viernes, 7 de noviembre de 2008

De lo mal que nos hizo la televisión a los niños de la década del 70





Yo quería ser la mujer maravilla.
Daba vueltas hasta sentir náuseas esperando que me cayera un rayo del cielo y me crecieran dos tetas metalizadas y un bombachón lleno de estrellas. Practicaba cómo detener las balas con mis brazaletes, ataba al perro con la soga de la ropa y le gritaba “no podrás escapar a mi lazo mágico, confesarás”, y vivía enamorada del uniforme del capitán Steve a quien rescataba permanentemente de los malos.
Crecí.
Trabajé siempre ocho horas afuera, logro alimentar a mi hija con lo que encuentro en las alacenas aunque haga una semana que no tengo un hueco para ir al chino, nunca duermo más de seis horas, soporto la tortura en la camilla de pilates para seguir pareciendo joven, crío a una preadolescente, ando en bicicleta y llego impecable a laburar a pesar de las puteadas, los bocinazos y la reverenda maldad de los choferes de bondis que me atacan con sus monstruos de ocho ruedas, detengo (con mis brazaletes) los sutiles comentarios sobre mi persona, enlazo a mi hija con mi mirada de “decime la verdad porque la voy a descubrir igual”, los fines de semana soy el alma de las fiestas, cumplo con todos los ensayos de la semana sin perder la energía y siempre estuve en la vida con hombres a los que tuve que proteger, rescatar e incluso mantener.
Finalmente logré ser la mujer maravilla.

2 comentarios:

  1. No le quepan dudas.
    Más que paralelismo, díría que su relato es la impecable fusión de la ficción con la realidad.
    Es usted la mesma mujer (que) maravilla.
    Un beso

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  2. Lo suyo es digno de DC y MARVEL juntos (o sea: todos los superheroes a la vez).

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