domingo, 16 de mayo de 2010

Amanece en la ruta



Andaba por la casa de La rosarina hermosa, bebiendo de su último post. Una mamá que, azorada, cuenta lo que pretende una maestra de su hijo de apenitas 8 años de estar parado en este planeta intentando descifrar cómo mierda funciona un mundo en donde todos desconfían de todos y lo que hacen nunca es lo que dicen y vicio versa.
¿Qué pasa con nosotros, raza humana, animal tan imperfecto que olvida su infancia aprendiendo un mundo tan injusto?

Simplemente un error de educación.

Aprendemos por imitación. Nuestra forma de mirar la vida la aprendimos en el jardín de infantes y luego en los tres primeros años de la escuela. Nunca entendimos lo que nos dijeron que teníamos que ser, pero mamamos que así como éramos de genuinos no funcionaba, había que cambiar para ser aceptado y algunos hasta nos engolosinamos con hacer monerías para ser aplaudidos de por vida.

Digo, después de pensarlo lo más fría y lógicamente que puedo: ¿de quién se supone que aprenderíamos a ser felices si la gente a la que imitábamos no lo fue?

De un tiempo a esta parte, a los niños se los observa a la distancia como bombas de nitroglicerina, como los potenciales humanos infelices como nosotros que son, buscando no tocarlos para no estropearlos más de lo que quedó estropeada y desorientada nuestra generación de padres que fuimos una vez niños.
¿Cómo puede una psicopedagoga con veinte títulos colgados del forro del orto no darse cuenta de que un niño que no es mirado con empatía, con amor, no es capaz de hacer ese aprendizaje?
Somos una generación de inseguros que necesitamos echar mano de alguna explicación científica que pueda cargar con nuestra incapacidad de asumir el error y reparar, y barremos debajo de la alfombra, incapaces de decidir, porque el miedo al error amenaza con hacernos una paralítica.
Y el problema es que vos podés caretearla con un jefe, una directora, la mujer que duerme al lado tuyo y no te provoca nada, el empleado de Edenor.
Pero con los niños no.
De niños tenemos fresca la capacidad de oler con todo el cuerpo lo que pasa en el mundo. Todo está por aprenderse y es veloz. Desde el inmenso trabajo de ponernos de pié y andar erguidos resumiendo en un año la historia de millones de años de evolución que demandó esa tarea.
Es urgente que el que ocupe el lugar de maestro vuelva a mirar el mundo descubriéndolo cada vez si pretende que los niños realmente lo descubran. La curiosidad no se puede fingir, ni la alegría ni la pasión y el amor con que se hace una tarea.
No se puede enseñar lo que no se es capaz de sentir.
Yo los miro trepar por los bancos con las telas de colores armando casitas, sirviendo guisitos de barro, cantando como les canto mientras lavo los platos de la merienda, buscando la verdad de no hacer de cuenta que estoy jugando, sino volver a jugar con toda el alma a que el mundo es ese mundo mejor que tengo ganas.

3 comentarios:

  1. Genial! justo de esto estábamos hablando con dos amigas hace un ratitín.
    Es así de simple...
    Brindo por tu talento, tu práctica, y tu revolución constante.

    Saludos desde Aquí

    ResponderEliminar
  2. Gracias.
    Con todas y cada una de las letras encajadas. Suspiré feliz al encontrarme con lo que decís.
    Es maravilloso, creo que es así, y espero no sean pocos los que aún ven a los chicos como chicos llenitos de luz para desplegar y no como bombas de tiempo.
    Abrazo grande!

    ResponderEliminar
  3. La palabra es confianza. Crear ese puente de darle a quien nos sigue en la herencia lo mejor de nosotros a veces sin esperar que llegue de afuera. El afuera es ásí, no creo que cambien. Está bueno mirar cada tanto si hicieron los deberes, pero también está bueno enseñarles a mirar la luna... y que lo que viene vendrá duro y sin piedad, lo único que uno puede hacer, es dar algunas pistas paraque no se olviden que fueron sabios, que fuimos sabios, que podemos serlo aún haciendo la cola de rentas o escuchando a un jefe hablar del éxito. Que se yo... ud escribe cada cosa también... Un beso enorme

    ResponderEliminar