sábado, 8 de noviembre de 2008

Angelito




La Chilinga tiene esa forma de castigarme o llevarme al cielo que hace que sea un lugar imposible de dejar. Hace dos años, cuando estrenábamos el galpón de Saavedra, en una de las tantas fusiones de blocos que tejen esas redes invisibles que nos convierten en tribu, conocí a Angelito.


Su edad es incierta y difícil de descifrar, imposible de representar en un simple y cuadrado numerito. Tiene los ojos de alguien que camina desde hace mucho, un observador de las esencias. Es delicado, pero no da miedo romperlo. También tiene su mirada una fuerza que intuyo arrolladora cuando defiende lo que quiere. Ángel se conmueve y nos conmueve, porque destila tanto amor que se nos mete siempre en el cariño.


Ángel me escribe y me reprocha riendo que soy una yegua y no le escribo.


Y lo más maravilloso de él es que tiene razón, me hacer reír, y me trae unas ganas de jugar que me hacen volver, por un rato, a ser una nena.


Angelito querido: los ensayos de los lunes no serían lo mismo sin tu alma buena.


(..con qué clase te estoy haciendo sana- sana.)

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