miércoles, 16 de marzo de 2011

Escenas de la vida anaranjada



En esa cabecita loca mal alimentada por el viejo Walt y sus valses de Cenicientas y besos de Blancanieves, creció como un yuyo la imágen de ese encuentro de novela barata de Danielle Steel que tanto te gusta repasar cuando viajás en el bondi y te olvidaste el mp3. Como en un glorioso videoclip, imaginaste una y otra vez la misma secuencia de ese momento de final a todo trapo cuando suena la música de fondo y el pochoclo se te atraganta de la emoción. La feminista salvaje que te habita se hizo la boluda mientras veías en tus desvaríos la película de la luna sobre los árboles y él, él que llegaba y te golpeaba la puerta desesperado de amor para levantarte a upa dando vueltas.
A veces la escena también incluía una de esas lluvias subtropicales (no sé por qué, no hay nada más incómodo que intentar besarse bajo una catarata de agua que te despatarra el rimmel y te diluye la crema de peinar dejándote más patinosa que charquito con verdín) y en la película vos abrías la puerta y el decía alguna estupidez parado bajo el agua y listo, fulminados de pasión los dos, sin patinarse ni una vez, de nuevo a upa y dando vueltas.

Pero la realidad siempre supera a la ficción.

Y vos, que vivís im pe ca ble hasta cuando te duelen los ovarios con ese dolor del segundo día que es como si un rottweiler te masticara las trompas de falopio, y andás siempre por la casa de pollerita y escote, lista para no descuidar la imagen ni aún cuando haya que huir de alguna catástrofe corriendo por el barrio a las paradas de bondi techadas (que vendría a ser lo más parecido que podemos llegar a tener a un refugio antinuclear o antisísmico o antimacrista), vos, sos sorprendida por el tipo que salió en cortos a pasear al perro y no tuvo mejor idea que tocarte la puerta para saludarte, y como ya te vio por la ventana no hay posibilidad de huir (salvo fingir una muerte súbita, pero esto sí que anula cualquier tipo de relación futura, así que mejor no) y entonces, vencida, le abrís la puerta en joguineta y la remera chota de hacerte la tintura (que gracias al cielo te enjuagaste hace diez minutos) y ese peinado de Carlitos Balá que te queda después de ducharte, mientras (como si no fuera suficiente) él te presenta a un amigo que lo acompaña en el paseo nocturno y vos quisieras soltar aunque más no sea UNA puta frase inteligente, pero no, el amoníaco del Koleston todavía te tiene pelotuda.

Y mientras te reís como una estúpida en la vereda te acordás de ese grano que te salía en el medio de la nariz absolutamente siempre que el pibe que te gustaba te invitaba a salir, y te das cuenta que una va acumulando años, pero hay cosas que nunca cambiarán.

Ea ea pepé!


(Carlitos Balá, filósofo contemporáneo.)


(Remera pedorra y joguineta de dormir cuando hace fresquete)


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