En la vida de cada uno hay algo que se puede volver una puerta por donde la esencia sale y se muestra. Algo, una cosa.
Tirar con arco y flecha, pintar en lienzo, bailar, hacer papiroflexia...
Cuando el cuerpo, la mente, la mano, el arco, la flecha y el horizonte se vuelven una misma cosa.
Cuando los colores cambian y vuelan desde el corazón al pincel y a los ojos.
Cuando los pies no tocan el suelo y van al compás del alma de ésa música.
A mí me pasa con el candombe o cuando canto en FA.
Tardo un rato en entrar por el sonido. Se va acomodando mi cuerpo a la energía que los demás emanan o reclaman. Me empieza a gustar lo que suena y es en ése preciso momento en donde ya no importa si mi mano sube o baja, ni el temor por si mi voz saldrá clara, porque es una corriente que va sola como un coletazo que da el fin y el comienzo de una danza que me sube por los pies, pasa por la cadera y vuelve a empezar. Es ahí cuando de golpe soy yo misma.
Uno debería enseñarle a los hijos a descubrir en ellos cuál es ésa puerta. Y la mejor manera entonces es primero buscarla en uno. Y encontrarla.
En éso ando.
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