pelo, en su pecho por adentro hasta el lugar donde habitan las mariposas.
Viajar en tren tiene el color de las películas viejas con apasionados y abrazados besos. Bajar en un andén es reconocer la geografía íntima y costumbrista del punto del planeta que se pisa.

En el departamento todo es luminoso y claro, pero ahí llegará después. Después de caminar con este deseo de encontrarse con otra piel, pero esta vez, empujando al mismo deseo, las ganas de ser amada con amor.

Hay un abrazo que siempre la espera, y es ella la que le insufla una forma y un calor.

A veces hay distancia, porque después de andar por el otro y de saberse recorrida, se sale un empujón como trompada, no sea cosa que tanta intimidad lastime.

Todavía no encuentra el olor en ese abrazo. Todavía no fue tiempo de poner la nariz sobre tu cuello para grabar en el olfato migas de tu esencia para encontrar el rastro.

Ya no es una presa.
No hay un lobo acechándola en las sombras para robarle el sexo confundiendo, con besos, mordiscones.
Ya no es una hembra malherida, viuda negra traicionera que devora la carne del que muere entre sus cuatro pares de piernas.

Toca el timbre después de haber paseado por el tiempo de una tarde tempranita, y no quiere verse linda. Quiere serlo.

No hay desmayo, no hay sofoco, no hay sutiles roces traicioneros de fósforos ni lijas, para que no arda un incendio que malogre la huerta, y el estanque, y el vergel que van sembrando en cada encuentro.

Hablan de la verdad, y pasa la vida y pasa la tarde y pasa el mate entre el humo del incienso, y las palabras son claras y pocas, y enhebran un collar entre las bocas. Dicen con la palabra, dicen con el cuerpo.

Nada importa más que lo que importa, no hacen falta preguntas sobre lo que es y lo que no es. Lo que es, es en el breve instante en el que está sucediendo. No hay nada más. No hay nada menos que el Universo.

La sostiene, la acaricia, la envuelve, la recuesta, la ordena, la perfuma, la abriga. Lo que pasa a través es de los dos alimento.

Y luego cierran la puerta, cuando ya es tiempo de irse apenas con el vislumbre de eso que brilla tanto que por un rato nos deja ciegos.

Hoy ella tiene ganas de más abrazo, de estrecharse un rato más sobre su cuerpo. Un perfume de octubre la secuestra, y se va detrás del globo de su infancia que la brisa agita, como a su cabello.

Y no sabe si él se ha ido o si la observa volverse un punto en el espacio. Prefiere no saberlo, y marcharse con el poncho de un abrazo entibiándole el recuerdo.




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