martes, 13 de enero de 2009

Declaración.


Odio el dolor.


Nada me espanta tanto como sentir en el cuerpo el pellizco infalible del miedo entrando por la boca del estómago, el miedo a lo único que puede doblegarme.


Lo odio en todas sus formas. Cuando taladra el cuerpo con persistencia feroz o de una puñalada, cuando se mete en el alma y la desangra mientras nos derrumbamos impotentes.


Odio el dolor.


El dolor huele a flores de velatorio, a micros que echan humo partiendo para siempre, al perfume irrecuperable de una piel que a veces se suelta de una remera olvidada, a transpiración y merthiolate, a ramito de jazmines de fines de noviembre, a estación de tren.


Así como el amor reencarna en nostalgia, la pena es el moho de las cosas por las que ha pasado el dolor.


Odio el dolor.

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