domingo, 12 de septiembre de 2010

Alma compañera

Este primer día del maestro jipi lo estoy disfrutando como uno de esos cumpleaños de mucha joda espontánea durante cuatro días con los que a veces la vida te compensa.
Hoy vengo de mates e imágenes mentales escolares y de pronto caigo en una imagen que tengo de la China colgada de la reja del jardín de infantes al que ella iba, que daba al patio de la primaria en la que yo trabajaba, gritando endemoniada "mamaaaaaaá, soltá ese neneeeeeee", mientras pasaba yo caminando de la mano de uno rumbo al comedor.
Siempre odió de palabra a todos mis enanos, repartió entre ellos todas las caras de ojete que pudo cada vez que la rodeaban para idolatrarla cual Lourdes León del subdesarrollo. Ahora que Chinatown se puso adolescente rebeldeway y se pinta las uñas con paisajes de atardeceres y palmeras y las pestañas con rimmel, les dedica rosarios irrepetibles cuando yo cuento alguna anécdota sobre ellos y les frunce la cara cuando yo se las presento. Ni que hablar de los que le muestran simpatía.

Mi primer día de clase en Cuarto Creciente fue un día después que el resto de la escuela, porque la entrada a primer grado tiene carácter casi de pequeño rito iniciático y merece todo ese espacio. Agradezco a la vida tener la cara tan dura, porque me imagino que semejante protagonismo debe ser la agonía del tímido. Todas las miradas y las orejas están puestas en lo que sucede cada vez que la maestra llama uno por uno a todos los pequeños para que se acerquen a la ronda y todos los movimientos del evento parten de su hacer.
Contar el cuento que dará la primera imagen para entregarles luego un obsequio, llevarlos dentro del salón de clase (se entiende que no a la rastra, así que hay que desparramar la suficiente energía como para seducirlos y que se dignen a caminar contigo, oh desconocida, hacia el salón un piso más abajo..) y casi te diría que tu año escolar entero dependerá del éxito de esa empresa.
La China empezaba sus clases dos días después. Sabiendo de su contorsiones de espanto cada vez que la invito a alguna actividad con mis peques, le ofrezco acompañarme en mi primer día de clases.

Y para mi sincera sorpresa, me tira un sí relajado y certero y se las pica a dormir.

Día de marzo, día D. Todo sale bastante parecido a como se sentía, vamos bien, tengo todos los poros como antenas, son muchos, están enloquecidos, los parientes por todos lados, sostengo. Voy cantando rumbo a la escalera, cruzando los dedos para que ninguna abuela emocionada me descalabre la voluntad de los pequeños que miran desorbitados con tanto ruido y emocinamiento familiero. Entonces la veo venir al final de la fila, acompañando suavemente con los brazos a los descarriados para que no se dispersen, conteniendo la entrada al salón nuevo, sentándolos en la ronda mientras descanso sabiendo que no hace falta que le pida, ella me está acompañando. Y me mira y me sonríe guiñándome un ojo para enseguida decirle bajito a Gerónimo que ahora hay que sentarse despacito para poder escuchar... (Y por supuesto, sé que nunca podremos hablar tiernamente de la anécdota mientras se lima las uñas frente a feisbuc y me echa fuera de mi propia habitación devenida en su escritorio)

2 comentarios:

  1. Que buena remera. Perdón por el comentario pedorro. En todo caso, habrá sido un gran día del maestro, recordando al "glorioso" don Domingo Faustino.

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  2. Hermosa chinatown,
    precious precious!
    Dulzura regala este post.

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