domingo, 4 de enero de 2009

La cocinera del Quilpo

Llegó un 24 de diciembre. Fue como Mary Poppins acudiendo en ayuda de su amiga la que siempre baila entre la desesperación y la comicidad.
El lugar y ella no se entendieron de entrada. La carpa demasiado barata resultó un chasco al que se le rompieron la mitad de las cosas al armarla. Tan finita era que se veían las estrellas a través de sus paredes. La primera noche el sonido del río parecieron voces murmurantes y la tuvieron alerta. Fue cuando se metió a la mañana en el agua que se sintió por fin abrazada.
Todo el día su amiga Pocha entraba y salía de todas partes con los ojos azules de desesperación que a ella le hacían saltar la risa. Y las dos rieron muchas veces todo un día.

-¿Me das una mano?- dijo su amiga sin ladear la cabeza, que es lo que siempre hace cuando habla de verdad.

Amaneció con la noticia de que Pocha tenía fiebre. - Su amiga está para atrás..- le dijo el Chicharra. Y el día empezó con ella a cargo de la cocina y de dos recién llegados al equipo de trabajo, dos gnomos de veinte años y de corazón luminoso. Fede y el Pola. A las dos horas la cocina era una fiesta.

De tanto cantarle a Oxúm dando vueltas entre las ollas, encontró harinas y se puso a amasar pan. Sola mientras los otros dos buscaban leña, atendían gente, limpiaban mesas, mirando el espectáculo del río en la ventana, empezó a cantar todas las canciones que sabía para homenajearlo. Cuando Pocha volvió fresca esa noche, se armó el ritual. Y cada día, todo el día, entre un salteado de vegetales y agua para mates, una cantaba en la cocina y la otra en la barra haciendo esos armónicos que suenan a felicidad. Y palmeaba las espaldas de los chicos cada vez que hacían algo bueno y todo era jugar. Jugar a ser la cocinera del Quilpo.

Todos sabían que ella se iba el primer día del año nuevo. Solamente ocho días. Otros más fueron apareciendo, por supuesto también chilingos allá arriba, y se armó una familia. La noche de año nuevo, todos bañados y lindos después de haber armado la que sería la propia fiesta, ella no se sentó a comer y se fue sola a ver el horno de leña encendido en la oscuridad. Miró las estrellas, pensó. La vida gira en un instante, un microsegundo, y uno puede, si pierde por fin el miedo y se suelta, entrar por una puerta mágica a una realidad aparte.

Y ésa noche hubo fiesta en el Quilpo, tambores y cajones, canciones de amor, de pena, de ranchitos borrachos, de peces y de guerras, del placer de saber que todos vivían una noche de corazón abierto.

Se levantó al día siguiente, se sentó en las mesas y desde ahí miró trabajar al cocinero nuevo, un pequeño niño malherido que seguramente Pocha asesinará antes del final del mes de enero. Se pintó las uñas. Fede se asomó por la ventana a saludarla. Se abrazó con Pocha, se rieron mientras lloraban sin poder creer lo que habían hecho en esos días, fue parando en la camioneta para dar abrazos candomberos y después de darle el último al cacique Chicharra, se esfumó en la plaza de San Marcos Sierras.

Como Mary Poppins, pero candombera.








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