lunes, 27 de diciembre de 2010

Au revoir, Aquilante!


Hay gente que yo llevo puesta por adentro, perenne, como un perfume de esos tan comunes y tan inmensos como la tierra mojada o el mar.
Mi perfume está en parte compuesto de esa gente, igual que mi voz cuando canto o cualquiera de mis gestos de amor.
Esa gente es tan libre y tan suelta que rueda por el mundo igual que yo, buscándose cada mañana más verdadera que la noche anterior, cambiando la piel, pariendo cada vez con un dolor menos importante. Y andando sin prisa (ni pausa) esa gente florece por el mundo, renueva también dentro de mí sus pétalos, y así yo también florezco.
Con cada uno tengo una historia que es parte de mi Historia, un momento preciso en que los caminos nos llevaron al encuentro. Contigo, Aquilante, la historia comenzó escrita. Un pasquín pergreñado por tu cabeza y la del melancólico capitán Olmedo tenía el huequito justo para que me riera con ímpetu de mi momentánea desgracia y con esa perfecta excusa me apersoné en tu casa para conocerte, botella de tinto en mano.
Y ya no hubo retorno.
Mujer naranja, ahora que te vas a contemplar otros cielos, saber que no será tan fácil como tomar el 15 para verte me pica un poco en la nostalgia. Pero aquí estás.
Y el planeta y yo, agradecidos.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Ya no soy tu Margarita..

Ayer me levanté sin prisa, cerca de la media mañana, con una espinilla de incomodidad en algún resquicio de mi ánimo.
Yo no sé los hombres, no sé el resto de las mujeres, pero cuando a mí me cambia algo por adentro, algo por afuera tiene que cambiar.
Y por lo general, ya que no es físicamente probable crecer para arriba diez centímetros ni reducir en igual medida el contorno del orto mío, me la termino agarrando con el pelo.
Y también por lo general, cuando algo se me instala en la incomodidad, debe ocurrir inmediatamente.

Mi cumpleaños número treinta y ocho estaba por acontecer y en cada uno de sus trescientos sesenta y cinco días me fui convirtiendo en otra. Pero la imagen en el espejo insistía en devolverme la misma.

Recién amanecida en la víspera, mientras miraba mi melenita roja sacudirse en el reflejo al ritmo de mi cepillado dental, decidí dejar de dudar.

Monté rauda la bicicleta morada rumbo a la perfumería ni bien di cuenta de los mates de la mañana (no me es dado encarar el mundo sin haber pasado por el intimísimo ritual de unos mates a solas) y volví portando en el canastito el negro más azulado que pude encontrar.

Obviemos el triste relato de mi pobre y poco prolijo manejo de cualquier situación que involucre pinturas de algún tipo, ya que los desastres fueron subsanados con presteza, y finalmente charáaaaannnn...

Soy una versión libre, sudaca y muchísimo menos glamorosa de Liza Minelli, más tirando a Avatar.

Japiverdei, morocha. Y to anotherthing butterfly!!




domingo, 12 de diciembre de 2010

Panorama

Lo de Villa Soldati me tiene en alerta sobre algo que ya vengo notando hace rato.
La gente está mucho más violenta.

Las campañas de Clarín en su divorcio del gobierno fueron contribuyendo al calentamiento global y lo peor de todos nosotros va nutriendo el discurso xenófobo, elitista y estanciero de tipos como Macri o De Narváez o Posse, va dándoles cabida.

La realidad de todos los días se fue poniendo salada. La lenta y constante costumbre del maltrato desde la más tierna infancia prendió bien y dio sus frutos.
La calle se fue volviendo una arena de batalla donde arrojarnos las frustraciones por la cabeza antes y después de amargarnos la vida en las oficinas.
Andar en bici se convirtió lentamente en un deporte de riesgo a manos de gente que a las siete y media de la mañana juega carreras temerarias a los bocinazos y es capaz de encerrarte en plena avenida mientras te putea sin sacar el celular de la oreja, poniendo en juego tu vida con saña, como si la culpa de su infelicidad fuera toda tuya.

La gente grita en los bancos, en los locales, en las casas, en los colectivos, en las escuelas, en los consultorios.

Miro las fotos espantada, pienso en el pibe de diecinueve años al que bajaron de la ambulancia y remataron de un tiro, en la crispación social, en las declaraciones imposibles de nuestros gobernantes, elegidos por gente que, carajo, piensa como ellos y se sienta junto a mí cada mañana en el bondi.

Pienso en el lento trabajo de hormiga que hago cada día a conciencia para desactivar en los niños la escalada imparable de responder a un golpe con otro golpe.

Nos dejaron sin ideales. Y eso es jodidísimo.
El plasma, las tetas nuevas y el viaje a Cancún ocupan las expectativas de las generaciones nuevas, criaditas a la luz de Cris Morena alumbrando las tardes desde la Tv.

Pienso que si seguimos pensando que el mundo es una mierda eso respirarán cuando enseñemos, y gente como esta siempre terminará ocupando lugares de poder.

En un mundo por el que no vale la pena pelear, tampoco vale mucho la pena vivir.






jueves, 9 de diciembre de 2010

Septenios



Yo que estaba acostumbrada a reinar sin competencia y a decidir si natación o patinaje artístico, que la despedía cada mañana en la puerta de la escuela, que pasaba el peine fino por su largo pelo castaño mientras contábamos piojos como un juego, que rascaba su espalda hasta que por fin la abrazaba el sueño, que le armaba en su pieza mi carpa iglú para que durmieran dentro sus amiguitas y ella, que hacía de los viernes una fiesta de pizza y chachachá en mi cama gigante, que le daba cada tanto el bendito permiso de dormir acurrucada conmigo y la veía mover las manos hablando divertida, que daba permisos o largas explicaciones, yo, a mí, ahora en chinatown me creció una frontera.

De ser un satélite del que dependía la organización de mis días pasó a tener sus propios movimientos, y ahora ya no necesita que la lleve hasta la casa de las amiguitas ni en bicicleta a la escuela.
La china ahora toma sus propios bondis y viaja sola.

Se vuelve a abrir en mi el recuerdo de esas primeras libertades mías, la extrañeza de, por ejemplo, preparar yo sola mi propio mate una tarde.

Ella cada vez va siendo más ella, un proyecto de mujer que cada vez tendrá menos de mí y más de una que todavía no conozco. Va cortando de a una las amarras. Se quedará solamente si quiere quedarse. En breve, el mundo también será suyo (o al menos eso sentirán sus piés). Tendremos que andar de nuevo este nuevo camino de conocernos, ella con ventaja y yo con todos los oídos y los ojos abiertos para aprender a esta que florece de aquélla que yo sembré.

Le doy armas para que un día pueda combatirme decía yo cada vez que alguien cuestionaba mis decisiones de crianza.
Y no me arrepiento de ninguna.

Está tan hermosa, tan larga que ya no puedo abarcarla en un solo abrazo ni decidir su destino. Y mientras la veo hacer y la oigo decir, me sale pedir


Que yo pueda sanarle siempre las raspaduras.
Que yo no sea nunca para ella una raspadura.
Que nunca aprenda de mi el abandono ni la soledad.
Que me sepa humana e imperfecta.
Que sepa que la amo como sabe su nombre.
Que me alcance la fuerza para permitirle ser ella misma.
Que nunca sienta que espero algo.
Que siempre nos encontremos en el humor.
Que siempre nos encontremos en el amor.



domingo, 5 de diciembre de 2010

Jugo de experiencia



El país de mi infancia fue un país ensombrecido por el miedo en forma de gobierno de facto que mandaba coches a las casas para llevarse a la gente para siempre, por lo general mientras dormías ("el hombre de la bolsa" nunca tuvo una connotación tan real para una generación entera..)
En cada cucharada de sopa yo bebí ese miedo. Fue nuestro diario alimento, lo aprendimos de nuestras maestras en el cotidiano de sumas y restas y preguntas sin hacer.
Mamá tuvo un quilombo importante y quedó en la mira, con amenazas e inhabilitación para ejercer la docencia que la inhabilitó a algo de por vida. Algo mamá ya no pudo, ya no la dejaban, y ese algo le amargó la boca y le apagó la sonrisa.

En mi casa no se reía.
Nadie reía.
Y en ese país pasé mi infancia.

Mi abuela era en esa neblina un personaje que contaba lindas historias de campos asturianos en donde ella jugaba y corría. Contando como contaba le hacía salir a las tardes un sol de esos que se cuelan por las ventanas e iluminan motas de polvo que vuela. Ella contaba y allá se iba, y por el puente de su voz traía hasta mí los campos de felechos, la romería, la sidra. Las historias de mis tíos cuando eran pequeños, la familia gigante, los bailes de carnaval, sus amigas queridas, las historias de bodas, los que venían de la guerra. Allí yo los veía pasar claramente a los bomberos que apagaron la fogata de san pedro y san pablo, a la abuela Lucía cantando verbenas sentada en la mesa de la cocina, al tio Ino alambrando kilómetros de patagonia a pié, a la flor de tela horrible del escote de la Visi que lo que tenía de graciosa lo tenía de fea la pobre, los aros de coral que mandaron de España y ella olvidó ponerse en la foto de boda, los refranes.
El tiempo parecía sobrarle y ella desparramaba sus historias repetidas cada vez que podía y a mí meterme en esos mundos que imaginaba luminosos me fascinaba por horas cuando volvía de la escuela.

Cada tanto, por accidente, en una actitud totalmente subversiva, de tanto mantener su corazón caliente, mi abuela se reía. Cuando algo la tentaba no podía detenerse. Comenzaba por apretar los labios como para que la risa se le quedara adentro, y eso siempre era contraproducente. Mi abuela reía con todo el cuerpo haciéndole olas hasta sacudirle los hombros y hacerla llorar de risa, y en esos mágicos momentos algo nos contagiaba, un bendito virus que afloja las correas que tensan y endurecen. Mi cuerpo también se sacudía de risa hasta llorar y algo se regaba para no morir reseco.

Fue cuando olvidé reírme, cuando no me dejaron reírme, cuando me castigaron por reírme, cuando me dijeron que no era gracioso, cuando me gritaron que me reía como una boba, cuando mi risa les pareció una falta de respeto, fue ahí cuando casi me ganan.

- Maestra, cuando te reís se te mueven los hombros acá..- me dice Mora imitando mi movimiento.

Creo que les estoy dando las armas fundamentales para cuando salgan a conquistar(se en) el mundo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Comunicado número uno

Ahora que soy tan yo, la verdad, no me dan ganas de tolerancia.
No quiero nunca más pensar en lo futuro ni en nada que no exista. Quiero estar aquí. Aquí en éste momento que es cada momento y es todos los momentos.

En esta tierna y sencilla ceremonia enuncio que ando con ganas de mandar a la mierda a quien corresponda con total libertad de sentimiento y pensamiento, de ir corriendo detrás de la verdad al galope y llevando mi bandera, de nadar la vida como un océano braceando de espaldas mientras veo el cielo.

Me incomoda hasta la locura cuando veo a la gente sembrar mierditas como al pasar, complicar los climas con malos tonos, desparramar chismes con morbo, dirigir comentarios como misiles, inmiscuirse, juzgar, dar consejos que no se les piden.

Me impacienta imposiblemente la estupidez.

(después no digas que no te avisé.)