viernes, 27 de mayo de 2011

Los muchachos de ahora no usan gomina


Jueves de una época difícil de laburo, mañana post feriado, dieciocho fierecillas, pronóstico de reuniones complicadas desmejorando hacia la tarde noche. Y se te quedan a tu cuidado en la jornada extendida una de las duplas de hermanos jevimétal de la escuela, esos seres que te desafían todo el tiempo para poner a prueba tu capacidad de poner límites sin coartar la libertad ni aniquilar la esencia (y no morir en el intento). El peque menor, de cuatro añitos, insiste en trepar temerariamente por el ciruelo y vos andás rondando con las manos listas para la atajada intentando no perder la calma. El otro corre como un desquiciado y tenés que intentar bajarle la marcha un rato antes del portón para que no aterrice en la pizzería de enfrente, porque viene cargadito desde la mañana. Bien, lográs dominar las situaciones, las negociaciones son fructíferas y casi no hay conflictos.
Como premio a tu esguince mental, llegan a buscarlos quince minutos antes. El peque chico se manda la última y se esconde y te tiene buscándolo (intentando no putear mentalmente) un par de minutos.
El hermano (que te debe intuir al borde de flaquear de agotamiento) te tira una onda y enfilás para la aripuca y ahí está, chocho de la vida.
Y en vez de cagarlo a pedos, le ponés clara y firmemente el punto y el tipo lo comprende.
Y cuando haces el ritualito jipi del saludo, le das la mano y le decís:
- Hasta mañana viernes, querido Alan.
El ñato de cuatro años te mira directo a los ojos y te suelta con una reverencia:
-Hasta mañana viernes, princesa.

Chupate esa mandarina...

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