jueves, 30 de abril de 2009

Ritual

Cuando era chica y las noches de reunión y conversaciones en mi casa se extendían, el café no paraba de fluir desde la cocina y en el aire se mezclaban el humo del tabaco y el perfume del cognac. Yo miraba desde mi hueco en el sillón del living aquellas escenas de pelos con brushing y camisas de cuellos anchísimos, y la modorra se me iba trepando por el cuerpo despacito. Cuando ya sentía que en cualquier momento se me abriría bajo los pies la tela fina que separa la vigilia del sueño, abandonaba con esfuerzo mi rincón y con pasos torpes cruzaba el living hasta llegar a la silla donde mi mamá quemaba sus jockeys suaves cortos mientras se dedicaba a discutir deportivamente con quién tuviera la energía de sostenerle por algún tiempo alguna verdad a refutar. Trepaba despacio por su falda, girando para quedar bien sentada entre sus brazos abiertos y entonces apoyaba mi oreja en su pecho. Ahí adentro la voz le resonaba como apagada entre almohadas, un sonido musical como el parche grave de un tambor, un vibrar que me hacía entrar al sueño dejándome caer.

Entonces, el mundo era un lugar seguro.


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