miércoles, 12 de mayo de 2010

Hazme valerosa arcángel Micael..

Mi colegio nuevo está lleno de símbolos, rituales y señalizaciones que conspiran para que uno vaya a meterse bien adentro de uno. Hay momentos en que todo es tan franco y claro que raya lo que gran porcentaje de los mortales llaman locura (aunque cada vez me convenzo yo más de que la locura es lo otro)



Jamás se nombra a los niños como "el tarado de Gómez" o "el maleducado de Pérez", y personajes como ellos inundan los encuentros de maestros en donde se tejen soluciones siguiendo el hilo de la mirada de todos y uno por uno.



Entre todas las atracciones turísticas con las que me tiene embelesada este Disneylandia jipi, apareció la semana pasada la fiesta del valor.





Un tal arcángel Micael ha vencido, en la memoria de alguna historia, a un oscuro y ardiente dragón, y esto puede ser tan literal como metafórico. La fiesta que honra tal batalla (cual 25 de mayo jipi) es la que menciono aquí, y consiste en una mañana entera dedicada a superarse a sí mismo. Mucho antes del día en cuestión, los maestros imaginan las pruebas a superar teniendo en cuenta lo que van viendo dentro de los pequeños ojos de sus niños. Pero, siendo esta una pedagogía vivencial, cada maestro debe abrir dentro suyo lo que busca enseñar. Entonces, si se trata de vencer al dragón, hay que empezar a buscar por dónde está escondido adentro de una mismita, jodiéndonos la vida de qué sutil manera.



El dragón del abandono

El dragón de la ausencia

El dragón del miedo

El dragón de la ignorancia

El dragón del dolor

El dragón de que tu papá se fue un día de casa, encontró otra familia y se olvidó de volver a llamarte.

El dragón de que tu madre nunca esté porque no puede llevar adelante su vida y sus decisiones equivocadas y necesita llenar sus días de actividad para no mirar que tiene una vida que no le gusta ni un poco.

El dragón del miedo a fracasar, a que duela, a que te vean ridícula, a que se burlen de tu corazón, a que lastime y queme de nuevo, a no haber entendido nada, a tomar decisiones que cambien el rumbo ciento ochenta grados, a perder.

El dragón de la ignorancia de escudarse en falsos dogmas, de querer predecir el futuro, de banalizar al corazón, de no arriesgarse a que sea distinto, de creerse superior realmente.

El dragón del dolor no necesita ninguna explicación.

Silenciosamente, en eso anduve. Preguntándome en cada lugar donde estoy si ese camino tiene corazón, si lo estoy eligiendo para "salvarme" y escapar, si es mi deseo estar ahí o es lo que desean los demás, si es que digo que no amo porque creo que es condición para amar el ser correspondido y entonces escatimo algo que para recibir se debe dar a manos llenas y sin condición, si creo en lo que digo realmente con todas las células de este cuerpo, si creo en lo que quiero enseñar.



Al finalizar la fiesta, antes de la merienda de frutas, después de haber pasado la mañana ellos todos trepando sogas, subiendo árboles altos para hacer sonar campanas, haciendo equilibrio sobre vigas encima del barro, probando y oliendo con los ojos vendados, dejándose guiar sólo por sus oídos y habiendo superado el viaje en tirolesa, llega la prueba que le da sentido al día. Con la espada de madera que han tallado y construído con sus manos y las de sus padrinos (y las mías que pelaron veinte ramas de paraíso con un tramontina) deben atravesar un túnel totalmente oscuro armado con telas en el pasillo de segundo ciclo. A la salida los espera el papá de Vicky camuflado de anciano sabio y una escalofriante cueva de telas alumbrada por velas en el suelo donde se escucha el feroz ronroneo del dragón que han venido a vencer. Un dragón que no tiene cara, pero se siente doler y estremece con cada rugido. Y entonces, cada uno de los dieciocho enanos míos, abrazado por el sabio, levanto su mano a pesar del cagazo sosteniendo "la espada y la mirada" mientras yo, parada a sus espaldas, pensaba en todos los dragones que vencí, en los que aún me faltan, en los caminos con corazón, en los lugares donde ya no quiero estar, en el olvido sanador, en el amor en todas sus acepciones, el el miedo a que no me quieran.

Y una y otra vez, levanté también mi espada.



(Nota del autor: cualquier conexión entre tan psicosomático episodio de batallar contra los dragones y esta tos llena de mocos verdes que me tiene escupiendo pulmones por la casa y en cama el día de hoy, es pura coincidencia...)

3 comentarios:

  1. Me emocionaron mucho tus palabras y me quedé pensando en cada uno de mis dragones (muchos están ahi mencionados, todos juntos).
    Te daría un abrazo así de grande en este momento!
    (se que voy a pasar el resto de la tarde moqueando jajajaja).
    Besos, Ale.

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  2. El Dragón del fuego, que soy y me hago también, a veces...
    El fuego que me da calor en el frío, y que también me quema cuando lo toco mucho tiempo, me duele.... pero sin dejos de masoquismo, me hace tan pero tan bien cuando lo disfruto, no en su justa, sino en la medida que se me canta, literal-mente y no.
    El fuego tiene mucho, le diría que casi génesis, en el color naranja...
    Amén.

    Wailer chú.

    Pd. Y buscaría el privilegio de ese abrazo deseado arriba, también.

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  3. Hola, estar conscientes de lo que debemos vencer, ayuda a definir formas para lograrlo... interesante forma de aprendizaje/enseñanza. Saludos.

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