martes, 12 de octubre de 2010

Un río de mujeres

Hay gente que viaja para ver con sus ojos lugares en donde transcurrió la historia (como si la historia sólo transcurriera en algunos lugares). Otra gente viaja para vivenciar una matrix distinta, culturalmente hablando. En mi caso, viajo por la gente. Sólo me tienta abandonar mi casa si sé que voy a volver modificada, más parecida a mí, más genuina.
Así me embarqué sin dudarlo en el viaje de Iyá Kereré al encuentro de mujeres en Paraná.






Paraná, entre dos ríos.

De pronto una mañana llegaron veinticincomil mujeres. Todas a la vez.
Fuimos viajando juntas cuarenta y siete granos de esa arena que invadiría la siesta litoraleña.
Cuarenta y siete almas y sus alrededores durmiendo sobre el piso de madera del salón de actos de una escuela. Y repitiéndonos así en cada aula, fuimos trescientas durmiendo bajo el mismo techo. Parte pequeña de veinticincomil durmiendo junto al río Paraná, bajo las mismas estrellas.
Mamushkas. Fueguitos. Mujeres.
Yo digo que cada cual llevó su tarea, su misión, su grano. Las feministas, las enojadas, las políticas, las artistas, las maestras, las que aman hombres, las que aman mujeres, las que aman, las que no pueden amar, las que juzgan, las juzgadas, las que mueven el aire de la Historia (la humanidad siempre camina por el surco que abren los que se mueven, los que deciden moverse y cambiar los rumbos).
Nosotras llevábamos la música ancestral en nuestras manos, el sonido del latir de la Tierra, los tambores en cuerda.






El mundito nuestro (que es un universo) tiene sus propias mareas, remolinos, idas y vueltas. Un gran campo de aprendizaje, dice Tere. Una escuela.
Y nos tocó un fin de semana entero hacerle música al encuentro de las mujeres de un país entero.
Una noche maldormida en un micro y dos en el piso.
Tres días sin ducha ni agua posible.
Tres días compartiendo el baño con trescientas mujeres y en algunos casos, respectivos críos.
Tres días de comer en plazas y veredas y competir con otras veinticincomil por baños, víveres y sombra.



Hubo momentos al borde del abismo. El cansancio, el río y tantas mujeres juntas, la ciudad dividida entre los que estaban en pie de guerra y los que por la calle nos daban las gracias y las bienvenidas. Las iglesias valladas y la mirada desconfiada de la policía, la batalla gráfica de aerosoles contra afiches perversos que nos acusaban de putas y asesinas. Igualito que cuando Torquemada gustaba de incinerarnos en sus hogueras. Por alguna razón la iglesia nos odia (yo creo que es porque ella jamás será la madre de nadie).




Hubo momentos de esos increíbles que tengo grabados en los ojos del alma.
Reunidas en la esquina del contrafestejo, empujando a la gente fuera de la ronda para amontonar los tambores y subir un candombe hasta el cielo.
Todas recorriendo el mercado montado en la plaza como comadres, recomendándonos mallas y chucherías. El rumor repentino de que los católicos habían atacado el taller sobre el aborto y había habído tumulto y golpiza. La marcha como una ola pasando por la avenida, con los puños en alto y cantando consignas sobre el derecho a decidir.






Deambulamos en bandadas la tarde entera, cruzando otras manadas, otros marcitos. El encuentro, el fastidio, la discusión que se puso dura entre nosotras ya con el cansancio pesando sobre la fuerza y cómo fuimos unas consolando a otras y tejiendo esa manta infinita de las mujeres, el dolor y la fuerza sanadora, y cómo esos gestos pequeños hicieron florecer unas canciones y tambores en la vereda, todas juntas, por eso es que vinimos, con la música a cuestas.

- ¿Alguna de ustedes está casada?- preguntaba azorado un chico con tonada el día del contrafestejo, descreído de que algún hombre pudiera dormir con una de esas mujeres tan libres que viajan solas juntas tantos kilómetros para nada en un micro.

Mujeres en la calle, mujeres en las plazas, mujeres en peñas, talleres, pizzerías, mujeres en los baños, en las tardes, las mañanas y las noches, mujeres aplaudiendo mujeres, mujeres escuchando a mujeres, mujeres hablando con mujeres. Ya el domingo a la noche en el evento de cierre, miles y miles hacen un tren interminable bailando carnavalitos que suenan por los altoparlantes en boca de mujeres.









- En cuanto vuelva a casa me voy a una gomería. Si veo una mujer más, vomito.. (Alfi dice tan claramente una de las mil cosas que me da vueltas por adentro)

Antes de irnos, agotadas y felices, sucias y somnolientas, tan pero tan distintas unas de las otras y tan parecidas, todas juntas a la orilla del río, deponiendo las armas, volviendo a ser grano de arena, parte de la misma manada.
Un poco más sabias.
Un poco más savias.

3 comentarios:

  1. Qué experiencia... yo casi me le animo pero tenía que ser grano aquí.
    Creo que todas las experiencias son experiencias si nos hacen más nosotras, más genuinas. Eso es compartir, lo otro es ocupar espacio. Estar como estemos, con dolor, asustadas, enérgicas, yo creo que soy todas (depende el momento)
    Ahora cuantas mujeres!!! claro, se asustaron algunos, jajaja.

    Saludos amiga!
    the niguer of pachec (me persigue el kukux klan del barrio)

    ResponderEliminar
  2. me quedé memorando..., hace un rato largo que no voy a esos encuentros tan llenos de savia, en verdad.
    que buen relato, chica! como sé de lo que hablas, he andado por ahí en el camino de tus letras...

    lindo, lindo!

    ResponderEliminar